Perseguidos por su fe
Decenas de cristianos escapan del radicalismo islámico y tratan de empezar una nueva vida en la ComunitatCEAR-Valencia reclama que se ayude a las personas que huyen para que «no se jueguen la vida»
Las Provincias, , 05-01-2016Nezar perdió a su bebé en Siria cuando regresaba a casa después de una misa en memoria de su madre fallecida. El coche en el que viajaba con su mujer y el pequeño fue tiroteado y no pudieron hacer nada por salvarle la vida. Sardar y Teresa tuvieron que huir de Pakistán dejando a sus cinco hijos y tras sufrir palizas y amenazas de muerte; mientras que M. A. y su madre octogenaria escaparon de Irak por una campaña de acoso que culminó con el secuestro de su tío. Y todo ello motivado por una única razón: sus creencias cristianas. Tres vivencias que ejemplifican el drama de los perseguidos por su fe.
«Sufren secuestros, amenazas, vejaciones, son tiroteados, se lo quitan todo y hasta son utilizados como escudos humanos», advierten desde la Comisión de Ayuda a los Cristianos Perseguidos y Refugiados de Valencia. Un trágico día a día por el que han pasado, y todavía atraviesan, miles de personas que se ven abocadas a abandonar sus países de origen por sus creencias religiosas y a buscar asilo en Europa. En la Comunitat, durante los últimos años, viene incrementándose la llegada de refugiados cristianos, principalmente procedentes de Oriente Medio, donde el islamismo radical ha desmantelado cualquier atisbo de estado de derecho. La acción de organizaciones como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) o Cruz Roja, entre otras, está siendo vital para el comienzo de la nueva vida de estas personas en España. Gestiones burocráticas para conseguir el asilo, permisos de residencia y trabajo y, en algunos casos, la reagrupación familiar, asesoramiento jurídico, formación en el idioma o los mecanismos para obtener ayudas para el alojamiento o la manutención son sólo algunas de las actuaciones de apoyo que tratan de impulsar estas entidades. Además, están contando también con la colaboración de Casa Caridad, Cáritas y las parroquias para lograr un futuro digno para este colectivo. En general, la Comunitat registró el pasado año más de 600 solicitudes de protección internacional, la mayor parte de personas que huyen de conflictos armados, pero en segundo lugar se encuentran ya los refugiados que piden asilo por motivos religiosos, de orientación sexual o de género. Esta cantidad triplica el número de peticiones que se tramitaron sólo dos años antes (185), lo que pone de manifiesto la tendencia al alza, según las estadísticas del Ministerio de Interior. «Los centros de acogida están llenos, los refugiados ya están aquí», resume el abogado y responsable de CEAR en Valencia, Jaume Durá, que reclama la articulación de mecanismos seguros para que «estas personas puedan pedir la protección sin jugarse la vida en desiertos o en el mar, o tengan que acudir a mafias». Cree que, entre otras medidas, el Estado debería facilitar visados humanitarios y la posibilidad de solicitar asilo en consulados y embajadas, así como incentivar una política que contemple el «reasentamiento, es decir, el traslado desde los campos de refugiados» a zonas seguras.
Además del grave riesgo en el que se encuentran los cristianos en países como Irak, Siria o Pakistán, Durá también pone el acento en «los miles de muertos que ha habido durante años entre los que han intentado llegar a países seguros». Para Empar López, abogada de Cruz Roja en Valencia, «lo importante es abrir vías seguras de tránsito, ya que lo más difícil es que puedan salir de sus países». Recuerda también que en la franja de Oriente Medio «es especialmente grave la persecución religiosa» a raíz de la irrupción de grupos extremistas como ISIS.
En la actualidad, y a la espera de la llegada de un buen número de refugiados sirios, en España se están tramitando ya alrededor de 12.000 expedientes de asilo, por lo que las organizaciones piden más medios, tanto a nivel administrativo como en número de plazas en los cuatro Centros de Acogida de Refugiados (CAR) estatales, uno de ellos ubicado en Mislata. Así lo cree también Olbier Hernández, director del Secretariado Diocesano de Migraciones de la diócesis de Valencia. «El Estado tiene que aumentar ya el número de centros», subraya.
