Nombres y rostros en la tragedia de los refugiados

El Mundo, Opinión, 11-10-2015

MÁS ALLÁ de la frialdad de los números y las estadísticas,
de las imágenes de avalanchas en las
estaciones de tren, el hacinamiento en las pateras
o la masificación en los campos de tránsito, la tragedia
de los refugiados que vienen huyendo de la
guerra tiene nombres y rostros particulares. De
nada consuela que el destino propio sea también
el de miles de compatriotas, obligados a dejar tras
de sí a sus familias y sus hogares. Poco reconforta
compartir miedos e incertidumbres. Porque cada
uno de los casi 400.000 refugiados que persiguen
instalarse en el paraíso europeo tiene una
historia propia, un pasado irrecuperable y una esperanza
incierta en una Europa que no deja de levantar
vallas y muros defensivos y de advertirles
que no tiene sitio para acogerlos a todos.
Estas son las razones que han llevado a nuestro
periódico a desplazarse hasta la frontera grecoturca,
una de las rutas más utilizadas por quienes
buscan dejar atrás los horrores de una guerra civil
que es también una guerra internacional. Porque
Siria es hoy un lugar donde la población civil
es víctima de los históricos abusos del régimen
dictatorial sostenido a sangre y fuego por la familia
Assad; de la barbarie yihadista de un Estado Islámico
que arrasa en su imparable avance con la
vida de los que no se someten a las imposiciones
coránicas; y de la estrategia de las potencias occidentales
que para salvaguardar sus intereses económicos
en la zona se debaten entre la alianza
con regímenes tiránicos y totalitarios como los de
Irán y Arabia Saudí o el apoyo a una milicias opositoras
cuyos principios no distan mucho de los
del Estado al que quieren derrocar.
No es de extrañar, como narran las víctimas de
esta trágica historia en el primero de los reportajes
que irán apareciendo en los próximos días, que
el chantaje al que les someten las mafias que trafican
con los refugiados sea la última de las esperanzas
a las que pueden agarrarse. Ni que muchas
madres se decidan a embarcar solos a sus hijos
(se cree que son ya más de 10.000 los menores
no acompañados que han llegado al continente)
en barcos cuya seguridad nadie puede certificar.
Y es que los niños se han convertido en los damnificados
más vulnerables de la crisis. La reclusión
en calabozos de los menores que llegan desde una
Turquía sumida en sus propias convulsiones internas,
como demuestra el atentado de ayer en Ankara,
a la isla griega de Kos es algo que la Unión
Europea no puede tolerar ni como medida provisional.
Ayer, el comisario europeo de Migración,
Dimitris Avramópulos anunció la creación en Grecia
de cinco centros de identificación de refugiados,
uno de ellos en Kos, algo necesario para la seguridad
comunitaria, pero insuficiente para paliar
el sufrimiento de unos niños condenados a vivir
encarcelados en condiciones deplorables.
Es de esperar, por otra parte, que la resolución
aprobada el viernes por la ONU para la creación
de un gobierno de unidad en Libia ayude a combatir
a las mafias que operan con total impunidad
desde un país desmembrado y en manos de tribus
sin ánimo de cooperación. La posibilidad de inspeccionar
los barcos sospechosos e incluso la utilización
de la fuerza para detener a los traficantes
si fuese necesario son dos decisiones necesarias
para acabar con un negocio deplorable que se nutre
de la desesperación de miles de personas.
Es indudable que el terrorismo islámico, que estos
días ha vuelto a golpear de nuevo a Israel, se
ha convertido en la principal amenaza para la seguridad
mundial, pero los países occidentales no
pueden eludir sus responsabilidades. Poner fin a
la tragedia de cada uno de los refugiados requiere
una firme determinación global de pacificar de
una vez por todas el polvorín de Oriente Próximo.

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