Bilbao – La acogida de personas refugiadas no es un gesto de generosidad. Tampoco, insiste, es una concesión que haga el gobierno de turno. Es un derecho que ampara a todas las personas.

¿Cuáles han sido los hitos históricos de CEAR – Euskadi?

- En el año 1992 Euskadi acogió a 133 personas de Bosnia. Tengo una imagen que me ha marcado que es el pasar lista [recita algunos de aquellos apellidos] y la leía en voz alta… Y me acuerdo de muchas naricilllas pegadas al cristal, familiares y amigos que se quedaban. Tardamos un día en evacuar a 133 personas. Y te preguntas, ¿cómo es posible que Europa ahora, con Frontex, Europol, las policías interiores, con Acnur, con mucho rollito no haya podido traer a España más que a 18 en tres meses?

¿Cómo lo harían ustedes?

- A veces nos enzarzamos en protocolos cuando todo es más sencillo. Si se organiza bien podría estar ya casi terminado. El dispositivo de acogida está preparado, lo que falta es la voluntad de los políticos para que todo esto se active. Nos dicen que el proceso de identificación y selección es muy complicado. Oiga, soy un profesional y puedo entender las comprobaciones adicionales porque hay unos temores, pero no es para tanto. La clave está en que ha caído la voluntad de los políticos europeos para que este programa se siga completando. Por lo tanto hay un incumplimiento. Esto es derecho internacional y lo tenemos por escrito [la reubicación de 160.000 refugiados] y como abogado, a lo mejor dentro de un tiempo tendré que hacer una demanda a Europa, exactamente igual que el que no paga la hipoteca. Es que no es una promesa. Está firmado y alguien tendrá que rendir cuentas.

¿Cuál es la situación de los tres ciudadanos eritreos acogidos en Euskadi?

- Son muy afortunados y algún día se lo diremos. Están muy contentos y sobrepasados del calor humano que están recibiendo y de la acogida de nuestra tierra. Para ellos todo eso es excesivo. Y la capacidad que seguimos teniendo de poder a coger más gente, esto quiero dejarlo muy claro, está lista. Por eso nos da una tristeza infinita que no sepamos lo que va a pasar mañana. A lo mejor nos llaman, pero no es previsible; y eso es una catástrofe.