Grecia lucha por evitar una salida de Schengen

La Razón, Fran Richart. , 31-01-2016

Las tragedias migratorias no cesan. Ayer, 39 refugiados morían ahogados al naufragar el barco en el que viabajan rumbo a la isla griega de Lesbos desde Turquía. Mientras, una fila de afganos y sirios se agolpan delante de uno de los contenedores de construcción que sirven como oficinas migratorias en el campo de tránsito para refugiados en Idomeni, frontera de Grecia con Macedonia. Todos alzan su documentación en la mano que les acredita como refugiados, mientras un funcionario sin uniforme pregunta a un adolescente a gritos cuál es su nombre y donde está su padre. El joven necesita el último sello de la Policía para hacer cola en el acceso y pasar una gélida noche hasta que el Ejército macedonio abra la frontera. Aproximadamente unas 800.000 durante el último año han pasado por este paso heleno para llegar a Europa Central. «Hasta hoy, el único proceso de registro se realizaba en el paso fronterizo con la Antigua República Yugoslava de Macedonia. El 21 de enero, las autoridades griegas han iniciado un nuevo trámite en el campamento. Preguntan a las personas refugiadas cuál es su destino final y sellan con ello el documento que han recibido al registrarse a su llegada a las islas griegas», dice Céline Gagne, responsable de «Save The Children» en el norte de Grecia.

Precisamente, en la misma semana en la que la UE ha apretado las tuercas a Tsipras para controlar la llegada de refugiados (si no toma medidas en tres meses, Grecia podría ser expulsada de Schengen), la cooperante explica que hace sólo unos días que las organizaciones internacionales pudieron volver a acceder al campo de Idomeni, para proporcionar recursos y atención. «Hasta el 18 de noviembre todo el mundo podía pasar por aquí. A partir de ese día, el acceso se limitó a los sirios, afganos e iraquíes. El 9 de diciembre, los refugiados de otras nacionalidades como Pakistán, Líbano, Marruecos, Gambia o Bangladesh fueron transportados a Atenas por las autoridades y hasta hace unos días, el acceso al campamento fue negado a las personas refugiadas, violando sus derechos más básicos de acceder de forma digna a la asistencia», asegura la trabajadora humanitaria. Mientras la burocracia lleva su tiempo, decenas de madres refugiadas cargan a sus hijos, a la vez que esperan tras las rejas de la valla fronteriza alambrada de Macedonia, en un acceso montado con una tienda de campaña sin calefactores. Pueden estar todo el día bajo un frío que baja por la noche a los 11 grados bajo cero, para que finalmente se abran las compuertas durante diez minutos.

Peor es la situación en la gasolinera de Polykastro, a unos diez minutos en coche de Idomeni, donde la Policía obliga a parar los autobuses de refugiados durante días debido a los registros y controles de identidad. Actualmente hay un flujo de 1.500 refugiados que se quedan en la zona de descanso montado hogueras y durmiendo a la intemperie. Los que tienen suerte pueden hacerlo en las tiendas montadas por las organizaciones internacionales que no dan más de sí. «Pensamos que llegar a Lesbos en barco podría ser lo peor, pero tengo un hijo de unos pocos meses y sufro por él», dice Rojar, kurdo iraquí, que tan sólo hace unas semanas oyó que un bebé murió de un paro cardíaco debido a las bajas temperaturas.

Por otra parte, la situación de hermetismo en la frontera Macedonia ha favorecido que las mafias operen a su antojo y se aprovechen de los miles de refugiados, sobretodo de los que no pertenecen al grupo de los SIA, que han quedado varados sin derecho a la ayuda humanitaria. La mayoría de ellos duermen en casas abandonadas cerca del campo de Idomeni, esperando su oportunidad para cruzar. Tan solo a unos tres kilómetros del control fronterizo, se encuentra el Hara Hotel, un pequeño motel de carretera de diez habitaciones, donde centenares de migrantes van a comer, comprar provisiones y cargar su teléfonos móviles. Pero el lugar no es conocido por los avituallamientos que vende su dueño Simos, sino porque es punto de reunión de traficantes de personas dennacionalidad afgana y paquistaní que se reúnen durante el día para intentar convencer a sus paisanos de cruzar con ellos. Algunos les prometen que van a pasar escondidos en coches, aunque la oferta más común, es un servicio de guía y cruzar las frondosas montañas a pie.

«No te puedes fiar de ellos, cuando llevas unas horas caminando para bordear las vallas macedonias, te asaltan o te dejan tirado», dice Abudllah, un marroquí de Casablanca, que ha intentado cruzar cuatro veces. El peligro no es sólo que los hampones les roben o estafen, sino que las agresiones del Ejército macedonio que patrulla sobretodo por las noches.

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