Reyes, tumbas y yihadistas en París
Los terroristas escogieron como escondrijo Saint-Denis, una ciudad roja y orgullosa de su diversidad Las campanas de la catedral repican en pleno asalto; la Edad Media y el siglo XXI colisionan
La Vanguardia, , 19-11-2015No es fácil conseguir un taxi para ir a Saint-Denis esta mañana en que París vuelve a sentirse Beirut –y muchos se huelen que tendrán que acostumbrarse–. Karim frunce el ceño al oír la petición, pero accede a llevar a una periodista al foco de la acción.
El taxista sube la radio para la última hora: “El asalto policial sigue en Saint-Denis. Los terroristas se atrincheran en un piso. Una mujer kamikaze se ha hecho estallar”.
Sacude la cabeza. “¿Sabe? Yo era amigo de Amedy Coulibaly. Estuve con él tres días antes de los atentados”. Fue uno de los terroristas de enero: sus cómplices se encargaron de Charlie Hebdo; él, del supermercado kosher. Antes ejecutó a una joven policía, negra como él.
Karim, de 32 años, creció con Coulibaly en Grigny, en el extrarradio de París. El último encuentro fue porque habían matado a un amigo de infancia, linchado por un ajuste de cuentas.
“A Amedy nunca le habíamos visto rezar. Bebía alcohol y fumaba. Entraba y salía de la cárcel. Era un maleante, pero no un terrorista. En prisión conoció a alguien que le metió esas ideas en la cabeza”, dice Karim. La delincuencia se ha llevado a muchos amigos. “Es un problema de sistema. Si viene a Grigny lo entenderá: todos somos de fuera, no hay ningún francés. Lo han dejado todo a los inmigrantes”. Le digo que él es propietario de un taxi. “Sí, pero no es como si fuera médico. Trabajo siete días a la semana para pagar el crédito y aún vivo con mis padres. Y sólo conseguí el trabajo porque mentí en el currículum. Escondí que era de Grigny”.
La charla con Karim es el aperitivo. Al llegar a Saint-Denis, la ciudad está borrada por un paisaje de guerra. Militares apostados en cada esquina con armas pesadísimas, helicópteros en el cielo y periodistas, cientos de periodistas. Alguno con casco antibalas.
Los terroristas se han refugiado donde Francia tiene enterrados a sus reyes desde el siglo VI. Se atrincheran en un edificio del centro, en la calle que conduce a la catedral. Cuando sus campanas repican es como si la Edad Media y el siglo XXI colisionaran encima de esa multitud en tensión. Las tumbas reales y la yihad en línea recta.
Una banda sonora “de película” ha despertado a las 4.30 h a Maria Miletic, una señora de 55 años que llegó de Serbia en 1971. “Tiros y más tiros y luego explosiones. Sin parar”. El viernes también oyó a los tres suicidas que estallaron en el Stade de France. Maria tiene claro por qué se esconden en Saint-Denis. “Hay gente de todo el mundo: portugueses, españoles, árabes, filipinos, africanos… Aquí pasan desapercibidos”.
Con 110.000 habitantes, la ciudad tiene 135 nacionalidades y se enorgullece. Está lleno de carteles que causarían urticaria a los detractores del buenismo: “Las fronteras asesinan”, “El terrorismo no tiene religión ni color”, “Refugiados: víctimas del terrorismo allí, chivo expiatorio aquí”. Mensajes al viento mientras sigue el asalto a la madriguera yihadista.
No por nada es una ciudad roja. Desde 1920 ha estado en manos comunistas, presume el exalcalde Patrick Braouezec. Sólo hubo un desliz en la II Guerra Mundial: el edil comunista se pasó a los nazis.
A Braouezec no le gusta que le pregunten por el porcentaje de habitantes de origen inmigrante. “¿Hace 100 años, cuando mi familia llegó para trabajar en la industria, los bretones eran considerados extranjeros: hablaban raro, tenían los empleos más duros, vivían en casas insalubres. Como hoy”. Y niega que Saint-Denis tenga un problema de terrorismo: “Cuando esto acabe, las preocupaciones que seguirán son otras: empleo, educación, transporte, vivienda”.
La presión sobre la vivienda es un problema acuciante y, de forma indirecta, relacionado con lo que ocurre. Parece que los terroristas han usado un piso en manos de un marchand du sommeil. Mercaderes del sueño: dueños sin escrúpulos que alquilan camas sin condiciones higiénicas a gente desesperada. Nunca piden papeles. Perfecto para los fugitivos.
Grégoire Badufle, profesor de la escuela en la calle donde está el inmueble, está convencido. “Hace años que avisamos al Ayuntamiento. Salen ratas y se trapichea con drogas”. Este hombre de ojos azules es un enamorado de Saint-Denis: “En el mismo día puede cabrearte y luego conmoverte. Los ejemplos de solidaridad que hay aquí no existen en otras partes. Y las fiestas de cumpleaños de los niños son maravillosas: cinco continentes”.
Pero es también miseria, inmigración y delincuencia: los ingredientes favoritos del yihadismo. Quizás por eso Grégoire admite que no es del todo una sorpresa. “Cada vez que hay un ataque y salen los autores, nos decimos ‘Bueno, al menos no es de Saint-Denis’. Al final ha pasado”.
Sissoku, un maliense de 55 años, no tiene una imagen tan idílica de la ciudad: “¿Cómo voy a traer a mi familia a esto? Disculpa lo que voy a decir pero vuestros países, que creéis tan perfectos, son una mierda. Me gusta la libertad y la igualdad pero cuando los hijos pueden insultar a los padres y no pasa nada es que nos hemos pasado”.
El asalto concluye al mediodía, después de siete horas. Cuando las fuerzas de seguridad levantan la primera valla de seguridad, un graffiti da la bienvenida a los curiosos. Justo delante del escenario terrorista: “Fuck the world”. A la mierda el mundo.
Velas por la paz en Molenbeek y contra su estigma
Molenbeek salió ayer a la calle para decir al mundo que no es ni un nido de terroristas, ni una cantera de yihadistas, como estos días lo ha descrito la prensa internacional. Este distrito de Bruselas, de unos 95.000 habitantes, ha alcanzado fama mundial a raíz de los atentados de París ya que aquí vivían algunos de los terroristas. También los autores de los principales atentados islamistas en Europa de los últimos años se han refugiado en el barrio en algún momento. El malestar de sus vecinos con la negativa imagen internacional de Molenbeek era palpable ayer por la tarde durante la vigilia por la paz organizada por el Ayuntamiento en medio de fuertes medidas de seguridad (la policía controló los accesos a la plaza y cacheó, a conciencia, a toda persona que quería entrar). La convocatoria movilizó, según la policía belga, a unas 2.500 personas , en especial a gente joven y familias con niños. Belgas autóctonos y de origen extranjero que encendieron velas por la paz y contra la estigmatización del barrio. “Mire allí, también la familia Abdeslam ha puesto velas en su ventana, es bonito”, comentaba Fatimah, una vecina de Molenbeek de madre ceutí. Mohamed Abdeslam, hermano de uno de los suicidas de París y el de uno de los fugitivos de los atentados, se ocupó de mantenerlas encendidas.
BEATRIZ NAVARRO
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