sociedad
La ‘invasión’de tres eritreos en Euskadi
La gala de SOS Racismo se convierte en una sátira mordaz que clama por redoblar la solidaridad con los refugiados
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 06-12-2015donostia – El goteo resulta casi sonrojante. Dos meses después de los acuerdos alcanzados para el reparto de refugiados, son doce las personas que han llegado al Estado procedentes de ese éxodo masivo, sin parangón desde la Segunda Guerra Mundial, en el que millones de personas, principalmente de Siria e Irak, huyen de la muerte y la miseria. El Estado, sobre el papel, va a ser el tercer país más “solidario”, con la bienvenida a casi 16.000 asilados. ¿Dónde están? ¿Por qué no vienen? El ritmo es más que lento y, en Euskadi, salvo los tres ciudadanos de Eritrea acogidos en Bilbao, no se tienen nuevas noticias. “¿Acaso nos han invadido? No es sentimentalismo, es humanidad. La UE tiene que cumplir con los acuerdos establecidos”. Fue un discurso serio y directo el empleado ayer por Agustín Unzurrunzaga, de SOS Racismo, durante la gala solidaria en el teatro Victoria Eugenia Donostia, que reunió a centenares de personas de diferentes nacionalidades, también muchas de ellas guipuzcoanas, que cantaron hermanadas A desalambrar, de Victor Jara.
Un discurso, el de Unzurrunzaga, que contrastó con la desenfada propuesta escénica de la gala, en la que el actor Javier Merino destiló xenofobia para dar y regalar, convertido para la ocasión en líder de un partido político – Habitants – , que defendía “una Europa en la que caben casi todos. No somos racistas, sino racionales. No nos engañemos, somos como el agua y el aceite. Nosotros comemos jamón; ellos cuscús”. Aplaudía sus palabras, como hacen los políticos pelotas sobreactuados, el actor Santi Ugalde, su mano derecha durante la actuación, acompañada de la actriz Ane Gabarain, que tiró de porrón de kalimotxo.
armados de humor La sátira desató más de una sonrisa. Y quizá sea el humor, en el contexto bélico actual, con el bárbaro precedente de los atentados de París, la mejor de las armas para denunciar ese terreno de nadie en el que parecen haberse quedado tantos refugiados que, según denunció SOS Racismo, han pasado en los últimos tiempos de “víctimas a supuestos sospechosos”.
Hubo testimonios en primera persona de lo necesaria que puede llegar a ser una acogida solidaria. Entre el público se encontraban la ucraniana Kateryna Kiasanova, de 29 años, y Roger Mobembo, de 47, nacido en la República Democrática del Congo.
Los dos han tenido que huir de su país. Kiasanova tan solo lleva once meses aquí. “Comenzó la guerra, y tuve que dejar la casa, los amigos y la familia”, relató en un perfecto castellano. Incluso se ha puesto a estudiar euskera. “No puedo volver a mi país, mi ciudad está ocupada y destruida, y trato de rehacer mi vida aquí”. Mobembo llegó hace ocho años. “Allí no hay democracia, ni libertad de expresión. Fui víctima en primera persona de todo ello”. Y decía que fue “muy duro” dejar su país. Y recordaba ayer cómo tuvo que cruzar el río de noche para escapar sin ser advertido. “Tuve que estar escondido durante varios meses. En la República Democrática del Congo te pueden matar si vas en contra del Gobierno”, desveló. Este hombre, bibliotecario de formación, que ha estudiado un grado de Informática en Bilbao, se ha encontrado ahora, después de años de residencia, con la desagradable sorpresa de haber recibido “la denegación de asilo y una orden de expulsión”.
Por el momento solo han llegado a Euskadi tres eritreos, pero se cuentan por centenares los refugiados que han ido alcanzando el País Vasco durante los últimos años, cada uno de los cuales corre su suerte. Para estas personas también se pidió ayer “diseñar un plan de acogida”, aprovechando los recursos habilitados con los que, sobre el papel, se va a atender a unos asilados que siguen sin llegar.
El acto concluyó con el reconocimiento a las 248 familias que participaron hace dos semanas en las comidas de encuentro entre población local y foránea. Entre ellas se encontraba el afgano Mohamed Yasin, de 47 años, que saludó afectuosamente a Antxon, el vecino de Tolosa de al lado.
Apenas cincuenta metros les separa una vivienda de la otra. “Antes nos veíamos y nos saludábamos, pero no hablábamos. Ahora somos como amigos”, decía el tolosarra. La mujer de Mohamed asentía pero sin soltar prenda porque no domina el castellano. Su hija, Jovairia Bibi Haya, ha tenido la suerte de no conocer la invasión estadounidense en la tierra de su padre. Ocurrió en Afganistán en 2001, una decisión militar que, sin duda, marcó el curso de los acontecimientos.
(Puede haber caducado)