El gran negocio de los traficantes en la costa turca
Los ‘simsar’ ganan 300 millones de euros al año con el contrabando de personas hacia Europa
El Mundo, , 12-10-2015Murat, el dueño de una empresa de alquiler de yates en el lado turco, conoce cada pliegue de la costa como si fuera el rostro de su mujer. En una atmósfera de ley del silencio es de los pocos que se atreve a hablar de una realidad que nadie quiere reconocer: el dinero de los refugiados fluye por todas partes en Bodrum, el Benidorm turco.
–¿Queréis ver a los traficantes? Los tenéis muy cerca. Mirad allí. Están en esa esquina.
–Allí sólo hay taxistas, Murat.
–Correcto. También son los taxistas. Hablad con ellos. Decid que queréis viajar en patera. Ellos compran las barcas, os preparan la travesía y os llevan hasta las playas para embarcar. El resto es que vosotros os queráis suicidar.
Hacía tiempo que no florecía una actividad criminal tan rentable, tan segura, tan rápida y tan despiadada. Cada barca, comprada en eBay, cuesta de 300 euros, las pequeñas, a 600 euros las grandes. De cada uno de esos botes se obtienen de 7.000 a 40.000 euros dependiendo del tamaño y del número de personas que puedan meter en ellas. El hampa de Estambul, en comunión con refugiados sirios asentados desde hace meses en Turquía y muchos de esos taxistas de los que habla Murat, han tejido una red de oportunistas que trabaja a plena luz del día con total impunidad para aprovecharse de la desesperación de la gente. ¿La policía? Se limita a patrullar poniendo gesto preocupado. A veces los traficantes, en zonas habitadas e iluminadas, se permiten llegar hasta la playa griega, dejar a los refugiados y regresar a por más hasta completar tres viajes al día. En total, el negocio ha dejado ya 300 millones de euros al año, a 100 botes y 5.000 personas de media por noche.
Los simsar (mafiosos) visitan los hoteles baratos y hostales de mala muerte de Bodrum para ofrecer sus servicios a los sirios entregando una tarjeta con su teléfono. Así se reservan las plazas de las barcas. El resto de refugiados de otras nacionalidades esperan en los bosques cercanos. Los traficantes los llevan hasta allí para burlar a la policía. Y de allí saldrán, amenazados con armas de fuego, camino de las playas. Los simsar ya habrán traído las lanchas hasta la orilla. En la oscuridad de la noche, los traficantes desaparecen y dejan a los refugiados solos ante el Egeo. Desde la orilla turca, la isla griega de Kos aparece por la noche cercana y lejana al mismo tiempo: asequible para un fueraborda sin sobrecargar, suicida en un bote sin motor sobrecargado.
En la estación de autobuses se citan los náufragos, aquellos que han fracasado en su intento de llegar a Europa y tienen que volver a Estambul para intentar hacer dinero y volver a intentarlo en unos meses. Ali, un paquistaní de Islamabad que duerme al raso, asegura que su barca «tenía una fuga y era imposible navegar con ella». Ahora tiene que volver a trabajar sin papeles, esperando que aquel que le contrate le acabe pagando lo acordado, cosa que muchas veces no sucede. El inmigrante o el refugiado se ha convertido en una mercancía, en un ser sin derechos.
Una vez establecido el contacto, el pago se realiza de dos maneras: o en mano la noche previa al embarque o mediante el uso de la hawala, el antiguo sistema islámico de envío de dinero, que sale más caro por la comisión. El primer método tiene un problema: si la barca es interceptada por una patrullera turca y vuelve a puerto, tendrá que volver a pagar la misma cantidad. El segundo método evita esa posibilidad, porque sólo cuando el refugiado llega a Grecia, el traficante recibe un código para desbloquear el dinero ingresado en una entidad de Turquía.
Antes de subir a la barca, los refugiados compran dos cosas imprescindibles para la travesía: una funda de plástico para proteger el móvil y un chaleco, otro de los grandes negocios durante esta crisis. La calidad de estos salvavidas es ínfima. Los refugiados llegan a una tienda en Bodrum, con decenas de ellos colgados en su fachada, reclamando el original Yamaha. Lo que les venden, a unos 18 euros, es una imitación china que, al no ser impermeable, se llena de agua y actúa como un lastre hacia el fondo del mar.
Pero no sólo hay oportunistas en el lado turco. Cada noche, en las playas de Kos, se recortan en el horizonte las figuras de aquellos que, armados con destornilladores, aprovechan la llegada de las lanchas para desmontar el motor y la batería a toda velocidad y volver a venderlos al otro lado. Los agentes guardacostas griegos intentan llegar antes, pinchar las barcas y confiscar el fueraborda, pero no siempre lo consiguen. Nada más llegar a Kos, varios hombres buscan a los sirios, los que más dinero traen, y reparten tarjetas de un hotel cercano, el Marie. Entre ellos está a punto de estallar una pelea que se corta cuando llega la policía. Se estima que cada familia siria se deja como media 200 euros en su paso por Kos.
Muchos de estos traficantes también son refugiados sirios que llevan meses asentados en Turquía. Actúan de traductores y son los que contactan con sus compatriotas. Ellos también desean cruzar hacia Europa, pero serán los últimos en hacerlo, con una buena lancha y los bolsillos llenos de dinero. Todo esto sucede a la vista de todos, mientras las autoridades aparentan normalidad. La vigilancia sólo hace eso, vigilar. Frontex es aquí un grupo de jubilados griegos tomando un café frappé en una terraza, apostando sobre la nacionalidad de los grupos de recién desembarcados que llegan desde una playa cercana:
–Welcome. ¿De dónde vienen?
–De Pakistán.
–¿Ves, Dimitris?, ya te dije que no eran afganos.
Vea en el ELMUNDO.es el vídeo-gráfico de L. Núñez-Villaveirán y M. Viciosa.
OFERTA Y DEMANDA
Precios. Los precios en el lado turco dependen de varias cuestiones, «Pero sobre todo, de la nacionalidad. A un sirio siempre va a costarle más dinero que a un paquistaní», dice Robert Salin, responsable de ACNUR en Kos.
Categorías. Los traficantes poseen grandes ‘zodiac’, con motor y cierta estabilidad (dentro irán 50 o 70 personas) o botes de plástico para ocho personas.
Chalecos. Las mafias compran salvavidas ‘Yamaha’ originales a nueve euros y los venden a 35. Los falsos, a 18.
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