Un siglo buscando justicia

BOXEO. Llega al Congreso la petición de que Obama ‘indulte’ al primer campeón negro, Jack Johnson, condenado por inmoralidad en 1913

El Mundo, ÁNGEL GONZÁLEZ, 07-12-2015

«Soy Jack Johnson, soy negro. Nunca dejasteis que olvidara que soy negro; nunca dejaré que lo olvidéis». Su lema vuelve a retumbar entre los disturbios raciales en Estados Unidos por la brutalidad policial. Ha pasado más de un siglo y el fugitivo, linchado por la opinión pública, yace desde 1946 en una tumba donde hasta su apellido se borró. «¿Por qué Estados Unidos todavía tiene miedo de Jack Johnson? ¿Temor? ¿Indiferencia? ¿Ignorancia de su historia?», le preguntaba William C. Rhoden (New York Times) a John McCain la pasada semana. El republicano admitía: «La combinación de las tres».

Figuras políticas y culturales tan dispares como John McCain, unido aquí a algunos rivales demócratas, el cineasta Ken Burns (autor del documental Imperdonable negritud, 2004) o Mike Tyson llevan desde 2009 recogiendo firmas para obligar al presidente a que restaure el honor de Jack Johnson –con permiso de Ali, la figura más controvertida de la historia del deporte estadounidense–, el primer campeón negro de los pesos pesados, sentenciado por acostarse con mujeres blancas.

Ni Bill Clinton ni George Bush se atrevieron a indultarle a título póstumo. El mito está, quizá, ante la última oportunidad, en el último año de Barack Obama en la Presidencia. McCain lideró la iniciativa ante el Senado y ahora, con la causa ya en el Congreso, quiere que el presidente y el país tengan la grandeza de reparar la injusticia histórica.

Figura troncal del boxeo, Jack Johnson es la leyenda de un indomable contra el statu quo de la época. El gigante de Galvestone (Texas, 1878), hijo de esclavos, creció para el boxeo en los ilegales Battle Royal, donde los negros eran encapuchados y obligados a pelear a ciegas para diversión y sadismo de los señoritos blancos. Con 21 años se hizo profesional y en 1904 ya era el campeón negro de los pesados, vetados aún para luchar con los blancos por el título. Persiguió por medio mundo a Tommy Burns, y al final lo cazó en Sydney. Lo humilló con su superioridad técnica y física y la policía paró el combate. Incluso prohibió que se difundieran las imágenes.

Y ahí se abre la veda contra el gigante de 1,88 metros y 96 kg. Los medios de comunicación –con el inolvidable Jack London al frente– lanzan una multitudinaria campaña en favor de La Gran Esperanza Blanca, Jim Jeffries, el elegido para la venganza contra «el simio Johnson», que luce sonrisa retadora, colecciona coches, y amantes y esposas blancas –eso tampoco entusiasma a sus hermanos negros–. Y un Día de la Independencia (Reno, Nevada, 4 de julio de 1910, en la imagen superior) sale indemne de una encerrona insuperable. Jim Jeffries, el campeón blanco invicto al que se obligó a volver para restaurar el orden racial, sucumbe. En el verdadero combate del siglo, fue recibido con la reverberación sonora de 15.000 blancos gritando: «¡Mata al negro! ¡Mata al negro!». En vez del himno de Estados Unidos, sonó la racista y sureña Todos los mapaches [despectivo de negros] me parecen iguales. Johnson le recetó a Jeffries la mayor paliza de su vida, en un combate pactado a 45 asaltos. La esquina del retador arrojó la toalla con su gladiador en colapso en el 15º asalto. Tras el triunfo de Jack Johnson, 23 negros murieron en la peor ofensiva racial hasta el asesinato de Martin Luther King (1968).

Como no podían domesticarle en el ring, le sacudieron fuera, con su condena, en 1913, por violar el Acta de Man, que impedía que un hombre atravesase la frontera acompañado de una mujer [su novia blanca] con «propósitos inmorales». Sentenciado a un año de cárcel, huyó y como fugitivo siguió pecando y peleando cinco años, en París, Londres, Buenos Aires, Barcelona o Madrid, donde hizo pinitos toreros con Joselito el Gallo y Juan Belmonte. Antes regaló su corona al gigante blanco Jess Willard (La Habana, 05-04-1915), en el 26º asalto, según su agente, para que le permitiesen entrar en EEUU y visitar a su «anciana madre en su lecho de muerte» –cumpliría, además, su condena de un año de cárcel–. El púgil ofreció otra versión: «Fingí el KO cuando mi mujer [la rubia Ruth Cameron] me indicó que ya tenía el dinero acordado».

Tras su orgullo, se cerraría la puerta a los negros otros 22 años, hasta que Joe Louis, el Bombardero Marrón (por no llamarle negro), arrebató el título a James J. Braddock (Cinderella Man), el primero de ocho campeones que aceptó medirse a un negro –negoció, eso sí, un impuesto racial (¿el 10%?) de lo que su verdugo ganase en unos cuantos de los combates posteriores–.

Si América no perdonó a Ali, el renegado de Vietnam, el mayor símbolo de la historia del deporte, hasta que lo vio con Parkinson encender el pebetero en los Juegos de Atlanta’96, ¿se atreverá Obama a hacer justicia con Jack Johnson? «No es que Jack Johnson necesite la redención. Somos nosotros», responde William C. Rhoden.

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