Víctimas de las mafias del sexo

La Guardia Civil desarrolla 30 operaciones contra las redes de trata de blancas que se saldan con 62 detenidos entre 2014 y los primeros meses de este año

Las Provincias, José Manuel Ortuño, 21-10-2015

“Encontramos historias muy duras. Para muchas es como estar tocando el mal con las manos. Sufren episodios de violencia, maltrato y de gran presión, de los que es muy complicado salir”. La afirmación, tan dura como real, la realiza Conchi Jiménez, coordinadora del programa de Villa Teresita en Valencia, asociación religiosa que trabaja desde hace años con mujeres en exclusión, ideado para las víctimas de trata de blancas.

“Las extranjeras que vienen son engañadas, agredidas física y psicológicamente y cosificadas para que no sean capaces de protestar. La mayoría padece como consecuencia de todas las vejaciones estrés post – traumático, que te anula como persona”, añade Beatriz Beseler, vocal de Prostitución y Cooperación Internacional de Médicos del Mundo en la Comunitat.

Ambas trabajan para cambiar la vida de mujeres que son obligadas a ejercer la prostitución por todo el territorio valenciano. Cada año, más de 2.000 son atendidas por las diferentes ONG que existen con el fin de lograr algo tan importante como complicado. Que denuncien su situación en España, puesto que como explican las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la trata de seres humanos constituye una grave violación de los derechos, así como un atentado contra la dignidad y la integridad de las personas y produce una preocupación social constante.

Tanto desde Guardia Civil como desde la Policía Nacional luchan con todas sus fuerzas para acabar con la lacra. Pero como recuerda Beseler, “existe porque da dinero. Hay un negocio detrás y gente que pide servicios sexuales”. De lo contrario no sería necesario su trabajo.

Ambos cuerpos destacan que la investigación de estos hechos ilícitos resulta compleja porque se unen varias modalidades delictivas: amenazas, intimidaciones, coacciones, agresiones sexuales, lesiones, falsificación de documentos, delitos fiscales o blanqueo de capitales.

A todo ello se suma el temor y desamparo de las víctimas a la hora de denunciar, de modo que cobra una gran relevancia la prevención. Pese a todo, durante 2014 y el primer semestre de 2015, la Guardia Civil ha desarrollado 30 operaciones en el ámbito de la trata de blancas que se han saldado con 62 detenciones. En su gran mayoría, llevadas a cabo por las unidades de la Policía Judicial de las tres comandancias de la Comunitat.

En estos instantes ha dejado de ser un problema local, ni tan siquiera es estatal, puesto que ha ido evolucionando y existe una creciente implicación de grupos de delincuencia organizada con conexiones internacionales. Por tanto, los agentes tratan de detectar la utilización de vehículos comerciales empleados para cometer infracciones relacionadas con la trata de seres humanos, así como de realizar inspecciones preventivas en establecimientos y lugares donde se sospecha que se pueden realizar actividades delictivas de este tipo.

Pese a todo ello y que en ocasiones se unen conceptos. Mari Luz Vicent, responsable del Proyecto Jere – Jere de Cáritas, alerta de que deben diferenciarse. “La víctima de trata es aquella persona que llega desde cualquier otro punto para ser explotada sexualmente sin su consentimiento, mientras que en la prostitución, habiendo proxenetas, las mujeres aparentemente no han sido forzadas a prostituirse”, describe. De todos modos, la experta recalca que se debe coger todo con pinzas, ya que considera "que detrás de una voluntad (por parte de la chica), siempre hay circunstancias que la llevan a prostituirse”.

EL TESTIMONIO

Jóvenes en busca de un futuro mejor aunque sea lejos de su país. A priori, parece la situación en la que se encuentran miles de valencianos, pero en este caso no es así. Present nació en una pequeña población nigeriana, próxima a Lagos (la capital). Junto a un grupo de amigos decidió hacer las maletas. Les aseguraban que en España esperaba un trabajo digno y un sueldo con el que poder sacar a su familia de la pobreza.

