"Es un acto de guerra"

Francia, conmocionada tras el último ataque en Paría con 129 muertos, entre ellos un español. El IS reivindica el atentado cometido por tres comandos de kamikazes fuertemente armados.

El Mundo, IRENE HDEZ. VELASCO PARÍS ENVIADA ESPECIAL, 16-11-2015

Francia intuía que tarde o temprano ocurriría. Desconocía el cuándo y el dónde, pero intuía que pasaría. El presidente del país, François Hollande; el primer ministro, Manuel Valls; la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, varios ministros… Todos ellos, después del atentado en enero contra la revista satírica Charlie Hebdo, habían manifestado en los últimos diez meses de un modo u otro su convencimiento de que terroristas islámicos se preparaban para golpear de nuevo contra Francia. Y aunque el Ministerio del Interior francés asegura que en los últimos meses ha desactivado al menos cinco intentos de atentados, este viernes pasado por la noche, a partir de las 21.20 horas, el funesto vaticinio se cumplió.

Fueron en total tres horas de auténtico pánico. Tres horas en las que París bajó al peor de los infiernos de la mano de seis ataques terroristas simultáneos, complejos, bien organizados. Seis ataques en el corazón de la capital francesa cometidos en nombre del Estado Islámico (IS) por al menos siete kamikazes divididos en tres quipos, armados con kalasnikov, ataviados con cinturones y chalecos repletos de explosivos y quienes, después de matar a 129 personas y dejar heridas a 350 –99 de ellas se encontraban anoche en estado absolutamente crítico–, no dudaron algunos de ellos en hacerse saltar por los aires en nombre de Alá. Uno de los agresores tenía nacionalidad francesa y otro pasaporte sirio.

«Un acto de guerra del Estado Islámico contra Francia», sentenciaba respecto a la masacre el presidente francés, François Hollande, en una declaración televisiva. «Ante un ataque cometido de forma cobarde, vergonzosa y violenta, Francia será implacable contra los bárbaros del Estado Islámico», advertía.

Por su parte, el Estado Islámico sacaba pecho y reivindicaba los atentados cometidos por «ocho hermanos ataviados con cinturones explosivos y ametralladoras que atacaron objetivos seleccionados con precisión en el corazón de la capital francesa» y prometía que es «sólo el principio de la tempestad» que asolará a Francia mientras ésta no cambie su política en Oriente Próximo.

Hollande ha declarado tres días –a partir de hoy domingo– de luto nacional en honor de las víctimas de los atentados. El lunes al mediodía, además, se observará un minuto de silencio en toda Francia en honor de las víctimas de esta masacre y las banderas serán izadas a media asta.

El presidente, después de las dos reuniones del Consejo de Defensa que ayer se celebraron, también ha decretado el estado de excepción en Francia, por lo que en nombre de la seguridad nacional se prohíbe –entre otras cosas– las concentraciones de personas (por ese motivo ayer no llegaron a cuajar los intentos de decenas de parisinos de apiñarse en la Plaza de la República como protesta contra lo ocurrido), se restringe la circulación en varias zonas del país, se contemplan limitaciones de movimientos, se refuerzan los controles en las fronteras y se incrementa la vigilancia en los medios de transporte. Y no se descarta que se pueda imponer el toque de queda.

Varias estaciones de metro permanecieron ayer cerradas, así como la Torre Eiffel, las principales cadenas de cines, grandes almacenes y pequeños comercios.

En el aeropuerto Charles de Gaulle, por su parte, había grandes colas para pasar los controles de pasaportes. Los parisinos, imposibilitados de concentrarse en grupos, se conformaban con llevar velas y flores a los escenarios de los atentados, donde aún se veían cristales agujerados por las balas y hasta restos de sangre en el suelo.

Los ataques, según reveló el fiscal general francés, François Molins, fueron cometidos por al menos siete terroristas que se dividieron en tres equipos y todos los cuales murieron durante su acción criminal.

Uno de los grupos, formado por tres extremistas, concentró su ataque en el estadio a las afueras de París donde las selecciones de Francia y Alemania diputaban un partido amistoso ante 80.000 espectadores, incluido el propio presidente Hollande.

Mientras tanto, los restantes dos equipos de terroristas se ensañaban con el corazón de la ciudad, moviéndose en dos coches (un Seat negro y un Polo también negro) por los distritos 10 y 11 y abriendo fuego contra terrazas de bares y restaurantes repletos de gente que disfrutaba del viernes por la noche y culminando en una sala de conciertos en la que se amontonaban 1.500 espectadores.

El Polo negro, según indico el fiscal Molins, había sido alquilado en Bélgica y ayer mismo, cuando regresaba a ese país con tres personas a bordo, fue interceptado y detenidos sus ocupantes.

