Refugiados sin posibilidad de alejarse del terror

El Mundo, Opinión, 18-10-2015

NO CABE paradoja más cruda de la durísima realidad
que sufren los millones de refugiados de Siria
y los países vecinos en guerra que la que hoy
reflejamos en nuestras páginas. Decenas de expatriados
en el Líbano se juegan a diario la vida regresando
por unas horas al califato de terror impuesto
por el Estado Islámico en Siria e Irak para
entregar a sus familiares dinero y bienes de supervivencia.
Se trata de sirios que han huido de los
bombardeos, el hambre y la desesperación y hoy
malviven como pueden en Beirut y otras ciudades,
pero que no han podido llevarse consigo a sus seres
queridos. Y, sin otra elección, se arriesgan a
entrar y salir de los dominios del IS, sorteando la
extorsión tanto de los soldados afines a Asad como
de los milicianos islamistas, así como los incesantes
bombardeos en un territorio donde hoy
juegan su propia partida de intereses todas las potencias
internacionales. Es un ejemplo más de
hasta qué punto el actual drama de los refugiados
exige soluciones urgentes y medidas globales.
La guerra en Siria ha provocado ya un éxodo
de más de cuatro millones de personas. La mayoría
sobrevive en campos de refugiados –los más
afortunados– o en meros campamentos de aluvión
sin las mínimas condiciones. Jordania, Turquía
y el Líbano son los principales países de acogida.
En este último, la situación es especialmente
preocupante, ya que los desplazados sirios representan
más de un cuarto de la población y el
país está completamente desbordado. De hecho,
la gran llegada de migrantes a Europa que se ha
empezado a registrar estos meses ha sido la consecuencia
de que los países vecinos de Siria e Irak
tuvieran que cerrarles el paso en sus fronteras y
de que los masificados campos de refugiados se
empezaran a convertir en bombas de relojería para
ellos y para las poblaciones de acogida.
Sólo Turquía sigue hoy soportando la avalancha
sin fin –se calcula que ya acoge a unos dos millones,
sólo de sirios–. En este escenario, es un
buen paso el acuerdo alcanzado por los Veintiocho
para estrechar la cooperación con Ankara.
Bruselas está dispuesta a aportarle 3.000 millones
de euros para que pueda seguir haciéndose cargo
de los refugiados en su territorio y tratar así de frenar
el flujo hacia la UE. La medida no es suficiente;
pero no cabe duda de que el entendimiento
con Turquía en este asunto es imprescindible.
Igual que lo es la necesaria unidad de los Veintiocho
para abordar el reto que supone el mayor
éxodo al que se enfrenta el mundo desde el final
de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la
realidad es bien distinta. El cierre ayer de la frontera
con Croacia por parte del Gobierno de Hungría
abre un nuevo frente en esta delicada situación.
Las autoridades de Budapest tratan de frenar
la llegada de refugiados violando tanto los
compromisos de Schengen como la cooperación
intracomunitaria, lo que ya ha provocado importantes
conflictos diplomáticos con sus países vecinos.
Un clima de desunión patente en las cumbres
de la UE, que todavía no han logrado ni siquiera
un acuerdo para establecer un reparto por cuotas
de refugiados. Lamentable.
La falta de entendimiento provoca especial indignación
en Alemania, uno de los países de la UE
que mayor solidaridad está demostrando en esta
crisis. Ni siquiera el hecho de que su Parlamento
haya endurecido esta semana la Ley de Asilo oculta
que sólo este año el país acogerá a al menos
800.000 migrantes, lo que supone un enorme desembolso
de 3.850 millones de euros anuales. No
es de recibo que, en paralelo, la actitud de otros
estados de Europa sea limitarse a levantar vallas
o a tratar de escurrir el bulto ante un drama que
exige la absoluta solidaridad mundial.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)