«No puedo volver a casa. Me matarán»

La Voz es testigo de la desesperación de refugiados como Mustafá, que esperan en Viena respuesta a su petición de asilo, tras huir de Irak por la amenaza del yihadismo

La Voz de Galicia, LETICIA ÁLVAREZViena, Waldkirchen / , 16-11-2015

«No hay otro Dios, sino Alá, y Mahoma es su profeta». Es la Sahada, uno de los cinco pilares del islam que Mustafá rezaba cada mañana antes de salir de su casa en Bagdad, cuando no sabía si volvería con vida. «Secuestros, bombas, milicias y el ISIS [Estado Islámico]… convivíamos con ellos cada día», relata. Sigue repitiendo la misma profesión de fe, pero ahora a casi 4.000 kilómetros de Irak. Ha pasado más de un mes desde que llegó a la capital de Austria, donde firmó su primera declaración ante las autoridades. Las clases de alemán se retrasan mientras espera su turno con miedo a que no le concedan el asilo.

«Los días pasan lentos, no tenemos mucho que hacer, nos levantamos tarde y salimos a dar paseos. Hacemos fotos que enviamos a nuestras familias y esperamos. Hay que tener paciencia, estamos a salvo, así que aguantaremos», relata el joven iraquí mientras pasea por los parques del centro de Viena. Vive en un centro habilitado por Cáritas donde comparte habitación con treinta personas. Se siente cómodo. Repite una y otra vez que Europa es «lo mejor» que le ha podido pasar.

BELGRADO. Mohanad se corta el pelo en Belgrado, antes de seguir ruta hasta el pueblo alemán de Waldkirchen.AMPLIAR IMAGEN
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AITOR SAEZBELGRADO. Mohanad se corta el pelo en Belgrado, antes de seguir ruta hasta el pueblo alemán de Waldkirchen.
Pero con las largas esperas aparecen los miedos. Todos los días Mustafá ve llegar a la estación de trenes austríaca a cientos de refugiados que como él vienen para intentar quedarse. «Da la sensación de que las autoridades empiezan a estar saturadas. Ni siquiera sé cuándo tendré la segunda entrevista para cambiar de centro y empezar las clases de alemán». «Si no me dan el asilo, lo intentaré donde sea, no puedo volver a casa. Me matarán», dice sabiendo que los atentados del viernes complicarán aún más la situación de los refugiados.

«Estoy amenazado, tuve que salir con lo puesto», se lamenta.

Maraña burocrática
Ante la falta de noticias, hay quien pierde los nervios. «Conozco a gente que quiere saltarse el registro de Austria y marcharse a Suecia, donde los trámites dicen que son más rápidos», confiesa Mustafá. Pero si su huella está registrada en Viena deben quedarse si quieren seguir adelante con su petición de asilo. «Decirle a un iraquí, afgano o sirio que no puede moverse porque su registro está aquí no tiene sentido. Conozco a gente que se arrancaría su huella dactilar con tal de poder empezar a trabajar lo antes posible».

BAGDAD. Mustafá cuenta que tuvo que salir con lo puesto. Ahora espera asilo en Viena.AMPLIAR IMAGEN
BAGDAD. Mustafá cuenta que tuvo que salir con lo puesto. Ahora espera asilo en Viena.
La maraña política en la que se ha convertido la crisis migratoria en Europa hace que los demandantes de asilo estén perdidos entre tanta burocracia. Suecia acaba de anunciar que impondrá de forma temporal los controles fronterizos. Su agencia de refugiados está desbordada. Y Alemania ha dejado atrás su política de puertas abiertas, ha vuelto a reactivar los acuerdos de Dublín para los sirios, es decir, podrán devolver a todos los que lleguen a su territorio al país por el que hayan ingresado.

La reunificación familiar queda en el aire y la presión retorna a los países de entrada, Italia y Grecia. La última barrera en su ruta, la valla entre Croacia y Eslovenia, tampoco desanima a los que intentan llegar a Alemania, porque las historias de los que lo han logrado pesan más. «Mi tío está ahora en Serbia, hace ocho días que salió de Turquía», explica Raqqán.

Dos menores de Alepo
Muy cerca de la frontera entre Austria y Alemania, en un pequeño pueblo germano, Waldkirchen, viven Mohanad y Raqqán, dos menores sirios que se criaron en Alepo. Fueron ellos por iniciativa propia quienes se plantaron ante sus familias: «Queremos empezar una vida en Alemania». Tienen sueños como los de cualquier joven de su edad, seguir estudiando y «echarse una novia». Los conocí hace unos meses en Macedonia, recorriendo la ruta de los Balcanes, un camino que recuerdan como el momento más importante de sus vidas. Al ser menores de edad, la protección del Estado alemán se activó desde el primer minuto en el que la policía los detuvo en un taxi de camino a Stuttgart. Sus solicitudes van más rápido, también su integración.

Juegan al futbol con jóvenes de su edad, estudian alemán y ya los conocen sus vecinos. «Nos sentimos muy bien aquí, la gente nos trata bien, es un pueblo pequeño y nosotros no damos problemas. Con suerte, en unos meses retomaremos nuestros estudios», asiente Mohanad.

Alemania ha recibido 800.000 personas en lo que va de año y su reubicación empieza a resquebrajar el Gobierno de Angela Merkel. La acogida de los refugiados que llegan a tierras germanas costará a las arcas públicas hasta 22.600 millones de euros entre el 2015 y el 2016. Pero los países de acogida se enfrentan también al aumento de ataques racistas. La ultraderecha se está movilizando. El último balance oficial recoge cerca de 700 agresiones vinculadas a centros de refugiados, hasta 70 albergues han sufrido ataques con cócteles molotov.

Mustafá, Raqqán y Mohanad esperan, ajenos a las decisiones políticas, conseguir sus papeles. Atrás quedan las fronteras que cruzaron como ilegales, las noches durmiendo al raso y sus escaramuzas con la policía. «No hay otra opción, huimos de la guerra y queremos vivir en Europa, así que esperaremos lo que haga falta», promete Mustafá desde su nuevo hogar en Viena.

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