“Los niños llegan aturdidos”
Asustados, empapados, hacinados en lanchas de usar y tirar, con los motores más baratos, el combustible justo y chalecos salvavidas que a veces son un fraude. Así ven llegar a los refugiados los voluntarios vascos desplazados a Grecia
Deia, , 20-12-2015DICE Borja Olabegogeascoechea que la mirada de los refugiados que se juegan su última baza en el mar transmite “miedo y desesperación”. Y no es que lo intuya a través de la pantalla. Lo ha visto con sus propios ojos esta semana, en mitad de la noche, a la luz tenue de los teléfonos móviles, en las aguas del Egeo entre la isla griega de Chíos y la costa de Turquía; ellos en una lancha de usar y tirar, él a lomos de una moto acuática. “No tiene nada que ver con lo que ves en la televisión. Cuando encuentras las embarcaciones, que son un puntito prácticamente invisible en la oscuridad total, el sentimiento es indescriptible. Se te pone la piel de gallina”, confiesa este patrón de rescate, voluntario de la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH). Todavía parece erizársele el vello al revivir su primera intervención y cómo esa angustiosa incertidumbre impregnada en los rostros se tornó en “gritos de alegría y oraciones de agradecimiento a su dios porque habían sido encontrados y alguien les guiaba a buen puerto”.
Tras un larga travesía burocrática, Borja apenas lleva unos días trabajando sobre el terreno, pero ya ha puesto cara a este drama humanitario. “Los refugiados llegan reventados, helados y empapados. Los niños llegan aturdidos por el hacinamiento, el frío y la humedad y perciben el miedo que les rodea”, atestigua. La desesperanza es tal que hay quien está dispuesto a renunciar a lo que más quiere, como “un señor que entregaba a su hija de 20 años a cualquiera que le diera una vida mejor”.
Por si huir de la guerra con lo puesto no fuera suficientemente desgarrador, ni aventurarse a la mar aferrado a un chaleco lo bastante arriesgado, las mafias se ceban con los más vulnerables. “Los traficantes separan a las familias que no tienen dinero. Mandan a un varón en uno de los botes con los refugiados para que devuelva el bote a la costa turca. Si cumple, toda la familia viene gratis. Si lo pillan, le meten siete meses de cárcel por cada persona que ha transportado ilegalmente”, denuncia Borja, quien deja constancia de lo “precarias” que son las embarcaciones, pese a que el billete por persona ronda los 500 euros. “Son de muy mala calidad y artesanales, de un solo uso, no ofrecen ninguna garantía. El combustible es muy limitado. Si la corriente o el viento los abate, no llegan a la isla griega”, advierte. Los chalecos salvavidas que van tapizando de naranja playas y puertos en ocasiones son un mero adorno. De hecho, en un vídeo colgado en Facebook el propio Borja rasga un chaleco de niño para extraer el relleno y demostrar que se trata de un cruel engaño.
Como marinero y patrón de rescate tiene asumido que su obligación es tender la mano a los náufragos hablen el idioma que hablen. “La muerte por ahogamiento es una de las más horribles” asegura, y añade que “no hay mejor almohada que una conciencia tranquila”. La suya se retorcía cada vez que arribaban noticias de grandes tragedias en la mar: Lampedusa, Grecia… Hasta que un día se levantó del sofá, descolgó el teléfono y comunicó a otro socorrista su decisión de arrimar el hombro. “Intenté venir con otra organización, pero me daban largas. Entonces decidimos crear SMH para poder venir”, explica. Antes se despidió de su trabajo de invierno como segundo oficial de máquinas en barcos pesqueros. “En verano tengo un empresa de chárter en Getaria. Tanto como para comer ya sacaré, que algunos hoy en día no tienen ni eso”.
Consciente de que hay quien puede considerar sus acciones “temerarias”, se reafirma en su cometido. “Si rescato embarcaciones y personas en Euskadi, ¿por qué no lo voy a hacer en otra parte del mundo para ayudar a quienes han tenido que escapar de su país por una guerra que ellos no han provocado? Ante la parsimonia de las autoridades europeas y la falta de medios, de personal cualificado y técnico, aporto mi gota de ayuda en este mar de tragedia y abandono. Si no nos ayudamos nosotros, ¿quién lo va a hacer?”, se pregunta y recuerda que “hace no muchos años salió de Santurtzi el barco La Habana cargado de refugiados vascos. Las cosas se nos olvidan rápidamente”, lamenta.
Borja es voluntario de la Cruz Roja del mar, ha llegado a sacar cadáveres del agua y ha viajado durante meses por África, donde ha visto “situaciones duras”. A pesar de tener “un interruptor en el cerebro” para poder realizar su labor con eficacia, reconoce que nadie está preparado para dramas de “semejante magnitud”. De hecho, a la isla de Chíos, en la que están destinados los voluntarios vascos, llegan hasta 1.500 personas al día. “Nos encontramos ante la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial”, afirma.
Con la “satisfacción” de poder poner en práctica “lo aprendido”, Borja se acuesta cada jornada pensando en qué le deparará el nuevo día, si hará bien su trabajo… “Espero que no tengamos una tragedia que nos sobrepase, pero siempre hay que ponerse en la peor situación posible para afrontarlo y realizar nuestro cometido con la máxima efectividad, conscientes de que todo no lo podemos hacer, pero sí todo lo que este en nuestras manos. Hemos venido a esto. Pase lo que pase, me iré tranquilo con mi conciencia”.
Tampoco Patxi Martínez, instructor de buceo profesional en Getaria, olvidará nunca “los saludos de los refugiados” que alcanzan la costa de Chíos tras navegar unas 4 millas. “He visto rostros con miedo, caras de desesperación, que tornaban al alivio al ser bienvenidos y ayudados. Se les da bebida y algo para comer, ropa seca que traen las ONG…”, enumera este voluntario de SMH, que ha abierto camino, junto a Borja, para la llegada por turnos del resto de sus compañeros. “Son familias enteras, desde niños de pecho hasta ancianos, que seguro que no vienen a invadirnos voluntariamente. Son víctimas de una guerra”, subraya. “Las embarcaciones que consiguen llegar se desguazan inmediatamente y los motores, que son chinos, los más baratos, solo para una travesía, los requisa la Policía”, detalla.
Cuando surgió la idea de crear la ONG Patxi se apuntó sin dudarlo. Su motivación, “poder socorrer y ayudar a inocentes que se ven abocados a salir huyendo de su país” y dejar atrás “sus vidas, que son como las nuestras, con sus trabajos, sus niños, sus problemas cotidianos…”. Con los familiares “preocupados” y “orgullosos” a partes iguales, Patxi admite que “nunca se está preparado suficientemente para presenciar un drama de estas magnitudes” y confía en que “con la preparación adecuada” no les cause “un trauma psicológico irremediable”. Eso si llegan a enfrentarse a escenas, que hasta ahora solo han visto por la tele, de “embarcaciones atestadas de gente que naufragan antes de alcanzar la orilla dejando un reguero de muerte y desolación”. Tragedias que dejan de tener repercusión mediática, denuncia, “una vez que han alcanzado el horror máximo con imágenes de niños ahogados en la orilla. Mañana ya no será noticia, pero sigue sucediendo todos los días…”.
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