28ª edición de la carrera popular

¿Y ahora qué? ¿Más de lo mismo? La evidencia de un fracaso

Deia, Por Jon Leonardo, 20-11-2015

YA no quedan palabras ni llantos a los que recurrir después de tanta barbarie. Los medios de comunicación escupen palabras altisonantes, declaraciones ampulosas, todas ellas cargadas de un espíritu que ciega el análisis y la reflexión pausada. Es una enorme cacofonía mediática repetida una y otra vez, que persigue el objetivo de dar una imagen falsa de seguridad y de fortaleza ante la evidencia de que el miedo, hasta ahora líquido, ha pasado a ser real. Como puede fácilmente comprobarse, el temor, la seguridad, esas instancias hasta cierto punto inmanejables, son manipuladas adecuadamente y están provocando una retirada de la Sociedad Civil y de la Política, con mayúsculas, hasta extremos insospechados. Todo el discurso dominante de los mass media se centra casi exclusivamente en un reguero de medidas de orden policial y penal, apenas asistimos a discursos reflexivos que den cuenta de por qué hemos llegado donde estamos y, sobre todo, qué debería hacerse. No interesa.

De nada sirve apelar a evidencias que muestran que la lógica militar instalada en el seno de las sociedades occidentales no ha sido capaz de garantizar un mínimo de seguridad, incluso al precio de sacrificar lo más importante de la condición humana: la libertad. Los datos están ahí: Torres Gemelas, metro de Londres, Madrid, París…, cada vez que sucede una catástrofe de esta naturaleza aparecen las mismas declaraciones altisonantes, los mismos posicionamientos, en una huida loca hacia delante de quien no sabe (¿?) adónde va. Sí, sí se sabe, llevamos años asentados en una civilización que tiene como ejes estratégicos de actuación el despliegue y control tecno – militar sustentador de la lógica por el dominio de los recursos energéticos y materias primas. Hemos puesto y depuesto dictadores, hemos pactado, hechos regalos y, cuando ha convenido, protegido a regímenes corruptos a nuestra conveniencia; hemos arrasado sociedades enteras, eso sí, en nombre de los valores de la civilización de occidente; nuestra historia reciente es un cúmulo de fracasos edulcorados en nombre de los más altos ideales. Las contradicciones, barbaries y conflictos de las sociedades intervenidas han hecho el resto.

Algo ha cambiado Pero algo ha cambiado. Estábamos convencidos de que el horror desplegado era invisible, en el mejor de los casos, simple entretenimiento televisivo en el entreacto de una noche de partido de fútbol o de fin de semana. Es más, contemplo estupefacto cómo hemos desarrollado una amnesia selectiva para desvincular las relaciones causa – efecto de nuestros actos execrables y de sus respuestas idénticamente bárbaras. Es más, para ello nos hemos servido hipócritamente de la adecuada manipulación del lenguaje capaz de distinguir entre nuestras intervenciones armadas y sus actos terroristas. Y todo ello, insisto, en nombre de la paz y de los más altos ideales.

Como digo, lo que otorga dramatismo a hechos como el de la discoteca es la visibilidad que adquiere el horror de esta lógica militar en la que estamos inmersos. Cuando se hace visible, y está delante de nuestras narices, cuando no es simplemente una referencia televisiva, de repente, despertamos de nuestra somnolencia y nos preguntamos estupefactos: ¿Cómo es posible esto? Y nuevamente construimos una explicación ad hoc que establezca distinciones entre un horror bueno y otro malo. Rápidamente trata de establecer distinciones entre muertos de primera, a los que debemos honrar, y de segunda, esos que no ocupan más que medio minuto en el prime time televisivo, mientras el yogur de la noche trata de hacer la digestión del televidente que asiste impasible a esa rueda macabra que hemos asimilado a modo de destino inevitable de esa sinrazón que sacude a los menos privilegiados.

Y en este baile de máscaras, son la Ética, la Razón Política, las sacrificadas en un altar interesado de razones hipócritas que tratan de justificar su barbarie, pervirtiendo su naturaleza universal hasta el punto de que la identificación con los primeros se hace a costa de los segundos, de tal modo que la sospecha se convierte en un atributo natural entre el Nosotros y Ellos que erosiona cualquier atisbo, cualquier apelación a una instancia, institución o derecho intermediador. Solo rige la lógica conmigo o contra mí. ¿A alguien le extraña propuestas como las de Sarkozy proclamando que se pongan localizadores (como a los perros) a todos aquellos que supuestamente son sospechosos en no se sabe dónde que registros policiales? A mí, no. Todo vale para salvar el objetivo principal: la caza del terrorista, no importa que se lleve por delante a cualquier persona por el hecho de sus distintividad étnica, religiosa o similar. La distorsión llega hasta tal punto que somos capaces de no distinguir entre refugiados y terroristas. Terrible.

