Gràcia: Distrito cultural
Una quincena de nuevos locales ha abierto en apenas dos años, agitando la vida artística
La Vanguardia, , 03-01-2016Hace un par de años, Carla Aparicio daba clase de canto en varias escuelas de música de Barcelona. Iba de una a otra, donde primaban el solfeo, el piano, el violín… Ella se ocupaba de dúos, tríos, jazz, aspirantes a triunfito. Hasta que se decidió a concentrar su actividad y montar su propia escuela. Cuando se planteó dónde, no tuvo dudas: Gràcia.
Hace un par de años, las hermanas Alejandra y Carmen Martí buscaban un lugar donde crear un tipo de local que está por bautizar: una tienda efímera, donde las marcas on line pueden vender sus productos durante un periodo breve de tiempo, y donde organizan, como atractivo (y negocio) paralelo, exposiciones de arte. Cuando se plantearon dónde, no tuvieron dudas: Gràcia.
Hace pocos meses, la ilustradora Natalia Zaratiegui buscaba un local en el que abrir una galería dedicada específicamente a la ilustración. No hay muchas en la ciudad. Cuando se planteó dónde, analizó varias zonas, precios y qué vecinos iba a tener y no tuvo dudas: Gràcia.
Hace unos meses, la librera Sara González quería implantar en Barcelona un tipo de tienda que está funcionando bien en Madrid, y en la que el cliente paga la voluntad por cuantos libros le quepan en una mano. Cuando se planteó dónde, un estudio de mercado no dudó: Gràcia.
Y así podríamos seguir hasta una quincena de veces con galerías, librerías o locales de música abiertos en Gràcia hace menos de un par de años, localizados por este diario en un exhaustivo (y con toda seguridad imperfecto) recorrido por el barrio de 30’8 kilómetros, 102 calles, 18 plazas y la anotación de un total de 86 lugares dedicados a la cultura; muchos de ellos son históricos integrantes de un ecosistema que está en la base de la atracción que la zona sigue ejerciendo. Los cines Verdi, Texas o Bosque, el Teatre Lliure, el Teatreneu o el Almería, las librerías Taifa, Aldarull o Capicúa, las galerías Miquel Alzueta o Atelier o las discográficas Bankrobber o Bcore.
Efectivamente, al menos quince lugares acaban de abrir (o de renovar su actividad) en los últimos meses. “Es un barrio muy buscado y últimamente se ha notado un cambio en positivo, ciertamente”, apunta Sebastián Totti, de la inmobiliaria Inmogracia, especializada en la zona, “en parte porque aun con ligera alza mantiene los precios y guarda ese secreto de barrio, casi de pueblo, en pleno centro”.
Carlos García no lleva menos de dos años abierto, sino más de cuarenta. Regenta desde 1974 en la Travessera de Gràcia Discos Surco, por lo que es una voz sabia de cómo es y cómo era el barrio. “Es un barrio muy inquieto culturalmente. ¿Por qué el Verdi, de cine en versión original, está aquí? Por lo mismo que los restaurantes étnicos, más atrevidos: porque la gente se atreve a probar cosas”. Por contra, la clientela de una tienda de discos “ha cambiado porque el barrio ha cambiado, hay muchos más extranjeros”. De ahí que, si antes sabía que del nuevo LP de los Rolling Stones vendería diez ejemplares, ahora va “a ciegas”. Pero si los CD ya no se venden, sí vuelve a vender discos de vinilo y películas en DVD. “He visto que si tengo cosas un poco más artísticas, que no tengan en FNAC o El Corte Inglés, la gente las compra. El cliente se ha sofisticado. Y la piratería ha bajado”.
Carla Aparicio no hizo un estudio de mercado para detectar potenciales clientes para su escuela de canto Espai Cor i Veu, junto a la calle Escorial, sino que cayó en la cuenta de que Gràcia “está lleno de coros”, de que hay decenas de comercios y entidades dedicadas a la cultura y de que es un barrio que a la gente, en abstracto, le gusta visitar.
