Ludovic Boumbas era un buen mozo, natural de la República del Congo, que eligió París para sobrevivir, pero no lo consiguió por culpa de unos desalmados. Nos lo podíamos haber encontrado cualquier noche por las pequeñas y empinadas callejuelas de un Montmartre bohemio y transgresor. A Ludovic le gustaba el arte, la música de piano, y las flores, tres elementos indispensables para los asiduos de los cabarets de Montmartre, y del Moulin Rouge, de la Place Pigalle y Tertre, y de los devotos de la Basílica del Sacré Coeur, que preside la bohemia desde lo alto de la rue de Chevalier de la Barre. Seguramente llegó a Francia en alguna patera, arriesgando su vida en las aguas del Mediterráneo. Sería uno de esos refugiados, que tanto molestan últimamente a Europa. Había cumplido, 40 años, tenía un pequeño estudio, y trabajaba como conductor de Fedex. Le gustaba viajar y comer. Los fines de semana, cuando el empleo se lo permitía, acudía a La Belle Equipe, con su amiga Honda y otros compatriotas. A las 21,30 horas del pasado viernes 13 – N, estaban sentados, celebrando el 35 cumpleaños de su compañera. Habían tenido mucha suerte al encontrar mesa, porque el café estaba lleno. Se mezclaban las risas, y las voces, el ruido de los cubiertos y el tintineo de los vasos, cuando un chirrido quebró la alegría del local. Los kalashnikov de unos energúmenos vomitaban muerte. Ludovic se puso en pié y vio cómo uno de los pistoleros apuntaba a un niña, de 7 años, en la mesa de al lado. Sin pensarlo se avalanzó sobre el yihadista que lo ametralló sin piedad, parando con su cuerpo las balas que iban dirigidas a la menor. Herida solo por esquirlas de metralla, cayó al suelo, con hilos de sangre en su cuerpo. Todavía pasaron segundos largos como horas, minutos eternos como siglos. Al final, se escuchó un silencio espeso, salpicado de ayes. En el suelo quedó Ludovic, con el pecho agujereado, el héroe de La Belle Equipe. Unos metros más alla, estaba la niña que salvó su vida por la valentía de un inmigrante.