Desde la Avenida de Tolosa
Lágrimas de cocodrilo
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 10-10-2015El viernes 2 de octubre, se cumplió un mes de aquel suceso que sacudió al mundo, y que dejó al descubierto toda nuestra vileza. Un niño sirio Aylan Hurdi, de 3 años de edad, apareció muerto, como un muñeco roto, sobre la arena de la isla griega de Kos. Junto a su cuerpo, a escasos metros se encontraba también sin vida, su hermano Galip de 5 años, y su madre Zeynep Albas Hadi. Un guardia costero lo tomó con suavidad y lo depositó sobre una camilla. La imagen de la fotógrafa de Reuters, Nilufer Demir, dio la vuelta al mundo. Nos encogió el corazón y nos hizo llorar con desconsuelo. Los medios de comunicación nos hicimos amplio eco de la terrible noticia, rasgándonos las vestiduras. ¿Cómo era posible que la Europa civilizada contemplara sin inmutarse la muerte de tantos refugiados sirios, afganos, iraquíes, o subsaharianos? Las denuncias se convirtieron en gritos, que por fin despertaron a Bruselas, obligando a la UE a “reunirse de urgencia”. Desde entonces los líderes europeos han hecho juegos malabares con los números, y finalmente han acordado un reparto de cifras raquítico, indecente, e inmoral. Se trata de abrir el portón de los estados, pero solo un poco, sin pasarse. Incluso varios países han ordenado, por si acaso, blindar puertas y ventanas, y poner cerraduras de seguridad. En aquellos días todos mirábamos hacia Siria, y sabíamos su ubicación en el mapa. Nos horrorizaba el sonido seco de los fusiles, el martilleo obsesivo de las ametralladoras, el estallido de los morteros, las explosiones de los obuses de una guerra fratricida. En aquellos días se barajaban las cifras de 310.000 muertos en la contienda, la mitad civiles; 120.000 desaparecidos, de ellos 14.000 niños; y millones de desplazados. El domingo pasado, cuando se cumplía un mes de la muerte de Aylan Hurdi, nadie nos acordamos de él. Ni periódicos, ni radios, ni televisiones. Tampoco la UE, que sigue con la calculadora en la mano. Aquel miércoles 4 de septiembre, todos lloramos mucho pero, ahora lo sé, eran solo lágrimas de cocodrilo.
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