La sociedad civil sigue caminando varios pasos por delante de la política. No tiene nombre lo que ocurre estos días en la Unión Europea con la (¿gestión?) del drama de miles de refugiados, que aguardan no se sabe muy bien dónde ni en qué condiciones a que los ministros del Consejo Europeo alcancen una posición común. Esta inoperancia manifiesta contrasta con la sensibilidad que vienen demostrando tantas personas anónimas. Ayer mismo llegaba un Whatsapp: “Publicasteis en el periódico un reportaje sobre un joven sirio refugiado en Irun que dice que no ha hecho amigos. Me gustaría tener su contacto para poder charlar con él un rato”. Gestos así se vienen repitiendo prácticamente a diario en Gipuzkoa, donde se percibe el deseo de hacer algo ante una crisis que no deja de cobrarse víctimas. Murieron ayer al menos trece refugiados entre ellos seis menores y otros tantos desaparecieron al hundirse el bote neumático en el que viajaban. Dice un amigo que no entiende por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando hemos asistido durante años al drama de las pateras sin que se nos remueva la conciencia. Quizá no le falte razón. Tanto en un caso como en el otro, la solución pasa por resolver el problema de origen pero, entretanto, algo habrá que hacer para mitigar tanto espanto.