Escalada de agresión Pero si este es el primer acto, el segundo tiene que ver con el relativo al papel de la política y de las instituciones. De repente, todo el sistema institucional se desvanece como por encanto: Schengen, los sistemas de garantías constitucionales y demás; todos operan en beneficio de situaciones de excepcionalidad permanente: estados de emergencia, de sitio y demás. Renace la lógica estado – nacional con toda su carga simbólica y emocional al servicio de un espiral de reacción sin saber muy bien adónde nos lleva. Cualquier atisbo de mediación, negociación, establecimiento de medidas a medio – largo plazo, acuerdos y demás con el mundo del islam es visto como propio de personas enclenques, dubitativas, en definitiva de personas desafectas, por no decir cómplices de alguna manera con el enemigo.

Aquí la manipulación de los símbolos patrios se alimenta con la retórica más grosera que sirve de alimento a las fuerzas más reaccionarias de la sociedad. ¿Cómo detener esta sinrazón? No lo sé, pero no me cabe duda que todo sirve para justificar la escalada de agresión en la que estamos insertos. En este caldo de cultivo se identifica al refugiado con el terrorista, se niega el asilo y la ayuda, se apoyan movimientos xenófobos y demás. Todo justifica la lógica militar que nos invade desde hace algunos años en una huida hacia delante. Un medio de comunicación local ponía en sus titulares “Europa está blindada”. Este es el drama, la chaqueta metálica se cierra sobre nosotros y me temo que si no corregimos esta deriva pronto en nombre de la seguridad, ese fetiche imposible en un mundo férreamente fragmentado, terminaremos asfixiados.

Es el drama en el que nos encontramos ahora. Frente al proyecto integrador europeo se erige la atmósfera viciada de un proyecto que adquiere tintes putrefactos, Zweig no reconocería a esta Europa fragmentaria prisionera de sus propios miedos, temores y amenazas; a este proyecto político que ha ido desnudándose, a pesar de las apariencias, de gran parte de aquellos elementos que constituían su razón de ser más ilusionante. La incapacidad para integrar en nuestros barrios, banlieues, slums y demás, a los nuevos contingentes de población, el hecho de que deambulen como ánima en pena doscientos mil refugiados de valla en valla sin que ningún país tenga a bien recogerlos, la crisis abierta por la desigualdad en nuestras sociedades y, sobre todo, la enorme brecha abierta entre una ciudadanía instalada incapaz de compartir su bienestar (los epulones) y la enorme mancha de pobreza (los lázaros) son una bomba de relojería.

Medidas extraordinarias ¿solo? No soy tan ingenuo como para entender que ante situaciones de amenaza no hay que tomar medidas extraordinarias de todo tipo: policiales, militares y demás, pero lo que me produce una profunda desazón es que no exista ni el más mínimo atisbo de reacción política para tratar de llegar a acuerdos, para no diferenciar y tratar de abordar los problemas en sus justas proporciones, para no distinguir lo que son problemas de subdesarrollo, de problemas de tipo cultural de otros de carácter geoestratégico. En definitiva, para tender puentes entre la diversa panoplia de sociedades que constituye eso que despectivamente se llama el islam como un todo. Al final, va a ser la profecía que se autocumple, Huntington tenía razón con su famoso choque de civilizaciones. Vamos directos al abismo. El problema es que esta vez sí que estamos en el mismo barco y nos hundimos todos; el blindaje va a ser imposible por muchos altavoces mediáticos que intenten deformar la realidad. Pero, ¿alguien espera alguna solución efectiva de los mismos que han creado el problema tan terrible que vivimos? Yo no. Si se quiere mantener la cordura, dado el nivel de irracionalidad existente transformado en pensamiento estratégico, no va a quedar más remedio que asumir un nihilismo esperanzado (menuda paradoja) que barra tantas capas de ideología edulcorada que nos llevan al desastre.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)