Mohaimen Alhussin, refugiado sirio: «No hemos venido aquí a matar a nadie»

Un joven sirio explica por qué tuvo que huir de Raqa, su ciudad natal y bastión del Estado Islámico

La Voz de Galicia, LETICIA ÁLVAREZBergen / E. La Voz,, 04-01-2016

Apenas lleva dos meses en Bergen, Noruega. Llegó con lo puesto después de recorrer diez países. A sus 21 años, Mohaimen Alhussin tuvo que huir de su ciudad natal, Raqa, en Siria, cuando quedó convertida en bastión de los terroristas del Estado Islámico. Pero fue el Ejército de su presidente, el dictador Bashar al Asad, quien destrozó su casa. Tres proyectiles que arrasaron todos sus recuerdos.

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«El 10 de marzo del 2013 fue el día que bombardearon mi barrio. Estábamos durmiendo en la calle, no teníamos luz en nuestras casas y nos sentíamos más seguros con el resto de los vecinos. Recuerdo que de repente todo se tiñó de gris y los llantos de los niños inundaron toda la calle», explica mientras ve un vídeo que recoge ese momento en que él mismo gritaba: «¿Dónde está mi padre?».

«Mi corazón latía muy rápido, tenía mucho miedo». Su padre, medico de profesión, se salvó por unos pocos metros cuando intentaba coger el coche para acercarse al hospital. «Dejamos nuestra ciudad esa misma noche y nos fuimos a la frontera. Allí esperamos un mes para cruzar a Turquía», suspira.

Regreso a Raqa
Pero este joven sirio volvió a su ciudad, Raqa, a pesar de la guerra: «Formé parte de la revolución y tenía que mostrar al resto del mundo lo que estaba pasando. Asad nos estaba matando poco a poco». Abrió su cibercafé, el único con conexión a Internet en toda la ciudad, y durante unos meses se dedicó a llamar a los padres de sus amigos para decirles que estaban bien, que seguían vivos.

Las imágenes que tomaron Mohaimen y sus compañeros han recorrido el mundo. «No cobrábamos nada, solo queríamos que en el resto de países supieran lo que nos estaban haciendo», afirma. Sabían que estaban arriesgando sus vidas pero asumieron los riesgos hasta que de nuevo la «mala suerte» llamó a su puerta. «Secuestraron a mi hermano, a pesar de que siempre se mantuvo al margen de la política. Nos pidieron 20.000 dólares, una cantidad imposible de afrontar para una familia siria. Mi padre incluso volvió a Raqa para buscarlo, pero tuvimos que marcharnos de nuevo de la ciudad sin él», lamenta. Siria se había convertido ya en una maraña política con cada vez más milicias sobre el terreno: la familia Alhussin nunca supo quién secuestró a su hijo. Esta vez el «destino», como le gusta decir a Mohaimen, fue piadoso: 20 días después su hermano fue liberado. Pagaron 3.000 dólares.

«Muertes sangrientas»
«Cuando creíamos que nada podía empeorar, llegó el Estado Islámico y tomó nuestra ciudad. Al principio todo iba bien, se dedicaban a predicar sus bondades. Pero no tardaron en empezar a asesinar a los partidarios de Al Asad, del Ejército Libre de Siria y luego a nosotros, los activistas de la revolución», toma aire Mohaimen mientras enseña las fotos de los asesinados. «Muertes sangrientas», incide. «No podía seguir allí, tuve que esconderme y escapar a Turquía».

Mohaimen formó parte de los activistas de Raqqa is Being Slaughtered Silently (Raqa está siendo sacrificada silenciosamente), jóvenes que se juegan la vida para burlar la censura del EI y publicar lo que pasa dentro del centro de operaciones del autodenominado califato. Mohaimen sigue recibiendo amenazas, pero ya no le importa mostrar su rostro, porque su familia está a salvo fuera de Siria y él nunca podrá volver a su país. Empieza ahora una vida nueva a miles de kilómetros de su ciudad, lejos del terror, la muerte y la persecución. «Nos han forzado a esta situación. Siento impotencia y tristeza al ver mi país destrozado sin poder hacer nada. Creedme cuando os digo que teníamos una vida antes de la guerra, éramos felices», asegura mientras fuma una pipa de shisha en su habitación, en el campo de refugiados de Bergen.

Confiesa que no le gusta la palabra refugiado: «En nuestra cultura siempre hemos tratado a los refugiados como hermanos. Les abrimos las puertas de nuestras casas a los libaneses, nunca fueron refugiados, fueron también sirios. No nos gusta que nos llamen así, somos personas que han tenido mala suerte en la vida, como dice mi padre». Su propósito para el 2016: «Cada mañana me levanto en este país, Noruega, con el objetivo de aprender su cultura, de integrarme e intentar que comprendan que no hemos venido aquí a matar a nadie, que no nos tengan miedo. Somos personas normales».

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