El camino resultó largo y excesivamente complicado, pero en estos instantes, vuelve a sonreír. Además, fue caro. Entre unas circunstancias y otras, para recorrer los cerca de 6.000 kilómetros que hay desde su casa hasta el litoral de Marruecos tuvo que desembolsar más de 2.000 euros. Con mafias que los extorsionaban y el desierto del Sahara por el medio. “La única que llegué con vida de todos los que salimos, fui yo”, lamenta.

En cada frontera, la mafia que los ‘invitó’ a viajar con ellos, les cobraba un peaje. “Suelen estar compinchadas con los Gobierno”, asegura Present (un nombre ficticio, ya que teme que la reconozcan y sufrir las consecuencias). Primero cruzaron a Níger para llegar hasta Mali. “Todo ello sin prácticamente agua ni comida”, resalta. Posteriormente cruzó Argelia y alcanzó Marruecos. No podía imaginar que todavía quedaba los más duro. “Cuando salí de Nigeria, con 24 años, jamás pude imaginar que iba a ser así”, reconoce a LAS PROVINCIAS.

Un cambio drástico

Marruecos iba a significar un cambio drástico en su vida. Hubo experiencias muy negativas, pero también algo positivo, aquello que le permite luchar y reír cada día: su hijo. “No tiene nada que ver con este mundo. Allí no hay libertades, nos pasábamos el día encerradas en una casa donde limpiábamos y trabajábamos para los hombres”. Además, las palizas y los abusos de todo tipo eran habituales. Muchas quedan embarazadas, pero no pueden decirlo porque el bebé obtendría la nacionalidad marroquí y no podrían sacarlo del país. “Sufrí más que en las calles de Valencia”.

El padre de su hijo, también nigeriano, la «obligó» a venir a España. “Así no nos tenía por allí y podía estar con otras”. Una patera repleta de gente fue el vehículo con el que Present cruzó el Mediterráneo. De inmediato fue hasta Madrid. Y de la capital, con ayuda de su hermana (que reside en Italia), pudo viajar hasta Valencia y pagar el alquiler de una habitación. Sin embargo, faltaba lo más difícil. Trabajar para “dar de comer a mi hijo”.

Ya en España se encontró con otras compatriotas que le dijeron que el mejor modo de ganarse la vida era prostituyéndose. No lo veía con buenos ojos, pero tampoco tenía alternativa. Salía cada día para que a su pequeño, que cada vez era más mayor, no le faltara de nada. “Algunas chicas me dijeron que si dejaba de trabajar me quitaría a mi hijo y no podía permitirlo”. Poco a poco, el Proyecto Jere – Jere de Cáritas, se fue acercando a Present y convenciéndola de que no iba a perder al niño por dejar la calle. Le costó asimilarlo, pero hubo un episodio que cambió su rumbo.

“Vinieron a atacarme. Yo estaba muy asustada, no sabía que ocurría, ni lo que me podía pasar. Cuando me di cuenta, uno sacó una pistola y me disparó en el estómago. Fueron momentos de mucho miedo y angustia”, describe la nigeriana. Por fortuna, el arma con la que fue agredida era de balines y pudo recuperarse tras pasar por el hospital, pero decidió coger la mano de Cáritas y salir de la prostitución. Desde entonces, ha hecho diferentes cursos. Aprendió restauración durante tres años, también a limpiar, cocinar y cuidar a mayores y niños. Y esto le ha permitido obtener el permiso de residencia, ya que una mujer a la que asiste le hizo un contrato de trabajo.

Los datos estatales, como advierten las especialistas consultadas por LAS PROVINCIAS, no son fiables, pero desde Médicos del Mundo llevan a cabo en estos momentos un diagnóstico y se calcula que cada año entran en España 500.000 mujeres para ejercer la prostitución. “Esto no quiere decir que todas se queden, pero somos un país de destino y no de tránsito”, apunta Beseler. Obviamente, detrás de todo existe una cifra negra (casos que ni se denuncian ni se investigan) excesivamente elevada.

