Donald Trump no está en su mejor semana. Si el debate republicano supuso el pasado martes otra derrota en su camino hacia la nominación como candidato, su plan para deportar a todos los inmigrantes ilegales empieza a ser percibido como un dislate por la mayoría de los norteamericanos. El presidente Obama ha sido el último en arremeter contra el millonario neoyorquino, al tildar de «no realista» su propuesta, que supondría la devolución a sus países de los casi 12 millones de personas que se considera que no están en situación legal en Estados Unidos.

Preguntado en la cadena de televisión ABC, Obama intentó explicar la dimensión de la propuesta: «En primer lugar, no tengo ni idea de dónde piensa el señor Trump que va a sacar el dinero. Nos costaría cientos de miles de millones de dólares ejecutar eso».

Las palabras del presidente no hacen reforzar las que en las propias filas republicanas lanzaron tanto el gobernador de Ohio, John Kasich, como el exgobernador de Florida, Jeb Bush, con sendas descalificaciones en el transcurso del debate. Mientras el primero tachaba de «planteamiento infantil» la idea, el segundo intentaba hacer ver a Trump que «es inasumible» para las arcas norteamericanas.

Pero Trump no va a renunciar tan fácilmente a uno de los ejes de su campaña. En declaraciones a la cadena CNN, insistió en su propuesta como «la única solución para recuperar el país y frenar la entrada de inmigrantes, que está provocando un verdadero desastre». Y en un mitin en Iowa, donde a principios de febrero se lanzarán las primarias con sus célebres caucuses, volvió a estar plagado de descalificaciones: llamó a Marco Rubio «débil como un niño», despreció a Bush y despreció a Ben Carson por tener un «temperamento patológico».