Musulmanes y “tolerancia pasiva”
Uno tras otro, los estados europeos ensayan fórmulas para acabar con la creencia de que sus comunidades musulmanas viven en su mundo y ese mundo es caldo de cultivo para el terrorismo, la discriminación sexual o la intolerancia...
La Vanguardia, , 19-01-2016Uno tras otro, los estados europeos ensayan fórmulas para acabar con la creencia de que sus comunidades musulmanas viven en su mundo y ese mundo es caldo de cultivo para el terrorismo, la discriminación sexual o la intolerancia. Sin entrar en el fondo de la cuestión lo cierto es que los últimos episodios terroristas en el Reino Unido, Francia o Bélgica fueron protagonizados por ciudadanos criados en estos países. El problema existe, los remedios a corto plazo, no (sin contar, por supuesto, la aplicación estricta de la ley).
El primer ministro británico, David Cameron, salió ayer a la palestra con una serie de propuestas llamativas sobre la comunidad musulmana bajo una nueva filosofía: hay que enterrar la “tolerancia pasiva” respecto a determinadas prácticas discriminatorias y retrógradas en el seno de estas comunidades. Se trata, en parte, de cambiar desde la administración la manera de ser, vivir y relacionarse de muchos musulmanes a la vista de que ciertas prácticas atentan, directamente, contra derechos elementales de las mujeres, como la escolarización de las niñas, y las marginan de facto.
Sorprende semejante propósito en un Estado, el Reino Unido, tan reacio históricamente a homogeneizar a sus diferentes comunidades y etnias, aunque algunos datos avalan el giro del primer ministro: hay 190.000 musulmanas británicas que ni siquiera hablan inglés de forma fluida… Del laissez faire anglosajón a influir activamente en la comunidad musulmana, muy concentrada y hermética en determinados barrios y ciudades de la islas británicas. Sin olvidar la existencia de consejos religiosos musulmanes, que agravan esta discriminación femenina.
Los argumentos de David Cameron tienen peso y parecen centrados en combatir la discriminación de las musulmanas por sus entornos familiares, lo que conduce a anomalías como el desconocimiento de la lengua, la invisibilidad social –el 60 por ciento de las musulmanas de origen pakistaní o bengalí en Gran Bretaña son “económicamente inactivas”, eufemismo de vida recluida– y una mayor vulnerabilidad ante los cantos de sirena del yihadismo.
El discurso de Cameron supone un giro importante en la tradicional indiferencia frente a los comportamientos de las etnias religiosas. El intervencionismo, si se le puede llamar así, supone un alineamiento británico con la corriente mayoritaria de los países europeos que tratan de corregir las tendencias al ensimismamiento social de sectores musulmanes. El Gobierno ha querido demostrar su determinación –Londres no hace política con retórica–: hay un fondo de 20 millones de libras (26,2 millones de euros) para cursos de inglés dirigidos a estas mujeres musulmanas, so pena de eventuales penas drásticas como la expulsión del país. La amenaza velada se antoja de difícil cumplimiento, pero ahí queda, a modo de aviso a navegantes.
Gran Bretaña se suma a la comunidad europea en el intento común y apremiante de normalizar la vida y comportamientos de sus ciudadanos musulmanes (hay 2,7 millones en las islas británicas, de una población de 53 millones). El camino se presenta complicado y ayer mismo la oposición laborista y las principales asociaciones musulmanas del país criticaban los planes del primer ministro por considerar que satanizan una comunidad que ya está en el ojo del huracán. La inacción tampoco es una alternativa.
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