Hay una iglesia que cumple el mandato dado por el papa Francisco hace dos meses en favor de los inmigrantes. Se trata de la iglesia de Tánger, minúscula en extensión y en poderío económico, pero enorme en generosidad. Ha llenado sus templos de niños hambrientos, recogidos de la calle, de mujeres maltratadas, violadas o abandonadas, junto a sus pequeños, de dementes que no interesan a nadie, Es una iglesia, según cuenta José Antonio Pagola en Vida Nueva, en la que se da culto al Dios de la misericordia, al Padre defensor de los pobres. Allí prestan servicio a los inmigrantes algo más de una docena de congregaciones religiosas e institutos seculares, limpiando sus cuerpos, curando sus heridas y acariciandoo sus corazones. Nadie se entera en Europa, ni en los medios de comunicación. Huyendo del hambre y la miseria que azota a los pueblos subsaharianos han ido llegando estos últimos años hasta esta minúscula iglesia hombres y mujeres extenuados por la dura travesía del desierto y maltratados sin piedad por diferentes mafias. Solo les mantiene en pie la esperanza de encontrar un bocado de pan y un techo en los templos de Tánger. Esta iglesia, del obispo Santiago Agrelo, vive hoy indignada. No puede callar ante la tragedia inhumana de lo que está sucediendo en las fronteras sur de Europa. En los últimos veinte años, según denuncia el prelado, han perdido la vida en esas fronteras más de 20.000 personas. Esta iglesia se ha convertido en la voz de esos pobres emigrantes que no tienen voz alguna, y también la voz frente a estados y organismos internacionales, como el sistema europeo de vigilancia de fronteras (Eurosur). La iglesia de Tánger está desbordada. Todas las semanas se acercan hasta el monte Musa y el bosque Bel Yunes, en las cercanías de Ceuta, “donde malviven unos 600 magrebíes, acosados, cuenta el obispo, por las enfermedades, la intemperie, los militares, la corrupción, el miedo y la desesperación”. Afortunadamente, hay una iglesia justa sobre la tierra. .