el drama de los refugiados

Campamento en Atenas

Medio millar de refugiados duermen en una plaza en su camino a AlemaniaEl portugués Bruma pudo resolver el partido para la Real en los minutos finales

Deia, Un reportaje de Laura Panqueva, 27-09-2015

SABE si ya abrieron las fronteras de Macedonia, Serbia y Hungría?”, pregunta Farid, un joven afgano, a uno de los transeúntes que pasa por la Plaza de Victoria, en el centro de Atenas, donde duermen más de medio millar de refugiados. Este lugar se ha transformado en el punto de encuentro de quienes, en su mayoría naturales de Afganistán, que llegan desde Turquía y desean descansar para emprender de nuevo la travesía hacia Alemania. La mayoría, sin embargo, no tiene suficientes recursos. Cuando comenzaron las lluvias, muchos refugiados se vieron obligados a reducir al mínimo el gasto de alimentación para poder comprar tiendas de campaña donde resguardecerse. Farid duerme con sus padres y sus cinco hermanas en una sola carpa. Dice que les costó 20 euros. El chico es curioso y le gusta hablar con desconocidos. Tiene la apariencia de cualquier adolescente: gorra, camisa estampada, pantalones ajustados y zapatillas deportivas. “Soy seguidor del Real Madrid y del Chelsea”, cuenta este joven en un perfecto inglés, que se emocionada al hablar de fútbol, pues sueña con convertirse en un jugador profesional. Casi la mitad de su vida – tiene 16 años – la ha dedicado a jugar en una liga juvenil de Kabul, su ciudad natal.

Hace un tiempo, su padre le pagó unas clases privadas para que aprendiera esa lengua que tanto le gusta. Tras un largo viaje que duró 20 días – desde Afganistán, pasando por Irán, Turquía, hasta Grecia – Farid y su familia llevan ahora cuatro jornadas en la Plaza de Victoria, esperando poder continuar el viaje y siguiendo las noticias que llegan de la tensa situación que viven los refugiados en Croacia y Hungría. Hasta ahora la parte más arriesgada de su travesía, revela el joven, fue cruzar a pie la frontera entre Irán y Turquía. Farid cuenta que es una zona montañosa en donde la policía de ambos países apresa a quienes pasan de manera ilegal. “Tuvimos miedo de ser encarcelados, pero logramos escondernos”, dice.

El sollozo de su hermana roba su atención. Dice que tiene hambre, pero no hay mucho que darle. Ni él ni sus padres han probado alimento desde que se levantaron. “Lo que tenemos – cuenta – lo reservamos para las niñas”. “Estos días he visto gente de muy mal humor. El hambre a veces saca lo peor de ti”, reflexiona Farid. Su único deseo ahora es encontrar un lugar que le garantice a él y su familia poder vivir en seguridad y con dignidad.

A pocos pasos Amena, una mujer afgana de 24 años, aguarda en otra tienda de campaña junto a su esposo, sus hijos y dos familias más. En total son trece, cinco de ellos niños. Uno de los pequeños duerme en el asfalto al lado de un extractor de humo de un restaurante; el aire le pega directamente en la cara. “Tiene fiebre. Lo llevamos a la clínica donde nos atendieron muy bien y nos regalaron medicina”, explica Amena.

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