«¿Crees que en Alemania estaré bien?»

La Voz se adentra en Bersakovo, primer tapón de paso a Europa situado en la frontera de Serbia, donde se hacinan miles de refugiados llegados de Grecia a través de Macedonia

La Voz de Galicia, leticia álvarezBersakovo / e. la voz,, 27-10-2015

Una madre arropa a su hijo de tres años con mantas llenas de barro, intenta acercarse a la policía croata, el pequeño no para de toser. Un empujón brusco la arrodilla. «Siéntate», ordena el jefe al mando. No está sola. De noche y bajo el frío los refugiados se agazapan sin rechistar. El llanto de los niños retumba en los aledaños del pueblo de Berkasovo, un territorio en tierra de nadie que separa la frontera serbocroata.

«¡Ayúdame! Mi mujer ha pasado la frontera. Ella estaba enferma y nuestro hijo no para de llorar, tengo que encontrarla», ruega Farid a los voluntarios que no pueden hacer nada. Intenta subir por uno de los montículos para intentar ver si divisa el siguiente campo de refugiados. «Te he dicho que no puedes estar aquí. Vete», le espeta a gritos un croata. Es duro ver llorar a un padre de familia, tropezar y caer al suelo, sin hallar consuelo.

Esta frontera se ha convertido en el primer tapón de paso a territorio europeo. Llegan en autobús directos desde el límite que separa Macedonia y Serbia. Muchos llevan más de tres días sin dormir. Denuncian que los tratan como «ganado». «Si lo llego a saber me hubiera quedado debajo de las bombas», se desahoga Mohamed, un empleado de banca sirio. «Nunca pensé que iban a tratarnos así. Nos sacan el dinero durante todo el camino en los Balcanes. Nos tratan como si fuéramos escoria», explica.

«Por qué no controlan todo esto, por qué no nos registran, miran nuestros pasaportes y deciden de verdad quién es refugiado. Por qué no nos investigan. Por qué no lo hacen de forma segura para Europa y para nosotros», se pregunta su hermano, de profesión traductor. «Aquí está pasando todo el mundo. Muchos no son refugiados y puede que en un tiempo Europa tenga problemas», cuenta.

Viajan con su madre de 72 años, está sentada sobre unas mantas, intentan explicarle que va a tener que dormir en el barrizal porque la frontera está bloqueada. Esconde su rostro y seca sus lágrimas. «Nunca pensó que terminaría así», explican sus hijos. «No creímos que nos tratarían con tan poca humanidad», se lamenta otro padre de familia que descansa encima de la hierba con un rosario en su mano. «Soy cristiano sí. En Siria también hay cristianos pero parece que Europa todavía no lo sabe».

Abandonados a su suerte

Pasan las horas y las personas se agolpan delante del cordón policial croata, empiezan los empujones y las peleas. No sirve de nada. Los voluntarios informan de la llegada de 9.000 personas más que han pasado ya la frontera de Macedonia. El miedo a que la situación se descontrole recorre el campamento. No sin motivos. Los datos que proporcionan los gobiernos serbio y croata indican que unas 6.000 personas pasan a diario la frontera. Los dos países aseguran que están intentando reforzar sus relaciones para que el tránsito de refugiados sea más fluido. Pero las autoridades locales y la policía que trabaja sobre el terreno cuentan una historia distinta. Allí nadie echa una mano. No hay autobuses suficientes ni espacio en los campos de refugiados.

Cae la noche y siguen llegando autobuses. Los dejan a dos kilómetros de la frontera, caminan entre la niebla alumbrando con sus teléfonos móviles. Quien todavía tiene dinero paga a los taxistas 40 euros para ir directos al campo. La crisis de los refugiados se ha convertido en un negocio en los Balcanes. Los que llegan denuncian precios abusivos en su trayecto y nos enseñan un billete de tren macedonio donde se lee el nuevo precio escrito en bolígrafo, 20 euros más caro.

Los que pagan a las mafias que operan en Serbia acaban abandonados a su suerte en medio del camino. Es el caso de una familia kurda que conocimos en Turquía antes de cruzar el mar Egeo. La última noticia que tenemos de ellos es que están abandonados en una estación sin trenes a 200 kilómetros del campo de refugiados más cercano. Viajan cinco niños y un bebé de dos meses.

En uno de los forcejeos llegamos hasta la policía croata. «¿Puedo hacerle una consulta personal?», pregunta la periodista que escribe. «Por supuesto», asiente. «¿Usted que siente cuando empuja a los refugiados?». «¿Crees qué no me duele y que cuando llego a casa no lo recuerdo? Es duro ver a todos estos niños así, yo he vivido una guerra y sé lo que es ser un niño refugiado. Los que no me dan ninguna pena son los hombres. Tendrían que quedarse en su país y luchar por él», da por finalizada la conversación.

Quieren negociar en Bruselas

«Lo hacen porque quieren que grabéis, que enseñéis esto y hagáis la foto para negociar en Bruselas», alza la voz Aze en un perfecto inglés. Es ingeniero de telecomunicaciones sirio y lo tiene claro. Grecia abrió sus puertas para presionar a Alemania por la crisis económica del país y ahora los Balcanes hacen lo propio porque no pueden soportar esta «marea de personas» sin control.

A los pocos minutos se abre la frontera y vuelven a repetirse las mismas escenas, empujones, lloros e incluso algún desmayo. Pero pasan. Acaban cruzando en filas de dos. «¿Crees que en Alemania estaré bien y que podré encontrar trabajo?», pregunta Aze antes de cruzar. «Yo solo quiero una cama en la que dormir y un plato de comida. No me importa trabajar en lo que sea, solo quiero paz», se despide tapado con una manta y las pocas pertenencias que le quedan.

No deja de caminar con la esperanza de que Eslovenia le deje pasar para poder llegar pronto a un país europeo que le permita vivir con libertad lejos de las bombas y el terrorismo.
«Que me fusilen a mí»

Los parches acordados por la UE el domingo para mitigar la crisis de los refugiados no han supuesto el fin de las tensiones entre los vecinos de los Balcanes. El nerviosismo es especialmente evidente entre dos de los países más afectados, Eslovenia y Croacia. El primer ministro esloveno, Miro Cerar, expresó ayer su deseo de que «Croacia respete el acuerdo» y aseguró que, de lo contrario, su país «actuará de forma autónoma». Cerar no reveló qué medidas tomaría, pero antes de la minicumbre no descartó la construcción de una valla a lo largo de la frontera. Le respondió el ministro del Interior croata, Ranko Ostojic, quien reiteró su advertencia de que las vallas «no pueden detener a los refugiados, salvo que se dispare contra ellos». «En tal caso, yo me pondré delante de ellos. Que me fusilen a mí», dijo. Acnur informó ayer de que más de 8.000 refugiados entraron en Serbia el domingo,

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