Barcelona se convierte en el gran bazar mantero de Europa
La Vanguardia, , 22-09-2015Barcelona (Redacción). – La fuerte presencia de manteros en las zonas turísticas de Barcelona este verano ha supuesto un salto de escala en una actividad que venía manifestándose en el espacio público de la ciudad desde hace muchos años, pero que nunca había tenido el impacto alcanzado de estos últimos meses. El top manta no es un fenómeno exclusivo de Barcelona. Hace unos días, La Vanguardia se hacía eco de las contradicciones – similares a las que atenazan al gobierno municipal de BComú en Barcelona – que se reflejan en la actitud de la nueva alcaldesa de Madrid a la hora de combatir una cuestión que requiere cumplimiento de la ley, pero que no es ajena al drama social y humano que condiciona las trayectorias vitales de muchas de las personas que se dedican a la venta ilegal. Sin embargo, ni en Madrid ni en grandes capitales europeas como París y Berlín, sometidas también a presión turística, el top manta – o los fenómenos equivalentes, que se expresan en cada lugar de un modo distinto – han alcanzado los niveles de saturación y de crispación que se han desbordado en los últimos tiempos en Barcelona. Quizás Roma se encuentra en una situación parecida a la capital catalana por el volumen de manteros y de productos falsificados que allí se venden, pero no se producen enfrentamientos entre vendedores y policía.
Ayer, en la primera comisión municipal ordinaria convocada durante este mandato, el top manta fue el objetivo de uno de los primeros debates entre gobierno y oposición. Todos los grupos recriminaron al equipo de Colau la falta de iniciativas concretas a fin de frenar esta actividad. En la sesión, la tercera teniente de alcalde, Laia Ortiz, presentó el estudio municipal que concluye que alrededor de 400 personas se dedican al top manta en la ciudad – pocas parecen a la luz de lo visto y acaecido este verano – y la mayoría de ellas vive en Barcelona desde hace al menos cuatro años, pero se hallan en una situación legal irregular. Ortiz insistió en la necesidad de abordar el problema desde una perspectiva social, recordó que muchos de estos subsaharianos pagaron más de 4.000 euros para llegar a Europa y subrayó que estos grupos de vendedores no se organizan a través de mafias, aunque hubieran sido víctimas de ellos en su viaje. El resto de grupos lamentó que, más allá de presentar este informe, el gobierno no anunciara ni una medida concreta
Debates como el de ayer o como el que tuvo lugar en el pleno extraordinario monográfico sobre el top manta celebrado la semana pasada, forzado por CiU y PP, resultarían probablemente extraños en otras grandes ciudades europeas.
En París, como en casi todas partes, el comercio ambulante en la vía pública está estrictamente reglamentado y precisa del correspondiente registro, autorización…, pero, como suele ocurrir, la vida va por otro lado. Esas normas y reglas municipales, leyes y disposiciones nacionales, están desfasadas, superadas y desbordadas por la realidad del vendedor callejero en las zonas más turísticas. Los jardines de las Tullerías, el gran patio del Louvre y los Campos Elíseos son, junto con la Torre Eiffel, los tres grandes escenarios. Algunos comerciantes han llegado a acuerdos con los manteros para que no vendan lo mismo que ellos, explica un estudiante maliense que elude dar su nombre.
La ciudad no ha conocido episodios de enfrentamientos entre vendedores de souvenirs y policía, confirman fuentes de ambos bandos que dibujan un panorama a medio camino entre la represión de tales ventas y la flexibilidad, no exento de componendas y acuerdos informales.
La venta de souvenirs está en manos de migrantes precarios de Senegal, Malí y Guinea, explica Mamadou, un senegalés apostado con su manta atada con cuerdas en las escaleras exteriores de la estación de metro Bir Hakeim, cerca de la Torre Eiffel. “Si te pescan, te confiscan la mercancía y te hacen un parte, pero la cosa no suele pasar de ahí”, explica mientras atiende, en turco, a una pareja de turistas de esa nacionalidad: cinco pequeñas torres Eiffel por un euro. Los problemas con la policía son constantes, pero no ha habido enfrentamientos, dice.
Cerca de la torre, el lugar más visitado por los turistas en la ciudad, dos gendarmes que patrullan en bicicleta explican que “los incidentes son frecuentes, los enfrentamientos no, menos aún masivos”. ¿Cuál es la política que siguen? “Los intentamos echar”, dice uno. Pero ¿tienen instrucciones para detenerlos? “A veces”, responde el otro, “es el cuento de nunca acabar. Por eso, una de cal y otra de arena”, explica con aire entre resignado y aburrido. A apenas treinta metros de los gendarmes otro senegalés tiene su puesto de venta y dos chinos hacen retratos. No se sienten amenazados.
“Está claro que hay tolerancia por parte de la policía, a veces los detienen y otras los dejan ¿Qué van a hacer?, están aburridos: si detienen a uno, aparecen otros”, dice Ahmed, vendedor de origen norteafricano que tiene su barraca legal (“nosotros pagamos impuestos”, dice) en el Quai Branly que conduce a la torre. ¿Qué le parece esta política? “A nosotros nos va muy mal, pero ¿qué le vamos a hacer?”, dice encogiéndose de hombros con una cara que expresa algo a medio camino entre una compasión y comprensión de exemigrante y el perjuicio a su cartera de vendedor.
