Modas solidarias

Diario Sur, , 16-09-2015

Este artículo es y pretende ser solidariamente incorrecto. No va con la moda del momento, y por tanto no gustará. Pero es lo que hay. El lenguaje, cuando se alía con la política y con determinadas formas de entender la cooperación, conduce a una cruel discriminación. A una persona que tiene que recorrer buena parte de la Europa Central, sobre todo si va camino de Alemania y Austria, y procede de Siria, se le llama refugiado. Hay manifestaciones en las calles y los gobiernos de la UE se reparten cupos para acogerlos fraternalmente.

Esa persona no es igual que otro individuo, generalmente negro o magrebí, que cruza el Estrecho en patera y hasta en una ‘toy’ hinchable; que entra por España o Italia y que procede de Nigeria, de Sudán, de Senegal, de Marruecos o de cualquier otro país africano. En este caso, es sólo un inmigrante, con la apostilla de ilegal o irregular. No hay manifestaciones en las plazas para exigir que les den asilo, ni papeles ni techo; y los ministros nunca se reúnen para repartírselos y darles cobijo en la UE. Al contrario, se les intenta expulsar, a veces sin darles tiempo ni a tocar la Tierra Prometida. «Devoluciones en caliente», se llaman en el argot, aunque en realidad en el mar hace tela de frío.

Hay un argumento que al parecer marca la diferencia: «Es que en Siria están en guerra, se cometen atrocidades y todo el mundo lo ve». Me pregunto entonces: ¿Habrá peor enemigo que el hambre? ¿Peores guerras que las que se libran de forma silenciada, fuera de los focos, de los telediarios y de las fotos de los periódicos, en decenas de regiones africanas? ¿Mayor atrocidad que las masacres impunes, las sangrientas luchas tribales que esconden la codicia por los recursos naturales que consume Occidente?

La triste realidad es que hasta en la solidaridad hay modas, como si ahora el buenismo en torno al pueblo sirio fuera mejor, más guay, que los miles que llegan o lo intentan por la frontera Sur; y que nos pilla mucho más cerca. También hay algo relacionado con la sensación de que a los sirios, antaño una nación pujante y avanzada, se les ve casi como a europeos, y ya se sabe eso de las barbas del vecino… Los africanos, en cambio, son diferentes, empezando por el color de la piel, y ya estamos acostumbrados a su drama.

Un bebé sirio se ahogó, y la misma ola que arrastró su cuerpecillo hasta la orilla salpicó la conciencia de la vieja Europa. ¿Cuántos bebés africanos se tendrán que perder en el Mediterráneo para que los inmigrantes ilegales pasen a llamarse, también, refugiados?

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