Inmigración. Una nueva vida

ABDOUL YA NO CORRE PARA HUIR

Refugiado malí, vivió el asesinato de su hermano y casi muere por paludismo; ahora se prepara para una carrera de 80 kilómetros

El Mundo, Sergio R. Viñas. Bilbao, 04-10-2015

En el pasaporte de Abdoul Salam se
acumulan las heridas, una sobre
otra, y ninguna cicatriz sirve para taparlas,
porque el dolor sólo lo cura el
paso del tiempo. Abdoul es un muchacho
malí de 29 años, fuerte y atlético,
de dentadura impecable y mirada
limpia. No se atisba ni rastro de
rencor en una persona que tiene sobrados
argumentos para acumularlo
hasta rebosar. Tuvo que huir de Mali,
su país natal, donde sus elecciones
eran la pobreza o la muerte. En su
trayecto hacia un mundo mejor atravesó
Argelia, Libia y Marruecos,
donde fue agredido, despreciado y
estafado. En Bilbao no halló el paraíso,
pero sí un lugar donde, al menos,
ser feliz. Durante mucho tiempo corrió
para huir; ahora lo hace por diversión:
tiene el reto de correr 80 kilómetros
seguidos.
Para entender la historia de Abdoul
hay que trasladarse hasta Ménaka,
un pueblo de 20.000 habitantes
al este de Mali. Allí creció en el
seno de una familia de clase media,
junto a sus cinco hermanos. La rebelión
tuareg de 2007 lo destrozó todo.
No sólo la paz, también la familia.
«Mi hermano Mamutu iba de viaje
entre dos pueblos de la región y se
cruzó con los tuareg, que habían atacado
un campamento militar. Le confundieron
con uno de ellos y le mataron.
Tenía 20 años», rememora.
Sus padres, atemorizados por el
asesinato de su hijo, tomaron la decisión
de alejar al resto de sus vástagos
de Ménaka y enviarlos a la capital de
Mali, Bamako, donde Abdoul y sus
otros cuatro hermanos fueron acogidos
por unos tíos maternos. «No tenían
recursos ni habitaciones suficientes
para nosotros. Dormíamos
en un almacén, rodeados de mosquitos
que nos picaban», explica. Abdoul
acabó enfermando de paludismo.
Casi nadie daba un duro por su
vida. Su tío decidió que regresara a
Ménaka, para que el pobre chico
muriera junto a sus padres. Milagrosamente
se recuperó y, entre la guerra
y la enfermedad, optó por huir.
Su trayecto por el norte de África
fue una penuria. Llega a Argelia,
donde está dos meses, y después se
traslada a Libia. En los dos países sufre
la violencia policial. El estallido
de la guerra contra Gadafi le obliga
a recular y acaba en Marruecos.
Atraído por la promesa de una Europa
celestial, se sube finalmente en
una patera con destino a Motril. Paga
el equivalente a 700 euros.
Comienza su periplo por España
en un centro de internamiento en Tarifa,
«casi una cárcel». Tras dos meses
allí, la Cruz Roja le ayuda a llegar
a Bilbao, donde comienza de verdad
su nueva vida. En este labor juega un
papel crucial la Comisión de Ayuda
al Refugiado (Cear). «Con ellos comencé
los trámites de mi solicitud de
asilo y me ayudaron para aprender
español», detalla. Poco después, empieza
a estudiar el grado medio de
Soldadura y Calderería, estudios que
puso en práctica trabajando en una
carpintería metálica de Berango.
«Ahora no tengo trabajo, pero me
gustaría tenerlo. Me ofrezco para trabajar
de lo haga falta», dice. Y, a su
lado, una voz asiente: «Está muy preparado
para trabajar. Y además es
un portento físico».
Pertenece esa voz a Óscar Pasarín,
corredor profesional de maratones
de ultrafondo, maestro de Abdoul en
su nueva afición, que consiste en tirar
millas. Óscar se acercó a las causas
solidarias a través de su hermanavoluntaria de Cear. «Quería dar la
vuelta al País Vasco, corriendo, 600
kilómetros en 10 días. Mi hermana
me sugirió que lo hiciera por los refugiados
y me pareció una excelente
idea», explica Óscar.
A raíz del acercamiento del corredor
a Cear, conoció a Abdoul y le invitó
a correr con él. Eso ocurrió hace
poco más de un año. Ahora, es capaz
de correr 40 kilómetros seguidos,
una progresión asombrosa en apenas
un puñado de meses. El objetivo
de Abdoul es acompañar a Óscar en
su siguiente gran reto, correr el año
que viene desde Madrid a Bruselas
en etapas de 80 kilómetros, de nuevo
por una causa solidaria. «Estará
preparado», dice Óscar. Y Abdoul
asiente con ilusión, porque ahora corre
por placer, sin necesidad de mirar
siempre hacia atrás.

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