Adám, también senegalés, vende su mercancía – idéntica a la de Mamadou y a la de centenares de colegas – en las avenidas ajardinadas del Campo de Marte. Las requisas son una calamidad explica. En un año, este joven que llegó de Italia ha sido detenido cinco veces por venta ilegal. “Es un arresto de 24 horas y luego te sueltan”. ¿Compensa la venta en estas condiciones? “Es mejor que robar”, dice.
En Berlín no se da el fenómeno del top manta tal como se conoce en Barcelona, a menos que se considere como tal la venta ambulante ilegal de flores y verduras que puede verse a veces en parques y calles de distritos o barrios alejados del centro, como Pankow o Hellersdorf. Vendedores de origen inmigrante – orientales, sobre todo, pero también de algunos países del Este – despliegan sus mesitas con patas, y venden esos productos, a menudo a sus propios connacionales, sin pagar licencia municipal ni impuestos. También se vende en algún parque comida preparada, en especial asiática, sin licencia de vendedor ni permiso para manipulación de alimentos. Pero en las zonas céntricas y turísticas de la capital de Alemania no se ven manteros como en Barcelona o en la Costa Daurada, ofreciendo mercancía falsificada de marcas de renombre, si bien años atrás sí hubo un cierto comercio callejero ilícito de souvenirs para los turistas, ahora muy residual. Lo que sí trae de cabeza a la policía berlinesa es la venta ambulante ilegal de cigarrillos. Según cifras oficiales, los fumadores adquieren al año en Berlín más de 330 millones de cigarrillos ilegales, y los esfuerzos policiales y de aduanas por frenar ese tráfico consiguen la confiscación de apenas siete millones de cigarrillos al año. Las ventas suelen desarrollarse a las puertas de supermercados o de estaciones del S – Bahn, el ferrocarril metropolitano elevado. La policía tiene localizados unos 350 puntos de venta de este tipo, de los cuales el 99% se encuentra en distritos del este. La mayoría de vendedores son vietnamitas, según la prensa local, y ofertan cartones de tabaco por precios de entre 20 y 22 euros, una ganga para los fumadores. Las organizaciones delictivas que controlan este negocio ilegal se surten de cigarrillos de contrabando de Europa del Este, sobre todo procedentes de Bulgaria y Rumanía, pero cada vez más también de pequeñas fábricas que los elaboran en Extremo Oriente. Y hay un caso bastante conocido de ilegalidad a varias bandas, que ha suscitado mucho debate en el país: es del Görlitzer Park, en el barrio de Kreuzberg. En ese parque se lleva a cabo hace años comercio ilegal de marihuana, cuya compraventa está prohibida en Alemania, aunque se puede llevar encima cierta cantidad, que varía según los länder. Ante la presión policial, el tráfico de cannabis en el Görlitzer Park se ha dispersado por las calles y estaciones de metro adyacentes, pero en todo caso sus características están a años luz de las peculiares del top manta.
El fenómeno de los manteros sí es de gran envergadura en Roma. No hay tolerancia, pero sí mucha frustración de la policía al comprobar que sus acciones punitivas sirven para muy poco. No se efectúan arrestos – salvo que haya una resistencia violenta en los controles – , aunque sí se impone la multa que establece la ley para la venta ilegal (5.016 euros) y se confisca la mercancía. Un portavoz de la policía municipal, Giorgio Ariu, reconoció a este diario que pocos son los que finalmente pagan la sanción, bien porque no tienen recursos, bien porque desaparecen sin dejar rastro.
“El problema es que cuando se actúa contra un vendedor ‘abusivo’ (así llaman en Italia a los manteros), al día siguiente reaparece en el mismo sitio o lo sustituye otro – asegura Federico Longo, portavoz del Ajuntamiento romano – . Es un fenómeno tan amplio que su gestión se hace muy difícil. El mercado de las mercancías falsas es enorme. Los vendedores son el último eslabón. Debería actuarse más contra quienes proveen estos productos y los fabrican”.
En los alrededores del Vaticano y en otras zonas muy turísticas hay decenas de vendedores que ofrecen bolsos y otros productos de marcas de lujo falsificadas. La policía no da al abasto a perseguirlos. También hay vendedores ilegales en los barrios periféricos de la capital. Suelen situarse delante de supermercados. Usan los carros como escaparate. Ofrecen de todo, desde fundas para móviles hasta calcetines. Otra situación muy peculiar se da los días de lluvia. En cuanto empieza la tormenta, aparece en la calles un ejército de vendedores – la mayoría de origen asiático, especialmente de Bangladesh – que vende paraguas y chubasqueros. Su lugar preferido son las salidas del metro. Cuando no llueve, estas personas venden rosas o lo que pueden.
La policía romana efectuó casi 20.000 confiscaciones de mercancía vendida ilegalmente en el 2014. La mayoría de productos son destruidos. En el caso de alimentos que tengan garantías sanitarias, se donan a centros humanitarios.
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