Así, tras «el durísimo viaje que realizan, escondidos en camiones o atravesando montañas», como describe Durá, estas personas pasan unos meses en los centros de refugiados estatales, como una primera fase en su camino para conseguir el asilo o la protección subsidiaria, en función de cada caso. «Allí cubren todas sus necesidades, pero cuando se acaba la estancia sufren una gran desprotección social», advierte López. Tras el paso por los CAR, entidades como CEAR (tanto con sus servicios jurídicos y sociales como en su centro de Cullera), Cruz Roja y ACCEM centran sus esfuerzos en proporcionarles asesoramiento jurídico para tramitar sus solicitudes, mecanismos para solicitar ayudas, y para el aprendizaje del idioma y la búsqueda de trabajo, «pero esta fase no está apoyada suficientemente a nivel social, económico y psicológico», señala la abogada de Cruz Roja. Con la finalización de las prestaciones «se abre una grieta», reconoce Hernández. En este punto, y pese a que las 800 parroquias valencianas y Cáritas llevan más de un cuarto de siglo atendiendo a familias refugiadas, hace poco menos de un año que se han organizado en cinco comisiones, una por cada vicaría de Valencia. «Les garantizamos un alojamiento y sufragamos sus gastos de manutención», subraya el director del secretariado. En este punto se encuentran ya una veintena de familias, en pisos propios de la Iglesia y en inmuebles de alquiler. Cada una de las comisiones se conforma por un sacerdote, un abogado, un mediador socio – cultural, un psicólogo y un agente de Cáritas.
Nezar E. (Siria): «Mataron a mi bebé y ahora trato de volver a ver a mi esposa»
Nezar E. todavía es solicitante de asilo desde 2014, pero todavía no tiene el derecho reconocido. Su formación como ingeniero químico le permitió convertirse en director de una empresa, pero su condición de cristiano y su matrimonio con una musulmana iba a servir de pretexto para que los radicales les condenaran a muerte. «Tuvimos que casarnos en Líbano, pero en Siria no nos hemos podido registrar como matrimonio. Sólo lo saben los amigos más cercanos, ni siquiera su familia», señala. El estallido de la guerra fue el desencadenante para que los islamistas se apoderaran de la fábrica en la que trabajaba y empezaran a acosarles. La mayor tragedia para esta familia residente en Damasco iba a tener lugar en abril de 2012. «Falleció mi madre y, a los 40 días, celebramos una misa en su memoria. Cuando estábamos llegando a casa nos dispararon en el coche y mataron a mi hijo. Tenía poco más de un año», relata con entereza. A partir de ese momento, comenzó su lucha para abandonar el país. Se marchó al Líbano para preparar la huida mientras su esposa permanecía escondida. Trató de buscar amparo en la ONU pero finalmente se dio cuenta de que «la única forma de salir era contactando con mafias». Pero le engañaron. «Queríamos llegar a Suecia, pero sólo me dieron una visa para mi, y para España». Como todavía no tiene reconocido el derecho de asilo no lo puede hacer extensivo a su mujer, que finalmente abandonó Siria en barco y, tras pasar por Grecia, permanece en Alemania.
Teresa B. y Sardar M. (Pakistán): «Vendimos todo lo que teníamos para que la mafia nos sacara»
Sardar M. y Teresa B. tuvieron que vender todas sus propiedades todo para pagar 9.000 euros a una mafia que falsificara sus documentos y los sacara de Pakistán. «Trabajaba con mi excavadora, pero mi jefe, que era protalibán, nos dijo que teníamos que convertirnos al Islam. Nos golpearon y nos acusaron de blasfemia», relata Sardar, mientras recuerda que en Pakistán «los cristianos siempre hemos tenido muchos problemas, pero se han radicalizado mucho». Este matrimonio católico llegó a España a principios de 2010 pero hasta noviembre de 2013 no consiguió el asilo, para el que tuvieron que aportar hasta certificados de la parroquia. Al mes siguiente solicitaron la reagrupación familiar para poder traer a sus hijos, que periódicamente cambiaban de lugar de residencia por el riesgo que corrían sus vidas. El funcionamiento de la embajada española en Islamabad deja mucho que desear. «Llevábamos más dos años para que se resolviera», lamenta el responsable de CEAM. Afortunadamente, los hijos de este matrimonio pudieron llegar a Valencia en Nochebuena.
M. A. (Irak): «Nos dispararon por las ventanas de mi propia casa»
Los problemas de M. A., administrativa en un hospital, y de su madre octogenaria, residentes en Bagdad, capital iraquí, también se deben a su cultura cristiana. «Nos molestaban por serlo, por comer cerdo, nos decían que este país no era para nosotras, que nuestro Papa tiene mucho dinero…», recuerda. Una campaña de acoso que, sin embargo pasó a mayores, cuando los yihadistas secuestraron a su tío «y nos pidieron dinero para liberarlo». «Vivíamos en una zona muy crítica y no era segura para nosotras. El día que recibimos disparos a través de las ventanas decidimos marcharnos. No lo resistíamos más», resume.
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