“Si todo está aquí, tenía que venir aquí”. Tiene 24 años, es de Mollet, estudió en la Escola Superior de Música de Catalunya (Esmuc) y en su segunda temporada ya ha tenido que ampliar su nómina de profesores.
En su conversión a empresaria, se siente “joven y puteada: IVA, renta, autónomos, alquiler… si quiero hacerlo legal, no entiendo que me lo pongan todo tan difícil”. Por ahora le va bien.
Tampoco son de Gràcia Xavier Cortés y Mireia Gispert, que gestionan desde hace un par de años la librería La Memòria, en la plaza de la Vila, en pleno corazón del barrio. “Elegimos Gràcia porque es céntrico. No queremos ser una librería de barrio, porque sin ser especializada, tenemos sólo cosas que nos interesan”.
Cortés, historiador, expone los libros (ensayo, novela, poesía) por periodos. La ficción también explica historia. “No tendría sentido que estuviéramos en Horta, por ejemplo”. En los meses que llevan en marcha han organizado recitales, presentaciones de libros y pequeños conciertos.
Parecido ímpetu tienen Sara González y Xhanti Kaldeli, que son de Madrid y Grecia, respectivamente. Acaban de abrir TuuuLibrería, con libros que cuestan la voluntad y la voluntad de crear en su recién abierto local una suerte de centro cultural de proximidad. Con pocas semanas de vida, ya han comenzado a pensar en talleres de encuadernación, literarios, recitales de poesía, conciertos de pequeño formato…
“Vimos que en este barrio había muchos proyectos solidarios y alternativos, con nuestro espíritu”, explica Kaldeli. Se paga en una hucha, sin más control. Aceptan donaciones, y donan libros a escuelas y hospitales.
Ni es de Gràcia Martí Miret, que tiene un kiosco en el Eixample donde empezó a vender libros de segunda mano a dos euros; lo que era su almacén, en la calle Diluvi, es ahora la librería Consumició Obligatòria, donde ofrece “segunda mano, libros autoeditados y de micro editoriales”.
Miret es un cachondo: aunque sólo sea por cómo tiene organizados los libros, vale la pena una visita. Los de teatro están bajo un rótulo acompañado de una foto de… José Mourinho; los de terror, de José María Aznar; los de cómic, de Rajoy; los de poesía, de Belén Esteban.
“Es difícil que entre alguien y salga sin un libro, porque son productos que, nuevos, pueden costar veinticinco. Yo ofrezco un Antonio Gala por dos euros, por ejemplo. Desde luego, esto no sería así en el Eixample. El secreto, como dice Adolfo Ortega, es no pretender hacerse rico, y el tío sale en la portada de Forbes”.
Miret es de los que hacen que Gràcia conserve el sabor de barrio. Se ha convertido en “programador” de un ciclo de cine alemán en la sala que acaban de abrir sus vecinos, en Diluvi, 5: las Cosas de Martínez.
Allí hubo una masía (luego club de boxeo, cinefórum, refugio antiaéreo y Vendo Oro) cuyo sótano ha sido espectacularmente restaurado por Inés García Albi, periodista cultural de larga trayectoria. Funciona como galería, con la particularidad de que de algunos de sus artistas crea productos que luego vende en la tienda abierta a nivel de calle.
También han recuperado un increíble sótano Amparo Lario y Alegría Suárez, que acaban de estrenar El Amparo de Alegría, una escuela de flamenco que quiere llegar a ser peña y centro dedicado al género.
En los bajos descubrieron y restauraron una sensacional cripta de ladrillo visto, un antiguo horno, al parecer, que han acondicionado y donde en el futuro prevén celebrar conciertos o encuentros con artistas de renombre. El edificio es de 1812.
“Gràcia aúna cultura, gitanos, cine, teatro… Yo diría que es el barrio más cultural de la ciudad”, apunta Lario, bailaora de prestigio, “de manera que aquí teníamos que estar”.
