BERTAKO GAIA

Para que las raíces no se pierdan

Un grupo de mujeres musulmanas se reúne dos veces a la semana en la mezquita de Orio para hablar sobre diversos temas que las preocupan, pero sobre todo, para no perder sus orígenes y transmitir a sus hijos de dónde vienen.

Diario de noticias de Gipuzkoa, REPORTAJE Y FOTOGRAFÍA DE ANE ROTETA, 30-12-2015

Mantener un idioma, una religión, una cultura y unas costumbres, y transmitírselas a las siguientes generaciones no es tarea fácil cuando se vive a cientos de kilómetros de la ciudad y país de origen. Conscientes de ese problema, y con la necesidad de reunirse, hablar y debatir sobre diversos temas, recientemente ha nacido un grupo de mujeres musulmanas en Orio. Así, Fatima, Ghariba, Ouarda, Ghizlan, Latifa, Fatima, Aicha y Sonia, entre otras que faltaron a la cita con NOTICIAS DE GIPUZKOA, se reúnen dos veces a la semana en la mezquita de Orio.

Orio fue la primera mezquita que se abrió en la costa, hace ya unos ocho años, y en los primeros años se notaba. Acudían a la mezquita musulmanes de Zumaia, Zarautz, o incluso de Donostia, sin embargo, ahora son muchas localidades las que cuentan con mezquitas, como por ejemplo Zumaia, Errenteria o Irun. Así, los musulmanes de Gipuzkoa se han ido repartiendo porque tienen la posibilidad de acudir a mezquitas más cercanas. No obstante, la mezquita de Orio sigue siendo un punto de encuentro común, y alrededor de 20 mujeres con sus respectivos niños y niñas acuden dos veces a la semana a la mezquita para reunirse y charlar.

Todo empezó cuando Aicha impartía clases de árabe y de religión a los niños y niñas hace ya cuatro años, y como las madres de los más pequeños se solían ver en la mezquita, fue de esta manera como empezaron a reunirse: “Aicha nos propuso que las madres nos inculcáramos, y fue entonces cuando empezamos a juntarnos. Al principio Aicha daba clase a siete niños, y ahora ya son más de 20. Ella se vio en la situación de que no podía con tantos, y empezamos a ayudarle un poco”, relata Sonia Sánchez. Así fue como Sonia, a la que llaman Kautar, empezó a impartir clases de castellano. Y es que las que han nacido aquí necesitan clases de árabe, sin embargo, las que han venido aquí necesitan reforzar o aprender el castellano.

FRUTO DE LA NECESIDAD Es evidente la importancia del idioma, pero el grupo de mujeres musulmanas nació de una necesidad mucha más profunda. “El grupo se acaba de consolidar, porque hasta hace poco no éramos un grupo en sí. Pero ahora sentimos la necesidad de juntarnos y hablar, y es que ahora que nuestros hijos han crecido, sentimos la necesidad real de aprender para poder enseñarles a ellos”, cuenta Sonia. Y esa necesidad viene de que sus hijos e hijas que han nacido aquí se están integrando tan bien en la sociedad vasca, que están olvidando de dónde vienen: “No queremos que los niños pierdan sus raíces. Los niños tienen que saber de dónde son, que son de aquí, pero que también son de allí”, subraya Sánchez.

Y entre las integrantes del grupo de mujeres musulmanas también hay casos de todo tipo. La mayoría de ellas nacieron en Marruecos y han tenido que adaptarse a vivir en la sociedad vasca. Sin embargo, algunas de ellas nacieron en el País Vasco, y su proceso ha sido todo lo contrario, han tenido que mantener su idioma y sus raíces habiendo nacido en un lugar con unas costumbre y una cultura muy arraigada. Sonia, por su parte, no ha tenido que integrarse a la cultura vasca, porque su familia es de aquí, y se hizo musulmana cuando ya era adulta. De todas formas, aunque su apellido es español, reconoce que ha tenido ciertas dificultades a la hora de encontrar trabajo o acceder a un colegio por el simple hecho de llevar un pañuelo en la cabeza: “Noté muchas dificultades cuando me hice musulmana, a la hora de pedir trabajo, para estudiar o también con las amigas” reconoce Sánchez. Sin ir más lejos, Sonia no ha podido estudiar lo que quiere porque no le dejan ir a clase con un pañuelo, lo ha denunciado, y después de seis meses, aún sigue esperando una respuesta.

Todas están de acuerdo, por ser musulmana y llevar un pañuelo en la cabeza no tienen las mismas oportunidades que tiene un español, y por supuesto, también les preocupa que sus hijos e hijas tengan las mismas dificultades.

Ouarda lleva trece años viviendo en Orio, pero por suerte, ella reconoce que no tuvo problemas para integrarse: “Vine sabiendo castellano y la verdad que eso me ayudó mucho. Eso sí, hay que reconocer que te tratan bien hasta que se dan cuenta de que eres marroquí. Entonces es cuando se le cambia la cara a la gente”.

Encantadas en Orio

Dejando de lado esas dificultades a las que han tenido que hacer frente sea en los comienzos de su vida aquí o incluso ahora, todas las componentes del grupo están encantadas viviendo en Orio. “Nunca hemos tenido ningún problema aquí. La gente de Orio es muy abierta, y nunca hemos visto nadie que nos mire raro ni nada por el estilo”, reconocen todas a la vez. Aicha, por su parte, está contenta porque viendo la situación de ahora tiene claro que la situación ha mejorado y mucho: “Estoy muy contenta, porque hace 15 años la situación era peor. La situación de ahora no es lo mismo para nada. La visión o la tolerancia de la gente ha ido a mejor”. Sin embargo, todas coinciden en que todavía queda mucho por hacer, porque no está normalizado ver a una mujer trabajar de cara al público con un pañuelo en la cabeza. Además, creen que abunda la ignorancia sobre la religión musulmana, puesto que entre otras muchas cosas, la gente cree que se lo ponen por orden de los maridos

Estas mujeres son todo un ejemplo y tienen claro lo que quieren transmitir e inculcar a sus hijos. Pero no es nada fácil en algunas épocas. Ahora, por ejemplo, en Navidad, no hay más que festividades relacionadas con la religión, y aunque suelen llevar a sus niños y niñas a la cabalgata de los Reyes o a las fiestas de Carnavales para que no queden excluidos, les explican que no creen en ello. “Por supuesto que no les desplazamos, pero es importante diferenciarles en qué creemos y en qué no creemos”, concluye Sonia.

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