Puta, tonto, maricón

El Periodico, , 31-01-2016

El uso de términos agresivos hacia el otro, coinciden los lingüistas, es tan antiguo como el lenguaje mismo. Incluso Freud dijo que la acción de denostar es la primera muestra de civilización porque, al fin y al cabo, sustituye a la pedrada. Pero, ¿qué funciones tiene la injuria? ¿Qué pulsión común anida en el lanzamiento de pedradas como puta, gorda, gay, gitano y subnormal? Es más: rápido rápido y sin pensárselo demasiado. ¿Se le ocurre algún insulto que no sea machista, homófobo, xenófobo, clasista o que haga chanza de algún tipo de discapacidad? ¿No? Es normal: realmente hay muy pocos.

Si, como mantienen los antropólogos, el insulto es una puerta hacia la comprensión de cada cultura, ¿qué dice de nosotros nuestro catálogo de infamias y a qué se debe la ferocidad a la que asistimos? «Injuriar es decir desde el no pensar y los insultos hablan, sobre todo, de la forma de ver el mundo de quien los lanza, que los hace servir para anular y mantener el orden – dice la antropóloga Mercerdes Fernández – Martorell – . Así que, sobre todo, en estas reacciones yo intuyo miedo, horror al cambio».

En esta ’biopsia’ de la afrenta, ya hemos visto que el emisor la usa para anular al otro y reafirmarse. El destinatario la recibe con vergüenza, culpabilidad, miedo o, en el mejor de los casos, enfado o indiferencia. Sin embargo, más allá de reducir al adversario, la injuria también tiene un efecto social “ejemplarizante y domesticador”, subraya el sociólogo y politólogo R. Lucas Platero, que ha estudiado el acoso escolar. «No se puede minimizar el impacto del insulto, ni en la escuela ni el trabajo. El bullying, además de afectar a la persona que lo sufre, también lo hace sobre el resto. Aprendemos por observación y la afrenta supone un límite muy claro para todo el mundo de lo que es aceptable y lo que no».

Es decir: las agresiones verbales van poniendo topes a lo que se puede o no hacer, y van modelando qué se debe esperar de cada cual. Si se ríen y llaman maricón al niño que no le gusta jugar a fútbol, ¿harán lo mismo conmigo? Si llaman puta a la compañera que se enfrenta a la aristocracia de la clase, ¿me insultarán a mí también si un día planto cara? «El caso de las políticas de la CUP es muy parecido, porque de alguna forma, se está diciendo que si eres una mujer pública, es posible que te llaman puta o loca, insultos que generan un lugar indeseable afirma Platero. Y eso es terrible, porque equivale a devolver a la mujer al ámbito privado».

De ahí que el investigador aplauda la respuesta de Gabriel y compañía, que al presentarse con los agravios – ya saben: «Soy Gabriela Serra, fea, vieja y gorda» – se reapropiaron de estas palabras no como víctimas, sino con autodeterminación, desactivando la injuria, como ya hicieron en su día los afroamericanos con la palabra negro. «Lo vergonzoso es que el otro día fui a ver ‘Sufragistas’ – añade el psicólogo Rubén Sánchez – y constanté que a las mujeres de hoy se las insulta como hace un siglo». Entonces las afrentas – fetiche eran – ¿lo adivinan? – viejas, histéricas e insatisfechas.

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