Agitados por una crisis migratoria sin precedentes y por el temor que han sembrado los ataques terroristas de París, los daneses se lanzaron ayer a las urnas para decir no a una mayor integración en asuntos de Justicia e Interior con el resto de la Unión. El electorado euroescéptico, muy movilizado (53,3% de los votos), venció a las fuerzas y los argumentos de quienes pedían el sí (46.7%) asegurando que Dinamarca podría conservar su derecho a abstenerse de cualquier iniciativa relacionada con la acogida de más refugiados.

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El resultado del referendo es un revulsivo para las fuerzas euroescépticas de otros países. Sus consecuencias pueden generar un efecto dominó. Si Dinamarca se aleja y se repliega, traspasando la gestión migratoria a sus vecinos, otros le seguirán. Suecia podría llegar a cerrar todo un símbolo de la integración europea como es el puente de Oresund, que une a los dos países escandinavos. Un «paso dramático», para la ministra sueca de Infraestructuras, Anna Johansson.

Atenas claudica
Por otro lado, Atenas se rinde y pide ayuda. El Gobierno de Tsipras lleva meses tratando de esquivar los ofrecimientos de Bruselas para controlar sus fronteras, pero ayer terminó claudicando tras una semana de serias advertencias y un ultimátum de sus socios: o pone orden en sus pasos fronterizos o se suspende a Grecia del acuerdo de libre circulación Schengen. Tras numerosas cumbres y consejos los líderes asumen con resignación que de nada han servido los acuerdos firmados. Desde el 1 de noviembre, alrededor de 50.000 personas desplazadas alcanzaron las costa griega. «La escala es inmensa», asegura la Comisión Europea.

Ante el temor a que los ministros del Interior diesen hoy en Bruselas un paso adelante hacia su suspensión, Atenas activó ayer el mecanismo civil de emergencia. Grecia solicita a la UE ayuda para la atención básica de refugiados. También ha cedido a la presión comunitaria y ahora solicita el despliegue de efectivos de Frontex en la frontera con Macedonia.