A MI BOLA

Aquellos otros refugiados

La Voz de Galicia, , 07-10-2015

Este presente no es como otros. Devora la actualidad. Pisa el acelerador de la caducidad como nunca. Las noticias se desgastan como chicles. También las tragedias. Individuales y colectivas. Las conciencias se despiertan y adormecen rápidamente. Europa se desveló de repente con aquella foto de Aylan, el niño sirio de jersey rojo. Recordaba a aquella pequeña de La lista de Schlinder, cuyo abrigo, también rojo, era la excepción del blanco y negro.

Unos meses antes de Aylan, otros ya gritaban. En Grecia, en plena campaña electoral, cuando todavía se celebraba la Navidad ortodoxa, cooperantes denunciaban el éxodo sirio. Literalmente. «Vienen familias enteras, con ancianos, con bebés. Cada vez más», contaban. Lo veían con sus ojos en los centros de acogida de las islas, convertidos en hormigueros. Lo comprobaban después en Atenas, porque los desplazados eran trasladados a esta ciudad con un permiso de tres meses, dos más que los concedidos a inmigrantes de otra nacionalidad. Su terror, al parecer, se merecía una prórroga extra. Los sirios podían permitirse vagar durante unas semanas por la capital. Se los veía en el centro, en los alrededores de la plaza Omonia, tristes y esquivos. Pero en aquellos tiempos, que ahora parecen lejanos, desde Bruselas se hablaba con timidez del drama. Parecía un problema interno de los griegos. Uno más. Seguramente, según muchos iluminados, hasta merecido. Pero el río sirio se desbordó, llegando al cuello de otros países más prósperos. Alemania emergió como la tierra prometida. Fue a partir de entonces cuando Merkel pidió (o más bien exigió) abrir los brazos a los desplazados. ¿Y qué hay de aquellos otros refugiados?

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