Fracaso colectivo

Diario Sur, , 29-01-2016

A Aylan la vida le jugó una mala pasada tras atravesar un océano de injusticias y un desierto de insolidaridad; Diego se quitó su vida en un arrebato de soledad e impotencia. Dos formas crueles de morir a una edad tan temprana en la que no habían descubierto ni la inocencia, por lo que no llegaron a saber que la maldad nos rodea todos los días de nuestra existencia. La muerte de Aylan removió la conciencia de la humanidad y su cuerpo inerte fue portada de casi todos los diarios del mundo que por fin ponían el foco en la crisis migratoria siria; Diego murió por lanzarse al vacío de la incomprensión y su muerte apenas acaparó la atención de los medios. Al primero una maldita guerra llevó a su familia a huir en busca de una vida mejor, sin pensar un instante en que podía perder la vida. Al segundo un maldito juego de niños derivó en acoso escolar, sinónimo de funestas consecuencias en esta España del siglo XXI tan irreconocible.

La imagen de uno en la playa de Turquía y el recuerdo del otro en el asfalto de Madrid atormentan el alma porque no se intuye solución a la vista ni responsabilidad con las que mitigar el dolor. Es la mayor frustración del ser humano ante la sinrazón de la política, incapaz de encontrar respuestas a problemas que nunca deberían plantearse.

El sufrimiento de un niño es un fracaso de la sociedad, que parece haber cerrado los ojos al problema de la inmigración y a lo que ocurre intramuros en los colegios, cuyos recreos son potros de tortura cuando deberían ser columpios de diversión.

Y cuando no nos habíamos recuperado de esa sensación de vacío que provoca el sinsentido de las cosas nos topamos con Alicia, que a sus 18 meses ni llegó a aprender a hablar ni a escribir para así poder quejarse de los abusos a los que presuntamente le sometía la pareja de su madre. Quizás alguna vez balbuceó, pero eran gritos mudos que no fueron escuchados. Murió en un hospital a causa de los golpes sufridos tras ser arrojada por la ventana en Vitoria en una fría tarde de enero, un mes gélido por naturaleza, que nos heló el corazón, incapaz de palpitar con normalidad ante tanta atrocidad.

Refugiados sin patria ni fronteras que vagan entre la nieve en busca de un destino, niños acosados por compañeros sin compasión entre el silencio cómplice de la mal llamada amistad, bebés que sufren la paranoia de unos adultos depravados con enfermedades mentales encubiertas. Hay días que desde luego se hace insoportable vivir por no acertar a comprender cómo el sueño de la razón produce monstruos.

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