El hotel ‘Mil colinas’ de los Alpes italianos

Este tres estrellas acoge a refugiados frente a las amenazas y la oposición de la Liga Norte

El Mundo, SORAYA MELGUIZO MORBEGNO (ITALIA) ESPECIAL PARA EL MUNDO, 27-09-2015

Cuando Faisal llegó a Italia a bordo
de una barcaza con otras 250 personas
procedente de Libia, lo hizo
huyendo de un grupo de delincuentes
que habían puesto precio a
su cabeza. Meses atrás una de sus
hermanas, empleada en una fábrica
de Karachi, fue salvajemente
atacada por este grupo de simpatizantes
de un partido político paquistaní
contrario a que las mujeres
trabajen. Le cortaron una oreja
y la nariz. «Yo intenté defenderla
pero eran demasiados y tuve que
huir a Islamabad después de que
me amenazaran», dice. Pero el exilio
en la capital de Pakistán no fue
suficiente. Poco tiempo después tuvo
que abandonar definitivamente
el país. Cuenta su historia mientras
muestra el vídeo de una televisión
local paquistaní que recoge la noticia
del suceso. Es su última carta;
la prueba que necesita para que las
autoridades italianas le concedan
el estatus de refugiado.
Faisal lleva 18 meses viviendo en
el Hotel Bellevue de Morbegno,
una pequeña localidad a los pies de
los Alpes italianos. El desesperado
refugio de los que huyen de la guerra
en que se ha convertido el Bellevue,
recuerda a la experiencia
del hotel Mil colinas de Kigali, la
capital de Ruanda, que durante el
genocidio de 1994 sirvió de santuario
para más de mil tutsis y hutus
moderados que se escondían de los
machetes de las milicias Interahamwe.
El episodio quedó reflejado
en la película Hotel Ruanda.
El Mil colinas de los Alpes, calificado
de tres estrellas y reconvertido
en centro de refugiados, acoge a
personas que están en trámites de
regularizar su situación. Aquí pasan
las horas muertas haciendo un poco
de deporte y acudiendo a clases
de italiano. Y a medianoche en punto:
todos a sus habitaciones. Como
Faisal, otras 70 personas, todos
hombres procedentes en su mayoría
del África subsahariana, esperan
desde hace meses unos papeles
que parecen no llegar nunca.
Alfa Bah mira aburrido
su teléfono móvil en
una sala del hotel. Llegó
a Italia hace cinco meses
desde Gambia. «Tengo
25 años, no quiero estar
todo el día sin hacer nada,
quiero trabajar para
ayudar a mi familia pero
sin los papeles no puedo
», cuenta. A su lado
Samuel asiente con la
cabeza. Desembarcó en
Lampedusa hace dos
meses después de pasar
más de un año en una
cárcel de Libia por motivos
que aún desconoce.
Es cristiano y asegura
que si vuelve a Ghana le
matarán.
En 2011, el Gobierno
de Silvio Berlusconi comenzó
a pagar a los hoteleros
que cedieran sus
estructuras para alojar a
estas personas ante la
imposibilidad del Estado
de hacer frente a la
«emergencia migratoria
», como la definió el
entonces ministro de Interior, Roberto
Maroni, de la Liga Norte y
actual presidente de la región de
Lombardía. El mismo que hace
unas semanas propuso una ley para
retirar la licencia y multar con
hasta 10.000 euros a las infraestructuras
turísticas que acojan refugiados.
«Es una gran hipocresía», lamenta
Giulio Salvi, de 58 años y
propietario del hotel. Él fue uno de
los primeros en responder a la llamada
de las autoridades. «En 2011
se trabajaba poco y sinceramente
pensé que 50 personas hospedadas
todos los días por 50 euros que
pagaban entonces, no estaba mal».
Pero después de algunos problemas
con los huéspedes dejó de colaborar
con las autoridades italianas.
Hace un año y medio decidió
volver a intentarlo.
Recibe 40 euros al día por cada
migrante a cambio de ofrecerles
alojamiento y comida. Gracias a
ese dinero, Salvi ha logrado salvar
su negocio y dar trabajo a casi
una decena de personas. Pero los
inesperados ingresos del empresario
le han hecho ganarse más de
una enemistad. Amenazas, manifestaciones
delante del hotel y
hasta varias cartas anónimas donde
le advierten que quemarán
su negocio si no
se deshace de «los negros
de mierda».
Mientras la policía
busca a los responsables
de las misivas, el
hotel de Salvi, ex simpatizante
de la Liga
Norte, ha adquirido
cierta popularidad, incluso
a nivel nacional.
«Se está haciendo famoso
», comenta irónicamente
un vecino de
Morbegno que prefiere
no decir su nombre.
«Los pobres no se meten
con nadie», dice,
«pero son demasiados».
También la propietaria
de un céntrico bar confiesa
que no le hace
mucha gracia la presencia
de los refugiados en
el pueblo pero reconoce
que ella también les daría
de comer todos los
días si le aseguraran un
ingreso fijo.
«Yo no me escondo.
Claro que lo hago por dinero pero
también porque me da mucha
pena ver a chicos de 20 años que
no tienen nada», afirma el empresario.
«Hay mucha gente que dice
que no hay que dejarles entrar,
que son demasiados. ¿Pero qué
hacemos con los que ya están
aquí? Son seres humanos. Fomentar
una guerra entre pobres
es peligroso».

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