Viena dio ayer el paso que muchos en Berlín anhelan desde hace meses. Con su tope de asilados, el Gobierno austríaco aumenta aún más la presión sobre Angela Merkel y su política de puertas abiertas, contra la que se acumulan las críticas. «Los austríacos lo han hecho, así que nosotros también tenemos que hacerlo», subrayó Andreas Scheuer, secretario general de la CSU bávara, el socio conservador del Gobierno de Angela Merkel. Hasta el presidente, Joachim Gauck, sugirió en el foro de Davos que este año Alemania deberá adoptar medidas para limitar el número de refugiados, después de que en el 2015 el país recibiera 1,1 millones.

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Para colmo, la decisión de Austria llegaba apenas horas antes de que la canciller alemana acudiera a una cita más que incómoda: la reunión de la CSU en el balneario de Wildbad Kreuth. A las flores que le entregó el comité de bienvenida les siguieron las puñaladas. Siendo Baviera uno de los estados federados más afectados por el flujo de llegadas, los diputados de la CSU le exigen a Merkel un límite máximo de 200.000 refugiados anuales.

La dama de hierro no parece ceder a la presión y sigue apostando por una «solución europea» para reducir de forma «apreciable y sostenible» la cifra de solicitantes de asilo. Pero, entretanto, las autoridades están desbordadas. De hecho, ayer unos 200 refugiados, en su mayoría sirios y eritreos, demandaron a la Oficina Federal para Migración y Refugiados, debido al retraso en la tramitación de sus solicitudes, según el diario Rheinische Post.