Al este de Europa

Diario Sur, , 16-09-2015

Vagan sonámbulos por las fronteras del este de Europa: vienen de Siria, de Libia, de Afganistán, son los refugiados que no tienen refugio, los parias del mundo, para ellos las fronteras se han convertido en muros, el futuro es una utopía irrealizable, y el presente un auténtico infierno. Europa ya no es de dos velocidades, es de una y bastante lenta. He llegado al punto de evitar las noticias porque se reducen a una cuantificación de muertos, la verdad es que podemos decir que son los muertos de ‘Mitteleuropa’, ese término que utilizó Claudio Magris, y que tanto manipularon, por este orden, los Habsburgo, el Segundo y Tercer Reich, este último con genocidio incluido. Hoy por hoy en las fronteras ‘mitteleuropeas’ mueren bebés, y hombres y mujeres son hacinados en condiciones infrahumanas. Ahora se ha unido a la xenofobia el otoño cruel que se posa en las riberas del Danubio, y que desde allí se transforma en embajador letal del invierno: hielo disfrazado de gota de rocío que baña toda esa unión fantasmagórica de países que Berlín, aunque no quiera, continúa liderando.

La última imagen que se ha quedado clavada en mi retina es la de la periodista húngara Petra Laszlo pateando a un niño sirio. La pregunta de su padre también se me ha quedado grabada: ¿por qué tanto odio?; ahora Petra pide disculpas, asegura que se puso nerviosa y que no sabía lo que hacía. Además se defiende: «Soy víctima de un linchamiento», pero las imágenes están ahí; el periodista gráfico español Javier Pascual ha sido un testigo primordial, filmó las imágenes y se las enseñó a Petra. Pascual dice que su colega se echó a reír. No debemos extrañarnos. Petra Laszlo es viva expresión de un país cuya historia contemporánea produce estupefacción, al igual que la de sus vecinos búlgaros y rumanos, aunque en menor medida. Hungría fue fiel aliada de Hitler, hasta el punto que el regente filo nazi de un reino que jamás existió, el mariscal Horthy, fue considerado blando y destituido por el extremista movimiento de las Cruces Flechadas, que consiguió deportar a cientos de miles de judíos – húngaros a Alemania, entre fines de 1944 y abril del 45, la bella Budapest se anegó de delación y cobardía. Bulgaria y Rumania también fueron estados – satélites de los nazis, y a los tres países su felonía les costó la invasión rusa y varias décadas de ocupación comunista.

Hace años, y aún hoy, vemos vagar por las calles de nuestra ciudad, y de nuestra nación, a muchos rumanos, pero también a búlgaros, y en menor medida a ciudadanos húngaros, profesionales liberales que salieron de su país con la ropa puesta, pero que jamás fueron ni considerados ni tratados aquí como inmigrantes de tercera. Resulta paradójico que ahora estos países ‘mitteleuropeos’ levanten muros cuando a ellos se les han abierto puertas y se les ha ayudado en la medida de las posibilidades. Al este de Europa siguen levantando muros para preservar una xenofobia que no es un sentimiento nuevo sino que se hunde en las raíces del tiempo, desde el tiempo de los bárbaros.

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