Del infierno de Hama a Vallecas
El Mundo, , 18-09-2015«Mochilas, mochilas. Queremos mochilas», entona una marea de pequeños en un perfecto español. La vuelta al cole también llega al Centro de Acogida de Refugiados (CAR) de Vallecas. De sus 96 residentes, más de un tercio son menores, en su mayoría procedentes de Siria. La gran ola de refugiados que acaricia las puertas de Europa ha obligado a los centros españoles a adaptar sus recursos y también su ingenio.
En España, hay cabida para 986 refugiados y solicitantes de asilo, una cifra muy alejada de las miles de personas que pisarán suelo español en los próximos dos años. Existen tan sólo cuatro centros de acogida, situados en Alcobendas, Vallecas, Mislata (Valencia) y Sevilla, que abarcan un total de 426 plazas, mientras que las otras 560 están gestionadas por ONG.
Ahmed Sulaiman vive hoy en el CAR de Vallecas después de huir de Homs junto a su mujer y sus tres pequeñas de uno, cinco y seis años. Era comerciante y antes de iniciar una nueva vida en España pasó, como muchos de sus compatriotas, por un campo de refugiados en Jordania. Pese a los pocos meses que lleva en España, ejerce de traductor con sus compañeros. Aprender el idioma es la principal meta para que los recién llegados logren su integración en la sociedad. En el aula de clases de español del centro, un gran cuadro destaca sobre el fondo amarillo de la pared. «Los refugiados nunca llegan a su nuevo país con las manos vacías», reza un cartel sobre el rostro de Einstein, aludiendo a la condición de refugiado del genio.
Menos optimista es Basma Dali, una siria de 25 años, que estuvo en el CAR de Alcobendas durante diez meses porque «una bomba destruyó el edificio en el que vivía en Harasta». La joven lamenta no haber «aprendido bien el idioma» en el centro y critica que «50 euros al mes es muy poco». Los residentes reciben durante su estancia 51,60 euros al mes para la cobertura de gastos personales de primera necesidad.
Los centros españoles se han adaptado al nuevo panorama. Raquel Santos Guillén, coordinadora estatal del Área Social de CEAR, detalla que las ONG van a ampliar su número de plazas en 512 «desde ya». En el centro de Vallecas, la primera planta se ha preparado para albergar a familias enteras, mientras que la segunda es sólo para hombres. Algo que despierta el enfado de Suleiman, que dice «no tener espacio ni para moverse al compartir uno de estos dormitorios con los cuatro miembros de su familia». Un experimentado trabajador del centro que prefiere conservar el anonimato explica que todos los residentes tienen autonomía total para entrar y salir e incluso viajar a otras ciudades para buscar trabajo, ya que «lo ideal es que cuando salgan sean totalmente autónomos».
Una vez presentada la solicitud de asilo, la respuesta definitiva suele prolongarse durante muchos meses. Así lo cuenta el estudiante de medicina sirio Kamal Aldalati, de 27 años, que también vivió durante un año en Alcobendas. «Tengo un amigo de Malí que lleva tres años sin papeles, no le dejan hacer nada, ni cruzar las fronteras. No le dan los papeles ni le dejan ir a otro país, tiene que esperar», se queja.
La comunidad siria es la más abundante en los centros españoles. En 2014, 1.679 sirios solicitaron asilo en territorio español. Paradójicamente, Siria era, antes del inicio de la devastadora guerra que ya va camino de su quinto año, uno de los países que contaba con más refugiados. Muchos de ellos se encuentran ahora desarraigados por segunda vez, pero éste es un sentimiento muy «transitorio y breve». «El instinto de supervivencia te hace empezar a echar raíces rápidamente estés donde estés», señala el funcionario.
«Estoy cansado de la vida en Cisjordania, cuando el conflicto no lo crean las fuerzas de seguridad israelí, lo crea la Policía palestina». Anas Toubasi, un joven palestino de 25 años, compró un billete de avión con destino a Cuba. Sin embargo, pidió asilo político en España cuando aterrizó en Madrid para hacer escala. Diez meses después, sigue esperando una respuesta. Su peinado, perfectamente cuidado, hace fiel justicia a la profesión que ejercía en Jenin: peluquero.
Anas, al contrario que muchos de los que acarician las puertas de Europa, no piensa en otros lugares como Alemania, sino que sueña con encontrar un trabajo en nuestro país. «Nuestra misión es ayudarles a ser autónomos e integrarse en la sociedad española y su autonomía económica pasa por conseguir un empleo», explica a EL MUNDO el empleado del centro. «Hubo un tiempo que una serie de familias venía con el imaginario alemán. Algunos se han ido y no han vuelto. Pero ahora mismo no tenemos esa percepción», detalla la fuente.
Algo que pasa más desapercibido son las secuelas psicológicas y traumas que cargan consigo aquellos que han sufrido un conflicto. «Una mujer congoleña pensaba que la estábamos metiendo en la cárcel», dice el empleado. El estrés postraumático tarda un tiempo en mostrar sus síntomas. En los centros de acogida se ofrece una asistencia específica para este tipo de casos. Sin embargo, desde Vallecas aseguran que en «España no hay muchos psiquiatras con conocimientos específicos para estas circunstancias tan complicadas».
Desde el estallido de la guerra en 2011, el perfil de la gente que abandona Siria ha cambiado. En los primeros meses de la contienda llegaban a España pocas personas de este país y, por lo general, contaban con recursos económicos y titulaciones universitarias. «En todos los conflictos ocurre lo mismo, al principio se van los que lo tiene más fácil», asegura el empleado que cuenta con una larga trayectoria. En la actualidad, sin embargo, lo más común es ver a familias enteras de clase media-baja que dejan sus trabajos de toda la vida para emprender un más complicado y obligado comienzo. Tal es el caso de la familia Alali. Nadia y Barakat llegaron a España junto a sus dos hijos en marzo tras huir de Hama. Esta provincia, situada en el corazón de Siria, se encuentra bajo control de las fuerzas leales al presidente Bashar Asad y es, junto a Damasco, un bastión estratégico del régimen baasista.
Casos como el de Barakat han disparado las cifras de solicitudes de asilo. Ante este nuevo escenario, la estrategia se basa no ya en mantener a las personas allí un año, el máximo de tiempo permitido, sino en continuar con ayudas y seguimiento una vez que éstas han salido. «El país está perfectamente preparado para acoger a los refugiados. Además, existe una ola de simpatía y solidaridad que es nueva. Siempre ha habido refugiados aquí, pero la gente no era consciente», asegura el trabajador.
El segundo colectivo más numeroso en los CAR españoles es el de los ucranianos, quienes «están en otra fase». La guerra en Ucrania, que estalló hace casi un año y medio, se encuentra en una etapa más inicial. La mayoría de los ucranianos que llegan cuentan con un alto nivel cultural, varios idiomas y facilidad de aprendizaje en español. «Están consiguiendo insertarse en el mercado de trabajo y adaptarse a la sociedad española rápidamente. Los sirios que llegaban hace unos años tenían estos perfiles», detalla.
Sorprende, sin embargo, que ya no queda ningún colombiano en Vallecas. Poco antes de la irrupción de la crisis española, esta comunidad constituía cerca del 80% de todos los residentes. Con su país recuperándose poco a poco y una España que no termina de despegar, la llamada de los colombianos también se ha invertido: «No vengan aquí que no hay trabajo».
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