La derecha europea empieza a esgrimir la monserga recurrente del peligro de islamización de Europa con la llegada masiva de inmigrantes de países árabes al continente. Ahora, también añade el riesgo potencial de la infiltración de redes yihadistas entre los miles de personas que tras­pasan las fronteras procedentes de Próximo Oriente, el norte de África y la zona subsahariana. Es verdad que esa posibilidad existe, es real, pero también hay que pensar en la tendencia contraria que sería la europeización del ­islam.

De hecho, entre los sirios que actualmente quieren venir a Europa, a Alemania, Austria, Suecia, Francia, España, etcétera, existen muchos jóvenes universitarios bien formados que no quieren, de ningún modo, vivir bajo la oriflama o estandarte negro del Estado Islámico. Rechazan su brutalidad medievalizante, su fanatismo e intolerancia y su involución hacia comportamientos totalitarios de viejo cuño. El modelo y el tipo de vida que eligen con su éxodo no es precisamente el de las teocracias chiíes o el de las dictaduras de Arabia y los Emiratos Árabes sino el de las democracias occidentales más avanzadas.

Por tanto, lo residual será el atavismo de esos regímenes que no respetan los derechos humanos y que, poco a poco, irán desangrándose extinguiéndose por consunción.