Quinto país

Diario Sur, , 19-01-2016

Hoy martes está previsto que lleguen a Sevilla los tres bomberos andaluces que fueron detenidos en la isla griega de Lesbos. Lo hacían cuando socorrían a refugiados sirios. Ya están en libertad. Enrique González, Julio Latorre y Manuel Blanco, a pesar de todo lo que han vivido, se muestran dispuestos a regresar a las playas en las que desembarcan cada hora, cada minuto, decenas, cientos de personas desesperadas que huyen de la guerra y de la muerte. Su tarea, como la de centenares de cooperantes, les permite poner rostro a los emigrantes. Lejos de ser números, son personas las que llegan a nuestras costas y ciudades. Aunque puestos a poner número, son doscientos millones de personas. Un hipotético quinto país del mundo en número de habitantes que viven sin tierra. Huyendo. Sesenta millones de ellos son refugiados. Escapan de la guerra, de la muerte y del odio. Personas que huyen como pueden de los conflictos abiertos en sus países. O de las inhumanas situaciones a las que han tenido que hacer frente. Desgraciadamente la solución no está al alcance de la mano de cualquiera. Y de un día para otro, menos. Por mucha buena voluntad que se le ponga. Por eso es necesario trabajar de manera transnacional. Vinculando origen, tránsito y destino. El Papa Francisco recuerda que hay mucho que llorar por el mundo para que el alma no se seque. No podemos olvidarnos de los que llegan. Como tampoco podemos olvidarnos de los que no han podido escapar de los conflictos. Es recomendable visualizar las causas de este éxodo y derribar estereotipos ante una población que se ha visto forzada a dejar sus países. Hay que derribar mitos falsos desde la intelectualidad. Con datos y rostros concretos porque necesitamos activar el corazón. Estamos viviendo una de las mayores crisis de migración de la humanidad. El mundo está viviendo el mayor conflicto migratorio de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Estamos siendo espectadores y protagonistas de un éxodo masivo que sitúa a la ciudad de Melilla, ciudad de la diócesis de Málaga, como una de las puertas de acceso al sueño occidental. Y el mar. El Mediterráneo se ha convertido en la frontera más desigual y mortífera del mundo. Cada primavera y verano nos sumergimos en un mar que arrojó el año pasado más de 3.700 muertos. Esta cifra supone un escándalo que clama al cielo. Eran seres humanos como nosotros con derecho a ser protegidos.

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