No sé a ustedes, pero a mí que Navarra se ofreciera para acoger refugiados de la guerra de Siria me subió bastante la autoestima como ciudadana de esta Comunidad. ¡Sí señor! Un ofrecimiento de acogida, en condiciones dignas, con plazos y presupuesto, para hacer sitio a unas 200 personas de las 9.323 que España se comprometió a acoger antes del verano y parte de las 120.000 que acordaron los países de la UE. No son mucha gente, pero es un hermoso gesto y tal vez el principio de una nueva actitud ante quienes vienen huyendo a Europa, unos 700.000 en lo que va de año y, de ellos, más de 3.200 fallecidos. Pero, pasan las semanas y se me ha desinflado la autoestima. Ahora, como ciudadana europea, he pasado a ponerme roja de vergüenza al ver en qué se van concretando estos planes: en Madrid, 12 personas llegan a Barajas, rodeadas de flases y de políticos, lo mismo que en Grecia, donde 30 refugiados – de sus 360.000 – viajan a Luxemburgo. Eslovenia empieza a construir vallas en la frontera con Croacia. En Alemania, Merkel endurece su política migratoria y devolverá a los sirios al país europeo por donde hayan entrado. Ha empezado el frío ¿Esto era lo firmado? La respuesta ha llegado en la Cumbre de presidentes de Europa y África en Malta, donde, como solución, la UE ha ofrecido más dinero a los gobiernos africanos para que contengan la inmigración. Más vale que ellos han puesto las cosas en su sitio: “Sus 1.800 millones para recibir a nuestros emigrantes deportados son insuficientes”, les dijo el presidente de Níger, Mahamadou Issoufou, para corregir las causas del hambre, la inestabilidad y la desigualdad que obligan a miles de africanos a jugarse la vida para llegar a la UE. “No olviden – les recordó el líder de Senegal, Macky Sal – , que nuestra vocación es la de desarrollar África, no la de enviar inmigrantes”. Pues eso.