«Llegan niños al borde de la muerte. El mundo se te cae encima»
Este es el diario de Imanol, un donostiarra de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario, que recoge el horror que vive cada noche en Chíos
Diario Vasco, , 29-01-2016Los refugiados cruzan cada noche el Mediterráneo en su aventura terrible. Europa se muestra noqueada e incapaz de llegar a acuerdos sobre qué hacer ante este drama humanitario y las caras de muchos políticos muestran un gesto de desinterés. Pero en las costas griegas se viven historias como la de Imanol Gómez Muñagorri, socorrista donostiarra y director del operativo de Salvamento Marítimo Humanitario, una ONG guipuzcoana creada para rescatar a quienes llegan a la isla de Chíos por el mar.
O como la de una pequeña de menos de dos años a la que Imanol bautizó como Lucía, el nombre de una de sus hijas, que estuvo al borde de morir y que por fin empezó a respirar. El diario de Imanol, que llegó a estas costas de muerte y desolación el pasado 9 de enero, cuenta su historia, su dolor y la de sus compañeros Borja Olabegoaskoetxea, Iñigo Mijangos, Iñigo Liger, Juan Alegre, Iker Tapia y la neuróloga a la que todos llaman doctora Isabel.
«Hemos participado en más de setenta rescates con las embarcaciones. Las incidencias han sido diversas. Hemos tenido barcos sin motor en medio del canal a la deriva, con vientos de 90 kilómetros por hora y olas de dos metros y medio pero del tipo mediterráneo en tramontana. Ha habido rescates de personas en el agua y embarcaciones pinchadas y hundiéndose, la mayoría por la noche. La tensión es máxima por el pánico creado, pero lo más impresionante son los niños».
Las palabras de este socorrista donostiarra, experto en catástrofes como la del camping de Biescas, se vuelven cada vez más duras. «Es terrible. No solo luchamos para que no se ahoguen sino que, cuando ya están a salvo, ves todas sus pertenencias esparcidas, te das cuenta de que están sin zapatos porque la mar y la rompiente se los han arrancado».
La hipotermia severa, cuenta, hace que muchos se desmayen. Relata la historia de esa niña de menos de dos años al que él llama Lucía. «La noche del día 18, por ejemplo, tuvimos cinco rescates, alguno muy peligroso por las olas y el tipo de costa. Recogimos a varios niños que estaban mal, muy mal, con una temperatura al borde de la muerte. Entonces se te cae el mundo encima. Te hablas a ti mismo porque las lágrimas brotan sin querer. Piensas en voz alta y te das ánimos, te dices ‘venga, sabes hacerlo’. Mientras tanto, tomas sus constantes esperando oír su respiración o su corazón entre la ropa empapada que le quitas rápido».
‘Lucía’ vuelve a la vida
La pequeña y el socorrista en una ambulancia, ambos llegados del mar, ambos envueltos en mantas térmicas. «Le daba calor como si fuera el buey de los belenes, desesperado por generarlo y restablecer la circulación de la niñita. La sensación es de que todo se acaba. El calor químico, la ropa de recambio, las mantas… Pensé en todos mis hijos. A veces, no sé cómo se llaman los niños y les pongo el nombre de los míos. Es un horror. Escribo esto y sigo llorando de rabia y desesperación, porque esta tarde noche volveremos a lo mismo y debemos estar limpios para aguantar tanta desdicha».
Ocurre el milagro. «Lucía, yo le llamo así, cobra la consciencia tras un espasmo que te arruga entero y se abren los cielos. No podrías estar nunca tan feliz como en ese momento. Se ha estabilizado y ya tengo el brazo de Iñigo Mijangos que me alerta de que hay una mujer diabética que no responde».
Necesitan sacar fuerzas. «La noche es oscura y parece que no acaba. Vemos señales muy tenues con teléfonos móviles a casi una milla. Salimos con el barco de rescate hacia la zona señalada. Hace unos dos grados bajo cero y las olas nos salpican. Voy asustado porque los botes neumáticos no se ven hasta que los tienes encima, porque hay que tener en cuenta de que van a oscuras por un túnel de terror para no ser vistos por los guardacostas. Casi me como uno. Paso a apenas diez metros a babor. Gritos y gritos, también de fondo, del barco sin motor, completamente anegado de agua. Toca remolque incierto y nuevamente tengo el miedo en el cuerpo por saber si llegaremos a tierra con 60 personas detrás, unidas a nosotros por un cabo de vida, la noche, el viento y el mar».
Entrada a puerto con nuevas dificultades. «Justo en la bocana, una ola del través les alcanza y les arrastra a ellos y a nosotros a la escollera de puntas. ¿Qué hacemos aquí con tantas vidas detrás? Gracias a ser ya viejo, recuperas la maniobra y otra vez libramos. No sé que pasa dentro de mí, pero quiero correr hacia una playa con sol. No quiero que esta constante y ahogante sensación de pensar que no puedes fallar me domine hasta el punto de besar a mis compañeros porque sí, mientras mi cara se vuelve a humedecer. Otra vez corremos hacia Puda, el peor sitio para arribar y otra vez comienza esta película de miedo sin fin».
La historia de María
Amanece después de estas noches trágicas y se pueden conocer historias que reconfortan. Como la de María. «Ella es una anciana que vive en la esquina sur de la playa de Karfas. Tiene 84 años y ayuda todos los días a los refugiados que llegan allí. Hay un antiguo restaurante cerrado que sirve de almacén de ropa de cambio, donde desviste y viste a los niños para que estén secos». Les escribe cuentos y los ilustra. «El último habla del zorro que quiere comerse el queso del petróleo de Irak. Son Bush y el inglés. Ella fue maestra en Chíos, su marido murió cuando tenía 34 años. Estas personas son como una terapia para nosotros en los momentos de descanso, porque nos reconforta ver la gran cantidad de personas que vienen aquí a ayudar a cambio de nada. Sin casi dinero se juntan varios en una mierda de apartamentos, a veces apenas comen unas galletas y un té y duermen una noche de cada siete. Acojonante, queda gente buena en el globo».
Imanol Gómez Muñagorri se queda en Chíos hasta este sábado. «Cuando vuelva a Donostia, he de impulsar las donaciones y mejorar muchas cosas del sistema operativo de trabajo y de medios. Pero sigo aquí y estoy pensando en que volveré y en que a pesar de llevar casi treinta años en el rescate, esta vez me ha tocado la lotería».
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