M i primer libro de texto, como el de muchos otros niños de mi generación, fue la Enciclopedia Álvarez. Para quien llegara a la escolarización con la EGB, le recordaré que se trataba de un volumen que reunía todas las materias: historia de España, geografía, historia sagrada, aritmética, geometría… En aquel libro cabía todo el saber que el Régimen consideraba indispensable para formar desde pequeños a los buenos españoles del futuro, incluidas las oraciones y los himnos. Pasados unos cuantos lustros, todavía puedo ubicar las cordilleras Bética y Penibética, rememorar las hazañas de El Cid y don Pelayo, y cantar el himno de la Una – Grande – Libre con letra y no ese la – la – lala – lalalalalalala – la – la – la – lala de los partidos de la selección…

Aquella enciclopedia hacía especial hincapié en los valores de la raza y de la nación. Y en la misión evangelizadora de la España imperial. Claro que a los evangelizados con la cruz y la espada nunca les preguntaron si les parecía correcto el método… Trataron de pasar por encima de su cultura y de sus creencias en aras de la fe única; y de paso, organizaban un saqueo de sus pertenencias. Aquella sí que fue una invasión a la brava revestida de la leyenda del descubrimiento.

Ahora, el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, alerta de lo que para él es una “invasión de emigrantes y de refugiados” que amenazan con poner en riesgo la identidad de Europa. Cañizares es el mismo que llamó a los fieles de su diócesis a rezar “por España y su unidad” y, con el mismo argumento, convocó una vigilia en la catedral. Cañizares es un cruzado a la vieja usanza que debe considerar que la conversión del infiel era una labor pastoral (aunque sea por la fuerza), pero que olvida que entre las Obras de misericordia (las recuerdo porque venían en la enciclopedia de marras) estaba ‘dar posada al peregrino’. Cualquier día, el cardenal nos exhorta sobre la primacía de la raza. Todo un prototipo de carpetovetónico (ver enciclopedia).