Barro, ratas y salmonela en la ‘Jungla’

Los refugiados del campamento de Calais sobreviven en condiciones infrahumanas

El Mundo, CARLOS FRESNEDA CALAIS ENVIADO ESPECIAL, 18-10-2015

Hoy es un día especial en la Jungla de Calais. Decenas de voluntarios británicos han cruzado el Canal de la Mancha, cargados de provisiones y de pancartas –«Refugees Welcome!»–. Muchos ya habían estado aquí y vuelven a ayudar. Los novatos luchan por contener el vómito nada más pisar por primera vez el denigrante campamento de refugiados.

El barro lo inunda todo, mezclado ocasionalmente con las heces.Tocan a un retrete portátil por cada 70 habitantes, y la lluvia complica aún más cosas. Las ratas campan a sus anchas por las montañas de basura. Los surtidores de agua están contaminados con batería E.coli.

Los brotes de salmonela son el pan de cada día, por no hablar del hambre: una sola ración al día y gracias. Familias enteras se hacinan en tiendas de 10 metros cuadrados o en chamizos de madera comidos por la humedad y las goteras. Médicos del Mundo acaba de denunciar la condiciones del campamento como «diabólicas». Pero los niños sonríen… Al fin al cabo, el pequeño Ajin y su hermana Jela, hijos de refugiados del Kurdistán iraquí, tienen razones para estar contentos. Unos ingleses vinieron hasta aquí y les regalaron una desvencijada caravana con goteras que ahora es su casa, en medio del lodazal. Desde allí se asoman a este campamento del fin del mundo.

«Llamarlo la Jungla es ser demasiado benigno», advierte la madre, Naza, con la ayuda de un vecino que hace de intérprete. «Pasamos por un campo de refugiados en Turquía, pero queríamos una vida mejor para nuestros hijos. Lo dimos todo para venir a Europa, y encontramos esto».

Biryar, el padre, no deja de hablar al teléfono móvil. A duras penas reconoce que tiene «contactos» al otro lado del Canal de la Mancha y que no deja de darle vueltas a cómo dar el salto. «Si no tuviera hijos, o si los niños fueran mayores, nos la jugábamos una noche en el tren. Una vez llegas al Reino Unido dicen que todo es más fácil: te alojan en una casa, puedes pedir beneficios. Pero llegar allí se ha covertido un juego a vida o muerte: todas las semanas encuentran muertos en las vías».

A la Jungla, con su hijo de un año en sus brazos y el resto de la familia cargado con maletas (mujer y otas dos hijas), regresa tal día como hoy el iraquí Shadiq Hussain. «Habíamos conseguido un alojamiento provisonal, pero se nos acabó el dinero y no tenemos dónde ir», se lamenta.

Es la segunda vez que Shadiq da con sus huesos en Calais… «En 2009 vine yo solo y conseguí meterme con un cargamento hacia Dover. Me deportaron del Reino Unido en 2010 y volví Bagdad. Tenía un pequeño negocio, pero la situación es desesperada. Hemos tardado más de un año en llegar aquí y voy a intentarlo todo. Yo le hablo en inglés a mis hijos».

El invierno acecha en La Jungla. Las largas expediciones nocturnas rumbo a la entrada fortificada del Eurotúnel son más esporádicas que durante el verano. Rabia y resignación se ha apoderado de la población fantasma de refugiados de Sudán, Eritrea, Etiopía, Nigeria, Afganistán, Irak y Siria en esta especie de Naciones Unidas por el barro, las guerras y las barreras al llegar a Europa.

«Calais es una emergencia humanitaria de primer orden en uno los países más ricos del mundo», denuncia Leigh Daynes, directora de Médicos del Mundo. «Los refugiados están hambrientos y desesperados, y viven en condiciones diabólicas. Su sufrimiento es aún más agudo teniendo en cuenta el estado físico y emocional en el que llegan, tras los peligrosos viajes que tienen a sus espaldas».

«Calais es la vergüenza no sólo de Francia y del Reino Unido, sino de toda Europa», sentencia Blair Cunnings, venido desde Birmingham con la caravana de Stand Up to Racism, que ha puesto en pie de guerra al campamento. Al grito de «¡No a la Jungla!», los refugiados han decidido denunciar a su manera las condiciones infrahumanas en las que viven y reclamar alojamientos temporales, la aceleración de los procesos de asilo y la «apertura de fronteras» en el Reino Unido, donde también se celebraron manifestaciones de solidaridad.

Hasta Banksy se apuntó a su manera al día de la solidaridad con el envío de material para hacer refugios. Las sudaderas rojas de Dismaland que invadieron La Jungla fueron la prueba del paso por Calais de las huestes del artista callejero. El cartel fantasma de Dismal Aid fue visto y no visto. Algunos piensan que se trató en realidad de un montaje.

Otros activistas británicos, como Joe Murphy y Joe Robertson, han decidido animar las noches de La Jungla con el Good Chance Theatre, un night club con giro social. Gracias a un crowdfundig, la profesora Mary Jones ha podido crear una orginalísima biblioteca, Jungle Books, a la sombra de la Iglesia de St. Michael, erigida con material reciclado. En La Jungla hay también mezquitas de cartón, tiendas de comestibels (casi todas regidas por afganos), restaurantes y bares (los iraquíes son los dueños) y hasta pequeños negocios de electricidad y telefonía móvil, como el regentado por Dongo –como todos le llaman– en la zona sudanesa. «Aquí llevamos más tiempo y nos hemos organizado para suplir las carencias del campamento, aprovechando de paso nuestra experiencia a la hora de levantar ciudades de cartón en África», ironiza Dongo, el alcalde de la zona sudanesa.

A lo largo de verano, sobre todo con la llegada de gente de Siria y Afganistán, hubo momentos de tensión y violencia en el campamento. «La situación está algo mejor, pero el invierno puede agravar las cosas, sobre todo si sigue llegando gente y no mejoran las condiciones. Ahora existe ya una Jungla 2 y una Jungla 3, aunque todo esto está llegando la límite. No sé lo que aguantaremos».

Ni el mal tiempo ni los muros han contenido el flujo hacia Calais. Los sirios, que apenas llegaban al centenar antes del verano, superan ya los 350, según Maya Konforti, voluntaria de L’ Auberge des Migrants.

Assel, de 23 años, ex estudiante de informática, salió de Damasco con un grupo de siete amigos que se han ido quedando por el camino. Participó en uno de los fallidos asaltos masivos nocturnos a los trenes de carga en el mes de julio. Assel medita ahora si pedir asilo en Francia, después de que dos compatriotas perdieran la vida. Compraron en Calais en trajes de baño isotérmicos para nadar los 32 kilómetros hasta las costas británicas. No llegaron muy lejos.

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