O ellos o nosotros

La Vanguardia, FRANCESC-MARC ÁLVARO, 19-11-2015

Desde hace poco más de catorce años, nos hacemos las mismas preguntas ante el terrorismo ­islamista global. Son preguntas que no aparecen solas y desligadas de­ sentimientos. El estupor, el desconcierto, la impotencia y el miedo después del 11-S del 2001 en Nueva York, del 11-M del 2004 en Madrid o del 7-J del 2005 en Londres vuelven ahora, a raíz de los atentados de la noche del 13-N en París. Los expertos intentan dar con respuestas, los políticos ­toman decisiones (siempre discutidas y discutibles) y los ciudadanos asumimos, por fuerza, que este fenómeno devastador está cambiando nuestras vidas aunque no queremos que sea así. Una nueva forma de violencia extrema amenaza todo lo que somos y lo que hacemos. Es una violencia nacida de varias causas entrelazadas, a cuál más compleja: guerra interna – fitna– en el islam europeo entre radicales y moderados; malestar social vinculado a nuevas formas de racismo y de exclusión social; consecuencias locales de decisiones geopolí­ticas, económicas y militares a gran escala; sin olvidar la fas­cinación juvenil por doctrinas duras que ofrecen un sentido a la existencia a partir de la pu­reza de un ideal totalitario. Todo es de una dificultad gigantesca para cualquier gobierno democrático.

Michael Ignatieff escribió, el año 2004, que “estamos librando una guerra cuyo premio fundamental es conservar la identidad de la propia sociedad liberal y evitar que se convierta en lo que los terroristas creen que es”. El profesor y político canadiense define muy bien el problema, sin edulcorar y sin exagerar. Estamos ante una guerra que, si no se hace de manera acertada, puede acabar regalando razones a los enemigos de la libertad. Eso obliga a los políticos (también a la sociedad entera) a escoger muy bien la estrategia, la táctica y las palabras de este combate para no acabar haciendo el juego al yihadismo sin querer. La guerra contra este enemigo dispuesto a todo no puede transformarnos en la caricatura contra la que dice luchar el mencionado enemigo. El engaño de Bush, Blair y Aznar sobre las armas de destrucción masiva que justificó la invasión de Iraq fue la ratificación de la caricatura más gastada de un Occidente mendaz, perverso y corrupto que los ideólogos del terror islamista difunden incansablemente; la misma cari­catura que, por cierto, también repiten nuestros grupos antisistema. El ascenso previsible de partidos europeos de ultraderecha impulsados por el impacto emocional de atentados como los de París es también una manera de hacer real la caricatura que se nos impone; los extremismos de signo opuesto se acaban retroalimentando, por eso ahora es Marine Le Pen quien ve su oportunidad en medio del dolor y la confusión.

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