«Pasamos mucho frío y miedo en el barco. Creía que nos íbamos a ahogar»

Uno de cada tres refugiados es un niño. A los Reyes Magos les han pedido «regresar» a una Siria que no esté en guerra, como la dejaron: «En mi barrio cayeron tres proyectiles, afortunadamente no nos pasó nada»

El Correo, Yolanda Veiga, 25-01-2016

Amir Saad Al – din tiene 10 años y mucha fe en los Reyes Magos. Este año les ha pedido «llegar sano y salvo a Suecia», un destino del que aún está lejos, a 2.875 kilómetros tomando como referencia Estocolmo. Ha pasado las navidades en el espacio Amigo de la Infancia de Unicef en Gevgelija, una ciudad en el extremo sureste de la República de Macedonia. A ratos, Amir sucumbe al niño que es, corretea y hace pompas de jabón. Se salpica y la sorpresa le arranca una carcajada que deja al descubierto el huequito del diente que se le acaba de caer.

Amir comparte juegos y destino incierto con otros niños que, como él, huyen con sus familias de una Siria a la que todos quieren volver. «Yo deseo volver a mi país, a Idlib, y ver que está mejor que antes», pide Ahmed Zahar Saad Al – din. Eslam Nabaa sabe que antes de regresar a casa tendrán que intentarlo fuera y ella se dirige con sus padres a Alemania. El padre de Mohamed Adel Egaze se ha adelantado y el crío solo pide reencontrarse con él, y Mohamed Munham Nabaa no acaba de vislumbrar el destino, solo el punto de donde partió: «Quiero volver a Siria». Entonces una se acuerda del follón que se montó en Madrid porque los Reyes Magos de Manuela Carmena no parecían tan regios como otros años y la polémica, de repente, se antoja grotesca.

Unicef lleva meses recopilando testimonios de niños refugiados, que representan el 26% de los solicitantes de asilo en la Unión Europea, y parece mentira que sigan creyendo en la magia de los Reyes. A Mustafá se la ha pasado la edad, pero solo para eso. Para lo demás debería seguir siendo un chaval porque solo tiene 13 años. Al anochecer se entretiene solo con una pelota, haciéndola botar en silencio entre las tiendas de campaña que se amontonan en una explanada en Lesbos (Grecia), a donde han llegado en precarias condiciones por mar.

«Cuando nos montamos en el barco nos dijeron que teníamos que tirar nuestras bolsas, que no se podía llevar nada. Yo tenía algunos juguetes que me gustaban pero no he podido traérmelos. Unos chicos gritaban: ‘¡Viene una ola!’ y también nos dijeron que vendrían los guardacostas a destrozar el barco, que caeríamos al agua y moriríamos. Pero llegó la ola y no pasó nada. Al llegar nos pusimos a caminar, llevamos ya cincuenta kilómetros». Mustafá se dirige a Atenas, y de allí «a Alemania a empezar una nueva vida», lejos de la guerra. «Siempre ha habido guerra donde vivía, una vez cayeron tres proyectiles en el barrio, aunque por suerte no pasó nada. Yo sé lo que es la guerra porque se llevaban a hombres contra su voluntad y habrían obligado a mis hermanos a ir a la fuerza. Pero ¿quién iba a trabajar entonces? Nos habríamos quedado sin dinero». Se ha echado encima Mustafá las preocupaciones propias de los adultos así que las suyas pasan a un segundo plano, pero también las tiene: «¿Cómo voy a hacer amigos amigos ahora?».

Si se cruzara con Malak (7 años) seguro que se harían amigos enseguida. Ella también ha dejado en Siria a los suyos, y a la profesora del colegio a la que tanto cariño había cogido. Dice que con ella los niños nunca estaban tristes y Malak se esfuerza por sonreír porque no le gusta «entristecer a la gente». «Si quisiera poneros tristes os podría contar la historia de cuando iba en el barco. Era tan grande que la primera vez que lo ví me asusté. Cuando subí me gustó y se me pasó, pero empezó a moverse y el agua comenzó a entrar dentro y nos empapaba. Creía que mi mamá y yo nos íbamos a ahogar o que el barco podría hundirse. Hacía mucho frío y estaba muy asustada. Cuando llegamos a la orilla nos fuimos hacia la montaña, era muy alta y cada vez que llegábamos a una cima yo pensaba que ya habíamos llegado. Pero no, había que seguir subiendo».

Los datos

Los niños y niñas suponen un tercio de las personas refugiadas y emigrantes. Representan el 26% de todos los solicitantes de asilo en la Unión Europea.

Los menores representan el 30% de todas las muertes registradas en el Mar Egeo en 2015.

En 2015 un total de 253.700 niños y niñas cruzaron el Mediterráneo y llegaron a las costas de Europa.

La mayoría de niños y niñas que en diciembre pasaron por los Espacios Amigos de la Infancia de UNICEF (lugares cercanos a los centros de registro que hay en las fronteras donde se da apoyo psicosocial, mantas, ropa de abrigo agua potable, juguetes…) eran menores de 9 años. Allí ha atendido Unicef a 81.000 chavales en estos meses.

En diciembre Unicef ha distribuido 13.500 artículos de ropa de abrigo, mantas, cambiadores y mochilas portabebés.

En 2015, se estima que tan solo hasta Serbia han llegado 30.000 menores no acompañados, lo que les convierte en una población especialmente vulnerable.

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