Hasta aquí hemos llegado

Diario de Noticias, Por Daniel Burgui Iguzkiza, 14-09-2015

Hoy, en algún momento antes o después de que usted lea este periódico, en Bruselas se celebra una reunión urgente de los ministros de Interior y de Justicia de la UE para tratar el asunto de los refugiados. Bueno, disculpe, en palabras de los convocantes, se trata de “dar respuesta a la situación del fenómeno migratorio que ha adquirido recientemente proporciones sin precedentes”.

Por favor, no se inquiete por las conclusiones de esta reunión, en especial si es de las “urgentes”. El 13 de diciembre de 1946 el periodista británico George Orwell ya sabía cómo iba a terminar esta y otras reuniones como esta. Ojalá se equivoque. Aquel fin de semana, en una columna que Orwell escribía habitualmente para el diario Tribune, propuso crear un juego de mesa familiar inspirado por estos encuentros diplomáticos de alto nivel. El reglamento es como sigue:

“Las piezas del juego se llaman: propuesta, resolución, fórmula, escollo, traba, impedimento, punto muerto, cuello de botella y círculo vicioso. El objeto del juego es llegar a una fórmula, y aunque los detalles varían, el planteamiento general de cada partida es casi siempre el mismo. Primero, los jugadores se reúnen en asamblea y uno de los participantes adelanta siempre una propuesta. Se contrarresta con escollos, trabas o impedimentos, sin los cuales el juego no se puede desarrollar. El escollo o lo que sea, pasa a ser un cuello de botella, o más a menudo un punto muerto entre los jugadores o un círculo vicioso. Si estas dos últimas situaciones se producen al mismo tiempo, se llega a unas tablas, situación que puede durar semanas. De pronto, alguien juega una dèmarche o resolución. La dèmarche hace posible la producción de una fórmula, y cuando se halla la fórmula, los jugadores se pueden marchar a sus casas. Y todo ha quedado como estaba al comienzo”.

Esto escribía George Orwell en 1946 mientras en la ONU se debatía sobre la Guerra Civil en Grecia, un conflicto que dejó 100.000 muertos y unos 700.000 desplazados y refugiados en diferentes países vecinos y lejanos. Siento decirlo pero a menudo en la prensa y en las decisiones “importantes” a uno le invade cierto déjà vu. Esa sensación de haber vivido un determinado momento antes.

Es una falacia y es duro leer que el éxodo de refugiados comenzó ayer y que la urgencia es hoy.

La “urgencia” es a demanda. Ya en 2014 y 2013 más de 2.000 personas murieron en el Mediterráneo tratando de alcanzar Europa. Y había 50 millones de desplazados. Entonces las reuniones urgentes fueron para decidir si se financiaba un muro entre Grecia y Turquía, cómo de alto y de largo debía ser y si las espinas de la alambrada de Ceuta y Melilla era suficientemente sangrantes. Años como en 2014 en los que España solo concedió este estatuto de refugiados a 206 personas, es decir, un 0,4% de los solicitantes de asilo total de la Unión Europea. Mientras, Turquía o Jordania aceptaban a más de un millón de personas.

No somos plenamente conscientes de que vivimos un momento absolutamente crucial, que somos partícipes y contemporáneos de un drama histórico, en el que 60 millones de personas han sido obligadas y forzadas a abandonar sus hogares y desplazarse por culpa de la violencia, la persecución y, en menor medida, los desastres naturales. Para el ACNUR (el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) esta situación solo es comprable a la de 1950 tras la II Guerra Mundial.

Precisamente en un hangar de la II Guerra Mundial abandonado y roñoso, en Malta, encontré en 2012 a Khadija Adbi, una joven somalí de 33 años, cuya hija había nacido en Dinamarca.

Khadija huyó de Mogadiscio, la capital de Somalia – que arrastra dos décadas de Guerra Civil – , pagó a las mafias porque no hay forma de migrar a Europa de forma legal, recorrió miles de kilómetros, se llevaron a su hermano, fue violada en el trayecto a Sudán, cruzó el mar, sobrevivió, la encerraron en otro centro para migrantes, se marchó a Dinamarca como ilegal, allí nació su hija, fruto de una de esas violaciones. “Nunca me dieron papeles para la niña, no está registrada ni me concedieron el estatus de refugiada”. Fue deportada de nuevo a Malta, lugar en al que había llegado en barca y donde estaban registradas sus huellas dactilares por primera vez. Ahora vive allí atrapada en un barracón, en pésimas condiciones. “Pero hasta aquí he llegado, yo sola. Y voy a seguir adelante”.

Hasta ahí ha llegado ella y hasta aquí hemos tenido que llegar.

Pero quizás sea este un momento de inflexión. Porque también por primera vez hay reuniones menos pomposas que las de Bruselas pero que dan luz y brillo a este drama. Hoy también en mi ciudad, en Pamplona – Iruñea, como en otras muchas se siguen reproduciendo las muestras de afecto y solidaridad con las personas que buscan refugio. Y hoy mismo habrá otra concentración para elaborar una respuesta ciudadana y denunciar la situación de las personas migrantes en las fronteras, será a las 19.00 horas frente al ayuntamiento. Yo, personalmente, le tengo fe a esta respuesta popular que quizás cambie las reglas del juego.

Esta misma noche también, cuando usted termine de leer esto, yo estaré ya en la isla griega de Lesbos, frente a un estrecho brazo de mar que separa la UE de Turquía. Allí donde a diario muchos como Khadija llegan exhaustos y exclaman también: “¡Uf, hasta aquí hemos llegado!”. Les diré “bienvenidos, ongi etorri”, de parte de los de Iruñea. Y, qué carajo, también de parte de los de Bruselas, por si acaso Orwell está equivocado.

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