No hace tantos años que los lunes al mediodía se reunían en un bar cuatro fijos: Txanpi, Mariví Salvo, el difunto José Antonio Iturri (al que yo le denominaba la esquina del Milán, en referencia a la sección de José Antonio aquí en el NOTICIAS) y Chema Pérez. Algunos lunes se incorporaban otros contertulios.

Lo conocí hace muchos años con su pluma fotográfica que nos hacía sentirnos guapos en las presentaciones deportivas, en las canchas, encierros y demás facetas. Últimamente nos veíamos mucho en la cervecería La Internacional donde le gustaba leer la prensa. Nos ha dejado de repente un gran tipo. Gogoan zaitugu.

¿Qué son los miles de sirios que abandonan su país? ¿Refugiados? ¿Inmigrantes?

Según las definiciones que ha ido recogiendo el Diccionario Académico, un inmigrante es una “persona que llega a un país extranjero para radicarse en él” y un refugiado es “aquella persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país”.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) coinciden en estas definiciones y aseguran que los que huyen “para salvar sus vidas o preservar su libertad tienen derecho a pedir asilo”. Aunque estas y otras organizaciones de ayuda humanitaria diferencian claramente las situaciones y aseveran que es necesario un estudio individualizado de cada persona que se desplaza, lo cierto es que ambas expresiones conviven en el día a día e incluso en la actualidad informativa.

No obstante, las posibilidades que nos da la lengua de matizar el significado general de inmigrante, incluso creando una nueva palabra conllevan también la responsabilidad de sus hablantes de aplicarlos, porque cuando sales de tu país no es lo mismo emigrar que refugiarte en otro lugar. En resumen, Europa está recibiendo refugiados – es decir, inmigrantes a los que no se permite vivir en su país – que está llamada a acoger, por causas semánticas y, sobre todo, humanitarias.