Violencia continua

Lograr que denuncien es un reto puesto que el miedo que tienen debido a las amenazas y violencia sufrida lo hace difícil. Además, los tratantes se aprovechan de las situaciones de gran vulnerabilidad y pobreza que viven para captarlas y de someterlas después a una fuerte presión y violencia.

“El problema es que al igual que ocurre con las mujeres maltratadas, las víctimas de trata se acostumbran a ella, más aún cuando en muchos casos la han sufrido desde su infancia y adolescencia”, afirma Conchi Jiménez.

En Villa Teresita acogen a mujeres “procedentes de nuestro su proyecto de atención en la calle, de actuaciones policiales o del Centro de Internamiento de Extranjeros”. La asociación cuenta con un piso de acogida, que nadie conoce y en el que viven en un entorno de protección y cariño durante uno y tres meses, “dependiendo de la situación de cada una”. Disponen de todos los apoyos necesarios para poder iniciar una nueva vida: psicológicos, jurídicos, sanitarios y formativos. Una vez en el piso comienza el proceso que conlleva la denuncia, lo que no es fácil, pues tienen que hacer varias declaraciones y enfrentarse a sus miedos. “Durante todo el tiempo las acompañamos y apoyamos en su propio proceso y en la toma de decisiones sobre su futuro, tanto si deciden quedarse en España como regresar a su país”, explica.

Para las mujeres todo el proceso es muy duro. Y las amenazas se suelen repetir según nacionalidades. Son captadas bajo engaño o presión. Y ejerciendo, si no ganan el dinero suficiente, reciben palizas. “Algunas nos cuentan que han estado un mes encerradas a base de golpes y violaciones hasta que vuelven a salir a la calle. Las mafias saben cómo atemorizarlas y hacerlas sufrir, por ejemplo, a través del miedo a que hagan daño a sus familias en el país de origen”, añade.

Las redes que captan a mujeres tienen distintos modos de proceder dependiendo del lugar de origen. A las rumanas “casi siempre les une un vínculo” con quien las trae. O son familiares o las enamoran para lograr que salgan de su país. “Una vez alejadas de su entorno, empieza la violencia y los malos tratos”, asegura Conchi Jiménez. “Además, hay que tener en cuenta que su único vínculo aquí es él y, por ello, en muchos casos no se ven como víctimas”, asegura.

A las nigerianas, en cambio, les ofrecen un futuro mejor, pero cuando se dan cuenta están cruzando el desierto andando o en vehículos con decenas de personas, “tras situaciones muy duras”. A veces, hasta son abandonadas “en edificios vacíos donde para sobrevivir deben beberse su propia orina”. Al llegar a Marruecos pasan días enteros en bosques y “algunas ya son prostituidas” y víctimas de toda clase de atrocidades. Su deuda suele ser de 50.000 euros.

Algo similar sucede en Sudamérica. “A las latinas les garantizan un empleo mejor y que les pagan el visado”, señala Mari Luz Vicent, quien añade que, entonces, “el billete que puede costar mil euros, asciende a 4.000, se incrementa el precio de la vivienda que tienen preparada y la deuda tarda mucho más en acabarse. La explotación se produce a diversos niveles”.

En cuanto a su disposición en las cercanías de las grandes ciudades, “las chicas rumanas pagan por una plaza en la rotonda o por las horas que pasan en el sitio que les han asignado, hayan ganado dinero o no, lo que es otro modo de extorsión”, continúa.

Por su parte, las nigerianas “abonan su lugar”. Desde la asociación no gubernamental buscan que cada una de estas mujeres “sea capaz de tomar sus propias decisiones. A partir de ahí es más sencillo ayudarlas”. Además, si “sufragan la deuda son libres de salir, pero es muy difícil de lograr”.

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