El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, cumplió ayer su palabra y su amenaza. En un escueto mensaje, el ex primer ministro polaco anunció la convocatoria de una Cumbre informal de jefes de Estado o de Gobierno el próximo miércoles 23, a las 18.00 horas, en Bruselas. Sobre la agenda sólo un punto: la crisis de refugiados.

El viernes pasado Tusk avisó: si los ministros de Interior de la UE no lograban avances significativos en su encuentro del lunes (día 14) convocaría la cumbre. El martes volvió a explicar que en sus consultas con los líderes varios países –entre ellos de forma destacada Alemania y Austria– habían pedido formalmente una Cumbre, y que en el plazo de 48 horas, tras seguir la ronda de llamadas tomaría una decisión.

En realidad, al Consejo le quedaban pocas opciones, por no decir ninguna. La crisis de refugiados empeora cada día. Siguen llegando miles y miles de personas por tierra y por mar. Grecia e Hungría están desbordadas. Alemania, Austria, Hungría, Eslovaquia y Holanda han establecido o restablecido controles fronterizos internos, han suspendido temporalmente la libre circulación de personas (Schengen) y movilizado a policía y ejércitos.

Horas antes, a petición del presidente, Martin Schulz, por procedimiento de urgencia, y con una amplia mayoría, el Parlamento Europeo aprobó el informe sobre el plan de la Comisión Europea para la acogida y reparto de 120.000 refugiados desde Hungría, Italia y Grecia. El pleno en Bruselas dio su aprobación a la propuesta de la Comisión de reubicar a 120.000 personas con 370 votos a favor, 134 en contra y 52 abstenciones. La Eurocámara aprobó también una resolución «en la que informa al Consejo de que este respaldo no prejuzga su posición sobre la futura propuesta para establecer un mecanismo permanente de reubicación de refugiados».