Si algo tienen las campañas electorales norteamericanas es que siempre surge algún candidato que mantiene vivo el interés en una contienda donde todo se dirime entre los dos grandes partidos: el conservador Republicano y el también conservador, pero menos, Demócrata. Si bien parece que por el bando demócrata Hillary Clinton avanza con cierta firmeza, en el republicano todo está por decidir en una reñida contienda, sobre todo por la presencia del millonario y siempre polémico Donald Trump. Y es que este curioso personaje arrancó su campaña arremetiendo contra los mexicanos y la emigración ilegal, después no dudó en emitir calificativos despectivos sobre las mujeres y, tras el atentado terrorista islamista en San Bernardino, se ha cubierto de gloria afirmando que si llega a la presidencia impedirá la entrada de musulmanes a Estados Unidos. Lo cierto es que, lejos de reducir su popularidad, Trump no solo sigue firme en las estadísticas, sino que va aumentando, hasta rondar el 30 % de los votos.

Obviamente, sus exabruptos son una hábil argucia para mantener su presencia en los medios a coste cero, pero también son una manifestación de una tendencia ideológica que se corresponde a una actitud defensiva ante el que es diferente.

El fracaso de los otros partidos deriva en el éxito del extremismo excluyente que se extiende por Europa, algo que debería de preocuparnos porque hace menos de un siglo nos condujo a la Segunda Guerra Mundial.