Todo comenzó al filo de las 21.20 horas del viernes. Hacía solo unos 15 minutos que las selecciones de Francia y Alemania habían saltado al césped del estadio situado en Saint-Denis, a unos 20 kilómetros de París, cuando se registraron dos explosiones a sus afueras, una junto a la puerta J. Fueron tan fuertes las detonaciones que hasta se escucharon en la retransmisión televisiva del encuentro, aunque nadie al principio ató cabos.

El caos comenzó a ganar terreno en los alrededores del estadio. A las 21.36 horas, Hollande recibió una llamada en la sala de control del Estado de Francia informándole de la situación y su equipo de seguridad decidió proceder a su evacuación, mientras el partido continuaba.

A las 21.50 horas, se produjo otra explosión, siempre a las afueras del estadio, en esta ocasión en un establecimiento de McDonald’s.

Casi a la vez en que las dos primeras detonaciones sacudían el Estadio de Francia, a unos ocho kilómetros de distancia otro grupo de terroristas lanzaba un ataque contra el restaurante camboyano Petit Cambodge, situado en la Rue Bichat, en el distrito número 10 de París, y contra el bar Le Carillon, enfrente. Mataron a 14 personas.

«Escuchamos el ruido de disparos, varias ráfagas de unos 30 segundos cada una. Parecía que no iba a acabar nunca. Pensamos que eran fuego artificiales», aseguraba Pierre Montfort, vecino de la zona.

Pero la locura no había hecho más que empezar. A pocos metros de la Rue Bichat, tenía lugar otro atentado, esta vez contra la pizzería La Casa Nostra, situada en la Rue de la Fontaine au Roi. Allí, una veintena de personas cenaban tranquilamente en la terraza del local cuando los integrantes de uno de los tres equipos de terroristas abrieron fuego, matando al menos a cinco individuos.

«Había sangre por todos lados. Yo tuve mucha suerte», indicaba Mathieu, de 35 años, quien fue testigo del ataque. «Olía a pólvora, se escuchaban tiros», en palabras de Phillipe, un anciano que vive a pocos pasos del lugar y que vio a los terroristas desde su ventana. «Se subieron en su coche y se fueron conduciendo despacio, con calma. Eso es lo que más me sorprendió».

La siguiente en caer fue la terraza del bar La Belle Equipe, en la Rue de Charonne. Allí, a eso de las 21.35 horas, los terroristas acabaron con al menos 18 personas. «Estaba en la calle, oí disparos y vi a gente en pánico», afirma David Hadjadje, de 31 años, un guía turístico que vive en la zona.

Y lo peor aún estaba por llegar. A aproximadamente un kilómetro y medio de distancia de allí, en el Boulevard Voltaire, la banda de rock estadounidense Eagles of Death Metal hacía las delicias de los 1.500 espectadores que abarrotaban la sala de concierto Bataclan, propiedad de un empresario judío y que ya en el pasado había sido objeto de amenazas. A eso de las 21.50 horas, cuando los músicos llevaban aproximadamente una hora tocando, irrumpió en la sala un grupo de hombres vestidos de negro, con la cara al descubierto, empuñando rifles de asalto AK-47 (conocidos como Kalashnikov) y llevando cinturones cargados de explosivos.

Tranquila y metódicamente, a decir de varios testigos, abrieron fuego contra el público al grito de Alá Akbar (Alá es Grande) y asegurando que su ataque era en represalia por la política francesa en Siria e Irak. «Esto va por Siria», soltó uno.

Al principio, algunos de los asistentes pensaron que lo que ocurría formaba parte del espectáculo. «Pero enseguida nos dimos cuenta de que estaban disparando contra la gente», explica Pierre Janaszak, un presentador de radio presente en la sala.

En cuestión de minutos, la sala Bataclan se transformó en un baño de sangre. Un vídeo grabado por un periodista francés con su móvil mostraba a varios de los aterrados asistentes huyendo a gritos por la puerta trasera del local o, como en el caso de una mujer, arriesgando la vida al descolgarse por una ventana en un intento desesperado por huir. «Había sangre y cadáveres por todos lados», repetían los testigos.

El ataque contra la sala Bataclan no concluyó hasta que, a eso de las 00.30 de la madrugada, fuerzas de seguridad francesas entraron en el local y pusieron fin a la matanza, que se saldó con un total de 82 muertos, incluido un español que había acudido junto con dos amigos compatriotas al concierto.

Los terroristas que perpetraron el ataque contra Bataclan, como los que cometieron los otros atentados, se quitaron la vida haciendo detonar los explosivos que llevaban colocados en la cintura.

Se trata de los atentados más sangrientos que se registran en Europa desde los que sacudieron Madrid el 11 de Marzo de 2004, dejando 191 muertos y 1.900 heridos.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)