Regreso al califato del IS
Refugiados sirios emprenden un peligroso viaje de ida y vuelta en autobús desde el Líbano para llevar dinero a sus familias en Raqqa L El billete a la capital del terror cuesta unos 40 euros
El Mundo, , 18-10-2015La docena de pasajeros del autocar
que hará la ruta Beirut-Raqqa muestra
una expresión seria en sus rostros
pocos minutos antes de la partida.
Son las siete de la tarde, ya ha
oscurecido en la capital libanesa y
un policía vestido de civil registra
los documentos de cada uno de los
viajeros. Se trata de la primera de
decenas de inspecciones que soldados
libaneses y sirios y milicianos
del Estado Islámico (IS por sus siglas
en inglés) harán al autocar, cuyos
50 asientos se encuentran en su
mayoría vacíos. Una odisea de al
menos 20 horas que los llevará desde
la costa mediterránea al corazón
del califato autoproclamado por la
siniestra organización.
Minutos antes, los sirios que han
llegado a la estación de autobuses
de Charles Helou cargan sus maletas
en el portaequipajes del vehículo.
El chófer verifica que el motor está
en condiciones y un empleado de
la compañía de autobuses grita
«¡Raqqa! ¡Raqqa!» para llamar la
atención de los interesados.
La mayoría de los que realizan el
trayecto son trabajadores de entre
20 y 50 años que viven desde hace
años en el Líbano. Vuelven a su tierra
para visitar a sus familias y llevarles
dinero y objetos imposibles
de conseguir allí.
Ahmed ya tiene ganas de volver a
su país después de más de un año
fuera de él. Sentado al borde del andén
dice que se quedará «un par de
semanas» y retornará a Beirut porque
en Raqqa «no hay trabajo». Es
obrero y consigue ahorrar gran parte
de los 500 euros mensuales que
gana durmiendo en los edificios que
construye. «Este dinero ayuda a mi
familia a sobrevivir», dice el joven
de 25 años. Uno más de las decenas
de miles de sirios que desde hace
décadas vienen al Líbano a trabajar
en las labores menos cualificadas.
Poco antes de embarcar, Ahmed
no parece estar preocupado. «Sé que
hay muchos controles, pero con el
pasaporte sirio en regla no debería
haber problemas». La ingente cantidad
de puestos de control en áreas
gubernamentales –«a veces uno cada
kilómetro»– triplica el tiempo de
viaje. Antes de la guerra, el trayectose hacía en unas seis o siete horas.
Pero si arrecian los combates, «puede
alargarse hasta 40 horas», explica
Ghassan, un sirio que se encarga de
vender los billetes.
Los autobuses en dirección a Raqa
suelen partir de Beirut cada dos
días, y furgonetas los sustituyen el
resto de jornadas. La ciudad, la única
capital de provincia en Siria bajo
control del Estado Islámico, no es el
único destino al autoproclamado califato.
Pero casi todos los vehículos
siguen uno de los dos trayectos principales
para llegar a él.
Si los autobuses van hacia las
áreas situadas más al oeste, bordean
la costa libanesa en dirección hacia
el norte y una vez en Siria viran al
este. Si el destino es Raqqa, toman
la ruta de Damasco, cruzan la capital
siria y en Tadmour, cerca de las
ruinas de Palmira, se adentran en territorio
del IS. Pero la violencia puede
cambiar los planes de ruta, y muchos
temen más los bombardeos de
Rusia o la coalición liderada por los
Estados Unidos que los combates.
A Mohamad, nombre ficticio, el
conductor le explica que el paso desde
el territorio controlado por el
ejército al del IS suele hacerse «sin
muchas dificultades». «Me ha dicho
que si hay combates en el frente, esperaremos
a que terminen». Ha pagado
un poco más de 40 euros por
un billete hasta Manbij, una localidad
entre Alepo y Raqqa bajo control
del grupo fundamentalista. Hace
un año y siete meses que Mohamad
no hace el trayecto para ver a
sus dos hijas. Como los demás entrevistados,
se resigna a que los saqueen
en el camino.
Abu Hajish, conductor del autocar
que los llevará a Manbij, corrobora
que «militares y milicianos roban
dinero o pertenencias a los pasajeros
». Los soldados del ejército
sirio suelen ser los que más se llevan,
dice, ya que sus numerosos
controles son los primeros que el autocar
atraviesa. En la región bajo
control del Estado Islámico hay
«uno o dos», pero los milicianos
también sacan tajada.
Mientras fuma el último cigarro
antes de arrancar, Abu Hashij saca
un pequeño tubo con concentrado
de colonia. Lo restregará sobre sus
dedos antes de entrar en áreas del
IS para eliminar el olor a tabaco. Si
le descubren, será castigado con latigazos.
También rociará el vehículo
con espray, ya que el IS prohíbe fumar
en su territorio. Entre otras obligaciones,
los pasajeros deben también
vestir pantalones largos y, si hubiese
mujeres, deberían cubrir su
cuerpo y cara con el niqab.
Reacios a hablar, ninguno opina
de política ni de las condiciones de
vida bajo el IS. La lúgubre estación
de autobuses de Charles Helou apenas
tiene iluminación, los policías
vestidos de civil hacen rondas por
los andenes y ninguno parece fiarse
de los demás. Mohamad explica
que la vida en Manbij es «normal»,
según le dicen sus hijas. A sus casi
30 años, apenas salen de casa, ya
que deben ir acompañadas de un
tutor masculino.
Pero a excepción de un señor mayor,
vestido con la tradicional kufiya
blanca y roja sobre la cabeza y que
vuelve para quedarse, todos los que
se despiden de Beirut lo hacen para
regresar. Salvo excepción, podrán
hacerlo sin problemas.
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