Francisco Javier de Lucas Martín Catedrático de filosofía del derecho y autor de ‘mediterráneo: el naufragio de europa’
“A los refugiados no los tenemos que ayudar por un deber moral, sino por un deber jurídico”
Diario de Noticias, , 04-11-2015pamplona – Javier de Lucas (Murcia, 1952) se sirve de analogías cinematográficas, azotes a García Margallo – del que dice que “tendría que volver a rematricularse en 1º de Derecho” – y recursos de hemeroteca para explicar uno de los problemas a los que se enfrenta Europa: la crisis de refugiados. Escapa del discurso caritativo y subraya que con los asilados no se tiene un deber “de moralina”, sino un “deber jurídico”. “No tenemos que ayudarles porque nos den pena; tenemos que ayudarles porque así nos lo exige el estatuto pleno de asilo”.
A lo largo de su exposición usted ha hecho varias analogías cinematográficas. ¿La crisis de los refugiados daría para una película?
- Ya las hay, de hecho. In this World, de Michael Winterbottom, es una película que narra el periplo de una persona desde Afganistán hasta el Reino Unido. Ilegal es otra película sobre refugiados y centros de retención administrativa de extranjeros, que es como se llama en Bélgica a lo que nosotros conocemos como CIE. En todo caso, la película que se hiciera sería una película muy dura, de tragedia.
Usted ha dicho que Europa afronta la crisis migratoria con moralina y no con moral. ¿Tiene Europa cierto ‘complejo de culpa’ que le impide reaccionar?
- Yo creo que predomina un tipo de discurso paternalista. El mismo discurso de la tolerancia, que en el fondo es un discurso instrumental para autosatisfacer el complejo de culpa porque, en realidad, no hacemos nada. Ni siquiera con las ayudas económicas hacemos nada: los ciudadanos pueden ayudar a organizaciones como Ayuda en Acción o Médicos sin Fronteras, que son los que están manteniendo las operaciones de rescate y salvamento, porque Europa tiene operaciones de control, no de rescate. Dar dinero es una posibilidad, pero indiscutiblemente como Unión Europea la respuesta tiene que ser otra: una política que intervenga en las causas que provocan la persecución de esas personas; una política para evitar y mediar en los conflictos civiles y militares. Y luego, una política de ayuda para evitar que la gente tenga que huir de sus países. Europa no está dispuesta ni a lo primero ni a lo segundo.
¿Europa se ha comprometido a pactos, como por ejemplo la Convención de Ginebra, que luego no ha podido cumplir?
- Eso solo es verdad en parte, porque por esa misma lógica de pensamiento podríamos decir que no merecía la pena hacer una convención para la eliminación de las formas de discriminación contra la mujer. Yo pienso que la convención sobre refugiados proporciona elementos para mejorar, y si no existiera tendríamos que inventarla. ¿Que hay que tomarla en serio, que hay que extenderla, que hay que crear mecanismos de control eficaces para exigir que se cumpla? Totalmente de acuerdo. Pero es preferible que exista la Convención de Ginebra de derechos de refugiados que permite que haya algún tipo de leyes dentro de la guerra. Que haya un mínimo de respeto para que organizaciones internacionales puedan intervenir para defender a la población civil. Eso es positivo, aunque queda muchísimo por hacer y en muy amplia medida no se tome en serio.
¿Hasta qué punto son esos tratados una rémora para los estados europeos que en su día los firmaron y ahora no los cumplen o dicen que no pueden cumplirlos?
- Voy a ser ingenuo y optimista. Constituye una rémora en los términos de la vieja política: los políticos que hacen lo que les da la gana, emiten programas que luego no cumplen y actúan como les da la gana en su ejercicio de gobierno. Afortunadamente, estamos viendo si no una transformación definitiva, un cambio en esa vieja política. Estamos viviendo un tiempo en el que los ciudadanos no toleran eso, no toleran esas actuaciones de la vieja política en la que no se cumplen los programas y no se exigen responsabilidades: la política de la privatización de lo público al servicio de los intereses de unos pocos: sea a los propios partidos o a elites corruptas. Como dice Axel Honneth, el optimismo es un deber moral. No el optimismo de una ingenuidad vacía, sino el optimismo de trabajar para que las cosas vayan mejor, con la esperanza de que se puede mejorar. No con el cinismo que dice: “No hay nada que hacer: me tumbo a la bartola”.
¿De sus palabras se puede deducir que usted cree que con un cambio de gobierno en las próximas elecciones se puede hacer virar la política migratoria del Estado?
- Si hablamos de las elecciones en España, no me atrevo a hacer ese pronóstico porque creo que hay muchos elementos que hacen pensar más bien lo contrario. No se van a dar las condiciones para un verdadero cambio, sino para un maquillaje por el que, en realidad, quienes se van a transformar son los nuevos políticos en viejos y no los viejos en nuevos (ríe). De todas maneras, nada esta escrito todavía. Y soy de los que piensa que nada es definitivo, que hay posibilidades de cambiar la historia. Hemos visto cambios en la historia y que afortunadamente, la gente que tiene otra edad, otros años, otras necesidades y, por qué no decirlo, otros problemas, puede cambiar ese escenario, puede crear las condiciones para que se viva de otra manera lo público. Y yo quiero creer en eso.
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