Lo que ha recuperado el pintor y activista cultural Lluc Mayol es una antigua imprenta de Gràcia, con dos viejas máquinas que han sido restauradas por una nueva asociación cultural, L’Automàtica. Allí albergan cursos y aprenden el viejo oficio de la tinta. Mayol es de Gràcia (“nací, crecí y estudié en el barrio, podría decir que tengo ocho apellidos gracienses”), pero es de los que lo han abandonado, por circunstancias personales.
Dani García, de 37 años, también es del barrio y acaba de abrir hace apenas tres semanas en la calle de Milà i Fontanals una nueva galería de fotografía, Fifty Dots. Es fotógrafo y trabajó en publicidad.
“Pensamos en vender a través de nuestra web, pero las fotos hay que verlas, las imprimimos con mucha calidad y nada como verlas sin intermediarios”. “Miramos precios en el Born y tenían un cero más que aquí. Era inviable”. Ahora está en una calle de más tráfico rodado que peatonal, pero la gente “nos ve en el coche cuando va a casa y luego viene a pie a visitarnos”.
Quieren promover la fotografía de regalo y coleccionismo; desde 35 euros. Fifty Dots, que ha substituido a la Pequod, una librería, prepara para este mes su inauguración oficial.
Lo mismo hará Natalia Zaratiegui, navarra que lleva 16 años en Barcelona, donde estudió historia del arte e ilustración. Está “entre emocionada y asustada” ante la inminente apertura de su galería de ilustración, Croma, en la Riera de Sant Miquel.
Como muchos de los entrevistados, ha tirado de ahorros y ayudas familiares para embarcarse en su aventura. “El barrio es una mezcla genial de tranquilidad y ajetreo, y en esta zona están abriendo también algunas tiendas de moda, y eso creo que me ayudará”. Tiene un coqueto patio, donde programará pequeños conciertos y presentaciones. Un espacio impensable en otras partes de la ciudad.
Muy cerca, en la calle Séneca, tiene su galería Beatriz de Quintana, vecina de Gràcia. Después de 22 años dedicándose a la informática, en agosto de 2014 saltó al arte, su afición. Ahora organiza tours de arte contemporáneo por Barcelona y enseña a pintar a niños, prácticamente como en una actividad extraescolar.
También organiza encuentros con artistas (Meeting the Artist) y exposiciones pop – up: las convoca a través de las redes sociales, duran tres horas y suelen ser de artistas jóvenes, con menos opciones de exhibición.
“Cuando pensé en montarlo contemplé barrios más alternativos, sobre todo Poblenou, que está jugando un papel muy activo en el arte, pero detecté este local y me quedé. Gràcia es perfecto, porque tiene halo de pueblo pero está en pleno centro. Como barcelonesa, me gusta el Eixample, pero le falta vida. Muchos de mis clientes son de Gràcia”.
La estructura urbanística es un factor decisivo en esta efervescencia. Las calles son en general pequeñas, de un solo carril, muchas de ellas peatonales o semi.
Es lo que ha atraído a Ruidophoto, una ONG de fotógrafos y periodistas abierto hace menos de tres meses en la calle Montseny, junto al Lliure, y que se dedican al reporterismo social. Llegan desde un piso en el Raval.
“Queríamos estar a pie de calle para darnos a conocer, y por precio esta era la mejor opción”, apunta Pau Coll, uno de los miembros del colectivo.
Con algo más de trayectoria, Fabiola Díaz Soldado gestiona Meetings23, que está reorientándose como galería de arte, en un espacio que fusiona empresa, gastronomía y arte. Es posible gracias a un edificio con distintas alturas, donde combinar las actividades.
También buscó el pie de calle Noemí Batllori, de 39 años, que hace alrededor de un año abrió en la calle Virtud un espacio de trabajo que comparte con otros dos ilustradores. También hace maquetas, de manera que le convenía un lugar con acceso cómodo.
Antes estuvo en Sant Gervasi, pero la no renovación del alquiler del local, coincidiendo con su embarazo, la obligó a cambiar de lugar. Es del barrio, de manera que no fue el precio lo que la llevó cerca de casa, sino la logística. Con algunos de sus trabajos hacen pequeñas exposiciones abiertas al público.
“No surge trabajo de la gente que te ve desde la calle. Pero es muy agradable”.
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